Sin mí, no habrías alcanzado nada

Sabes, Cris, últimamente tengo pocos clientes dice Ana, frotándose la nariz mientras se reclina en el respaldo de la silla del café en la Plaza Mayor de Madrid. ¿Habrá sido un error dejar la oficina?

Entonces vuelve responde Crisanta, indiferente, removiendo su capuchino. Allí te recibirían con los brazos abiertos.

Ana frunce el ceño y sacude la cabeza.

Mejor seguir por mi cuenta que estar bajo el control constante de los jefes. Solo necesito darme a conocer mejor.

En los últimos seis meses dedica toda su energía a desarrollar su negocio de fotografía. Crea un portafolio, abre una página en Instagram, publica sus trabajos con regularidad. Los clientes aparecen, pero de forma irregular: una semana está llena de sesiones, la siguiente solo el viento sopla en sus bolsillos. Ana sabe que necesita tiempo, paciencia y mucho esfuerzo.

Crisanta trabaja como asesora de ventas en una gran cadena de electrónica. Comunicativa, con una sonrisa fácil y la capacidad de conversar de cualquier tema, rápidamente se lleva bien con los compradores. Cuando la charla llega a fiestas familiares o celebraciones próximas, menciona de paso a su amiga fotógrafa. En un par de ocasiones eso le trae a Ana encargos nada de gran magnitud, pero sí un gratificante empujón.

¿Te acuerdas de la pareja que vino la semana pasada? dice Crisanta, tomando otro sorbo de café y entrecerrando los ojos. Fue a la sesión infantil que les recomendé.

Ah, sí, claro asiente Ana. Gracias, por cierto. Son gente muy amable, el niño es un encanto.

No hay de qué dice Crisanta alzando la mano. Pero, por lo justo, podrías desprenderme una parte.

Ana se queda con la taza a medio camino de los labios.

¿Qué?

Es lógico, encoge los hombros Crisanta. Yo traigo los clientes, tú haces las fotos. Somos socios.

Ana mira a su amiga un segundo, intentando descifrar si está bromeando. Después suelta una carcajada.

A veces tu humor me asusta.

Vamos, sonríe Crisanta. Solo pienso en voz alta.

La conversación pasa a series, conocidos en común y planes de fin de semana. Ana pronto olvida el extraño comentario; probablemente solo fue una broma fallida.

Los meses se convierten en una sucesión de sesiones. Ana dispara bodas, cumpleaños infantiles en salas de juegos, retratos corporativos para currículos. Publica anuncios en portales, colabora con organizadores de eventos y pide reseñas a sus clientes. La base de clientes crece lentamente, pero con firmeza.

Crisanta sigue insinuando su aporte. De vez en cuando suelta: «Sin mí no tendrías trabajo», o con aparente resentimiento: «Te he mandado a tantas personas y no me has agradecido como corresponde». Ana la despacha. A su amiga le gusta exagerar su papel en los éxitos ajenos; es parte de su carácter. Y, en efecto, le ha enviado algunos clientes. Pero sin ella Ana también saldría adelante.

Un día Ana llega a casa de Crisanta. La amiga luce pálida, con ojeras marcadas. Mientras toman el té, Crisanta suelta:

Ya basta. No puedo más.

¿Qué pasa? levanta Ana la vista del móvil, donde retoca fotos.

Me despido, se lleva la mano por la cara. Estoy harta de esta tienda. Los clientes son eternamente exigentes, la dirección presiona, el horario es imposible. Ya no aguanto.

¿En serio? deja el móvil a un lado. ¿Y después qué harás?

No lo sé todavía, encoge los hombros. Descansaré, pensaré. Quiero algo mejor, pero aún no sé qué. Tal vez busque trabajo en una oficina, o cambie de sector.

Decisión valiente asiente Ana. Si estás segura, te deseo suerte.

Las semanas tras el despido pasan relajadas. Crisanta sale con amigas, recorre tiendas y publica en redes fotos con subtítulos como «merecido descanso» y «por fin vivo para mí». No sube su currículum a portales ni asiste a entrevistas. Cuando Ana le pregunta sobre la búsqueda de empleo, responde evasivamente: Estoy mirando, pero nada interesante ha surgido, no hay prisa.

Un mes después su tono cambia. Crisanta se queja:

Malditas hipotecas, apunta con el dedo a la pantalla del móvil. Es la tercera vez que el banco me llama por retrasos.

¿No habías pensado en aceptar algún trabajo temporal mientras encuentras algo mejor? sugiere Ana con cautela.

¿Y a dónde me llevaría eso? frunce el ceño Crisanta. O pagan migajas, o exigen cualificaciones imposibles. No aceptaré cualquier cosa; tengo experiencia y estudios.

