¡Pero si es que no conoces a los niños de ahora!
Hola, Rosario, te veo ahí en el huerto y he pensado en saludarte dijo Carmen Martínez, dando pasitos junto a la verja.
Con Rosario Sánchez vivían en extremos opuestos del pueblo. Carmen y su marido, Vicente, cerca del río, mientras que Rosario tenía su casa más cerca del bosque.
Antes apenas se hablaban, tenían suficientes vecinos cerca. Pero ahora, resulta que todos los nietos de esos vecinos ya son mayores. Sin embargo, este verano, los hijos de Carmen quieren dejarle a sus nietos, Adrián y Raúl, ¡un mes entero! Dicen que están hartos de la ciudad.
Antes, cuando a su hijo Jorge le iba bien, se iban todos de vacaciones al extranjero. Pero ahora las cosas han cambiado, y de repente se acordaron de que los abuelos viven junto al río, en plena naturaleza. Y esta vez no era solo un fin de semana, como otras veces, sino ¡un mes completo!
Eso sí, madre le advirtió Jorge, no se llevan muy bien. Raúl, con trece años, se cree mayor. Y Adrián no está dispuesto a obedecerle. ¡Siempre están discutiendo!
¡Qué va, si no vamos a poder con nuestros propios nietos! Que vengan, ya veremos respondió Carmen con optimismo. Pero al colgar, dudó. Los niños ahora no son como antes. A veces ni sabes cómo acercarte. Los traían pequeños, pero ahora ¿Cómo se portarán? Le entró un poco de miedo. ¿Y si no podía con ellos?
Vicente, su marido, era un hombre de carácter, no iba a tolerar desobediencias. Y menos peleas.
Así que Carmen decidió asegurarse. Fue a casa de Rosario, a ver si sus nietos, que parecían de la misma edad, podían hacerles compañía.
Recordaba que, en su época, lo importante era mantener a los niños ocupados. Así habría menos problemas, y si se hacían amigos, mejor.
¡Pasa, Carmen! la recibió Rosario al verla. ¿A qué debo el placer?
Pues mira, me traen a los nietos un mes entero, y los tuyos, ¿no son más o menos de su edad? Podríamos juntarlos, si se llevan bien, todos contentos dijo Carmen con una sonrisa.
¡Pero si es que no conoces a los niños de ahora! se rio Rosario. ¿No te da miedo tenerlos tanto tiempo? ¡Los míos me dejaron los nervios hechos polvo! Y mi Vicente hasta quiso mandarlos de vuelta. Pero bueno, si te animas, tráelos, que se conozcan. Al fin y al cabo, ¡son nuestros nietos!
El fin de semana llegó Jorge con su mujer, Elena, y los niños, Raúl y Adrián.
Se les veía más altos, y contentos de ver a los abuelos. A Carmen se le quitó un peso de encima.
¿De qué la había advertido Rosario? ¡Si estos chicos eran educadísimos! Y además, buenos estudiantes. Nada de qué preocuparse.
Madre, si pasa algo, llámame dijo Jorge al marcharse. Pero Carmen le hizo un gesto con la mano. ¡Anda ya, hijo! ¿Acaso no te criamos nosotros?
Esa noche, Adrián y Raúl tardaron una eternidad en dormirse. Los metieron en la antigua habitación de Jorge.
Pero el cambio de ambiente los tenía revolucionados. Hablaban alto, se movían, y Vicente, que ya estaba mosqueado, no podía pegar ojo.
¿Pero para qué aceptaste, Carmen? ¡Si no necesitan nuestro pueblo! ¡Y ahora aparecen aquí!
Por la mañana, los nietos no había quien los despertara.
Era casi la hora de comer, ¡y seguían durmiendo!
Abuela, déjanos dormir un poco más murmuró Raúl, el mayor.
Adrián, el pequeño, ni se inmutó.
¡Pero ¿cuánto van a dormir?! se quejó Carmen.
