Se encontró con la exesposa y casi se puso verde de la envidia desbordada
Óscar, enfadado, tiró de la puerta del frigorífico y casi derriba todo lo que había en los estantes; uno de los imanes cayó al suelo con un fuerte golpe.
Lucía estaba frente a él, pálida, con los dedos tensos apretados en puños.
¿Te sientes mejor ahora? exhaló, alzando la barbilla con un desafiante gesto.
Me tienes realmente harto gruñó Óscar, intentando sonar calmado. ¿Esto es la vida? Una gris monotonía sin un rayo de luz.
¿Entonces vuelvo a ser yo la culpable? sonrió Lucía con una mueca irónica. Claro, nada de a mi manera.
Óscar apretó los dientes, estuvo a punto de decir algo, pero dio un gesto con la mano, abrió la botella de agua mineral y, sin pensárselo, la dejó caer sobre la mesa con un estruendo.
Óscar, deja de callarte le espetó Lucía, con una nota aguda de dolor en la voz. Explica qué es lo que no te gusta.
¿Qué tengo que explicar? se encogió de hombros. De todas formas tú nunca vas a entender. ¿Cuánto más tendré que soportar esta desesperanza? ¡Basta ya!
Se quedaron mirándose en silencio unos minutos. Lucía respiró hondo y se dirigió al baño. Óscar apenas se dejó caer en el sofá. Detrás de la puerta cerrada se oyó el chapoteo estruendoso del agua, como si hubiese abierto el grifo a discreción para ahogar su propio llanto.
A él, eso no le importaba.
Años que perdieron su brillo
Hace tres años se casaron. Se instalaron en un piso que los padres de Lucía le habían dejado después de jubilarse y mudarse al campo. Aunque el piso era amplio, todavía olía a la época de la Transición: muebles viejos, papel pintado descascarillado y el linóleo, en algunas zonas, ya despegado.
Al principio a Óscar no le molestóel centro de Madrid estaba a tiro de piedra de su oficina. Pero pronto se cansó. Lucía se sentía cómoda en el nido de los padres, y Óscar sostenía que allí se había quedado congelada la época y le asfixiaba.
Lucía, admítelo le iniciaba la conversación, ¿no te molesta este ambiente? Cambiemos el papel pintado, renovemos el linóleo, pongamos algo más moderno.
Claro que sí respondía Lucía tranquilamente. Pero hay que esperar el bono o ir juntando el dinero poco a poco.
¿Otra vez esperar? ¡Tu estrategia es sentarse y aguantar!
En su día Óscar se jactaba de haber desenterrado un capullo que pronto florecería y todos se quedarían boquiabiertos. Ahora estaba convencido de que ese capullo llevaba años marchito sin abrir sus pétalos.
Lucía vivía del placer de las pequeñas cosas: una taza de té recién hecho, leer por la noche, un paño nuevo en la cocina. Para Óscar todo eso era un aburrido estancamiento.
No se atrevía a irse con ellano quería volver bajo el ala de sus padres, cuya relación había sido complicada. Además, su madre, Teresa, siempre apoyaba a Lucía.
Hijo, no tienes nada de razón le recriminaba. Lucía es una chica estupenda, razonable. Vives en su piso, ¿por qué estás insatisfecho?
Mamá, tú y Lucía son como dos gotas de agua atrapadas en la edad de piedra se quejaba Óscar.
Y su padre, Ignacio, solo movía las manos diciendo:
Teresa, que se las arreglen.
Mirando a Lucía, Óscar a veces pensaba: Como una sombra y sin embargo me ate a este piso.
Al fin, la paciencia se le agotó.
Lucía, ya no puedo más susurró, de pie junto a la ventana.
¿De qué exactamente? preguntó ella, con la calma de quien ya lleva lágrimas a punto de estallar.
¡De esta rutina! Siempre con ollas y trapos, y yo no pienso malgastar mi vida así.
Sin decir nada, Lucía agarró la bolsa de la basura, dio un portazo y se marchó.
Óscar quedó esperando que volviera a intentar convencerlo de quedarse. Cuando ella regresó, lo hizo con una serenidad que casi dolía.
Probablemente te venga mejor vivir por tu cuenta dijo, distante. Entonces haz tus maletas.
¿Te vas a quedar sola aquí mientras yo me voy? se indignó Óscar. ¡Este también es mi hogar!
Te equivocas, Óscar le respondió Lucía con una sonrisa fría. Este es el piso de los padres.
Pasaron unas semanas y él se mudó a casa de sus padres. Después de eso formalizaron el divorcio.
Encuentro inesperado
Tres años más tarde.
Óscar seguía viviendo en el piso de sus padres, convencido de que en un momento conseguiría su propio apartamento y todo se arreglaría. Pero no había avances: en el trabajo nada destacable, los nuevos contactos no se convertían en relaciones estables, y mamá y papá le recordaban cada vez más que ya era un adulto de verdad.
Una primavera, al volver tarde a casa, le llamó la atención una cafetería pequeña con una luz tenue y una melodía agradable. Quiso entrar, pero se detuvo en seco.
Junto a la entrada estaba Lucía.
Sin embargo, la Lucía que recordaba ya no coincidía con la elegante mujer que ahora se mostraba. Abrigo a la moda, peinado cuidadísimo, las llaves del coche en la mano, una mirada serena que gritaba confianza ¿y felicidad?
¿Lucía? exclamó sin querer.
Ella se giró, tardó un segundo y lo reconoció.
Hola, Óscar dijo con voz firme.
Hola oye, te ves espectacular.
Gracias replicó sonriendo. ahora vivo como siempre quise.
¿Sigues en el mismo trabajo o? no pudo evitar Óscar.
No, abrí mi propio estudio de floristería en su tono se percibía orgullo. Me tomó tiempo, pero encontré a quien me respaldó.
¿Y quién es? exigió él, sin saber bien por qué preguntaba.
En la puerta de la cafetería salió un hombre.
Lo abrazó con delicadeza por los hombros y le dijo:
Amor, tengo una mesa libre. ¿Vamos?
Lucía se volvió hacia Óscar:
Te presento, este es Víctor, y él es Óscar.
Encantada de verte, Óscar añadió, con una chispa de ironía. Espero que también te estés arreglando la vida.
Óscar asintió en silencio. Sus labios temblaron, quiso decir algo más, pero las palabras se quedaron atrapadas. Los vio marchar tomados de la mano, desapareciendo por la puerta de la cafetería, mientras dentro suyo crecía una amargura de celos.
Antes decía: Vivo con un capullo que nunca se abre.
Resulta que el capullo sí floreció solo que ya no estaba a su lado.