Ana guarda silencio. Discutir sería inútil; Crisanta siempre hallará una excusa. Evidentemente espera un milagro: o una oferta perfecta caiga del cielo, o el dinero aparezca solo.

Mientras tanto, el trabajo de Ana prospera. Acaba de fotografiar una suntuosa boda. Los novios son agradables y agradecidos; la novia había preparado una lista de tomas imprescindibles y el novio apoyaba todas las ideas. La sesión ocupa todo el día: preparativos, ceremonia, banquete. Ana vuelve a casa exhausta pero satisfecha. El revelado le lleva varios días. Además, la pareja solicita un montaje de vídeo con los momentos más destacados. Al final recibe una remuneración adecuada, suficiente para cubrir sus gastos mensuales.

A esa hora el móvil vibra. Es Crisanta.

Hola suena la voz de su amiga, formal. Necesitamos hablar.

¿De qué? sigue Ana, sin dejar de editar otra sesión.

¿Fotografiabas la boda la semana pasada?

Sí, la cubrí. ¿Qué pasa?

Esa pareja la presenté. La novia compró una nevera en nuestra tienda hace unos cinco meses y le hablé de ti.

Ana frunce el ceño. La novia la había encontrado a través de redes sociales, tras buscar fotógrafa, revisar portafolios y decidirse.

Cris, ella me encontró en Instagram.

Y bien, resopla Crisanta, irritada. Yo le hablé de ti, la recordó y me contactó. Así que soy parte del proceso. Entonces, pásame diez mil euros.

Ana se queda paralizada.

¿Estás bromeando?

No, no es una broma. Te ayudé, ahora quiero mi parte.

¿Estás loca? intenta mantener la calma Ana. Solo mencionaste mi nombre hace unos meses. Eso no te convierte en socia.

Sí lo hace insiste Crisanta, obstinada. Sin mi recomendación la novia nunca me habría encontrado.

Sin mi recomendación habría elegido a otro fotógrafo replica Ana, cada vez más enfadada. Mi ingreso depende de mi trabajo, mis habilidades y mi esfuerzo. Tú no tienes nada que ver.

Ah, ¿así que ahora no sirvo de nada? la voz de Crisanta se vuelve helada. Cuando te faltaban clientes me quejaba, cuando te enviaba gente te alegrabas. ¿Y ahora que el dinero llega, ya no me necesitas?

Esto es una locura dice Ana, frotándose la frente. Entiendo tus problemas financieros, pero no justifica que me exijas dinero por un simple comentario. Te has ido sin buscar empleo y ahora intentas sacarme plata.

Una verdadera amiga ayudaría se vuelve acusadora Crisanta. No te pido que me mantengas. Solo quiero lo que me corresponde.

No has hecho nada digno de remuneración responde Ana con brusquedad. Solo dijiste a algunas personas que conocías a una fotógrafa. Yo he invertido tiempo, dinero, equipos y noches hasta las tres de la madrugada. ¿Y tú? ¿Qué has hecho? ¿Ver series en el sofá?

¿Crees que eres tan exitosa? sisea Crisanta. Sin mí no habrías llegado a nada.

Sabes qué, Cris exhala Ana, cansada. Me harto de escucharte. Resuelve tus hipotecas, busca trabajo, actúa como adulta y deja de pedirme lo que no es tuyo.

Ya no eres mi amiga grita Crisanta y cuelga.

Ana se queda unos minutos con el móvil en la mano, procesando lo ocurrido. La absurdidad le parece una forma de chantaje, una manipulación, pura insolencia.

Abre la aplicación de mensajería y bloquea a Crisanta. Luego entra en sus redes sociales y hace lo mismo. Añade el número a la lista negra. Sin despedidas ni explicaciones, la elimina de su vida con un solo gesto.

Se recuesta en el sofá y cierra los ojos. ¿Cuántas veces ha tolerado insinuaciones y extrañas propuestas de ganancia conjunta? ¿Cuántas veces ha ignorado comentarios tóxicos, justificándolos como rasgos de su amiga? Desde el principio ondeaban banderas rojas; bastaba con prestarle atención.

Los verdaderos amigos no exigen dinero por una ayuda casual. No intentan generar culpa para cobrar. Se alegran de tus logros, te apoyan en los tropiezos y no piden compensación material.

Ana abre los ojos y mira la pantalla del portátil, donde una foto sin editar la espera. Tiene que seguir trabajando, buscar nuevos clientes, perfeccionar su arte. Y, sobre todo, rodearse de personas que no calculen la amistad en euros.

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MagistrUm
Sin mí, no habrías alcanzado nada