Entonces vio algo en el suelo. Se acercó y, al reconocerlo, se llevó las manos a la cabeza.
¡Los móviles de los niños tirados en el suelo!
¿Habéis estado jugando hasta tarde? ¡No se puede hacer eso! Los voy a confiscar, ¡así aprenderéis!
Raúl saltó de la cama al instante.
¡Devuélvemelo, no es tuyo! ¡Mamá me deja!
Pues ahora mismo la llamo a ver qué es lo que te deja replicó Carmen. Raúl dejó de forcejear, se enfurruñó y, dando un portazo, solo soltó: ¡Pues llama!
Pasaron dos horas sin salir de la habitación. Vicente ya iba a entrar a preguntar qué clase de boicot era ese el primer día. Pero al final aparecieron, los dos de morros:
No queremos tortilla, queremos nuggets o bocadillos calientes.
¿Ah, sí? Pues si la tortilla no os gusta, os quedáis sin comer respondió Vicente, ya irritado. ¿Y habéis hecho las camas? Voy a ver qué tal ¿De dónde salen estos paquetes de patatas vacíos y papeles de caramelos en la cama? ¡Y nada recogido! Ni siquiera habéis ganado el desayuno. ¡Recoged la basura y haced las camas!
¡No podemos estar sin comer! Adrián miró a Vicente con cara de pocos amigos. ¡Sois malos!
Vicente estuvo a punto de explotar, pero Carmen intervino. Venga, os enseño a hacer las camas, y mañana lo hacéis solos, ¿vale? Y los bocadillos, después de la tortilla. ¿Trato hecho?
Los malcrías. Hay que ser más duros con ellos refunfuñó Vicente. ¡Menudos melones tienen, y ni pizca de vergüenza!
Con los nietos de Rosario, Adrián y Raúl se hicieron amigos.
¡Pero lo que armaban los cuatro juntos!
Si jugaban en el patio de Carmen, luego ella, a escondidas de Vicente, recogía ramas, palos y quién sabe qué más. Las flores, rotas; entrando y saliendo de casa con los zapatos llenos de hierba; migas por todas partes ¡Hasta las patas de las sillas las dejaron bailando!
¡Un desastre total!
¡Pero ¿qué clase de niños son estos?! se quejaba Vicente. ¡Que no vuelvan más! ¡Si no hay manera con ellos! Oye, Raúl, ven conmigo, a ver si arreglamos las bicis para ti y Adrián. Y la abuela, con Adrián, que preparen la comida. ¡A ver si os ganáis el almuerzo!
¿Y tú también tienes que ganarte la comida, abuelo? preguntó Raúl, sorprendido.
¿Tú qué crees? ¿Me has visto alguna vez vagueando o durmiendo hasta el mediodía? En la vida nada es gratis, hay que ganárselo, ¡así es! Y encima, el primer día, ¡ya habéis roto la ropa! Menos mal que la abuela guardaba cosas de vuestro padre. Ahora corréis con sus pantalones, pero las cosas no caen del cielo. ¡Hay que currárselas!
Tú tampoco te pases, Vicente, que tú de pequeño no eras ningún santo le advirtió Carmen. ¡No te hagas el perfecto, que yo te conozco!
Cuando se fueron, los nietos se quejaron a sus padres:
¡El abuelo nos ha torturado! ¡Nos quitaba el móvil y nos hacía trabajar!
Pero una semana después, Jorge llamó asombrado.
Madre, padre, ¿cómo lo habéis hecho? ¡Adrián sabe pelar patatas y pasar la aspiradora! Raúl friega los platos y hasta ayuda en la cocina. ¡Y ahora hacen sus camas solos!
¿Y qué, íbamos a ser sus criados? se indignó Carmen. Claro que se enfadaron, y se fueron contentos. No sé si querrán volver
Pero al año siguiente, Adrián y Ra






