La vecina dejó de visitar a la abuela María y comenzó a difundir el rumor de que la abuela ha perdido la razón en su vejez, ¡pues dice que tiene un wolverine o un hombre lobo en casa!

En un pequeño pueblo de la provincia de Burgos vivía sola la abuela Carmen, una mujer de buen corazón y manos hábiles. Un día encontró en su huerto un gatito gris y diminuto, tembloroso bajo la lluvia. Carmen, que tenía una vieja casita de campo con una chimenea de ladrillo siempre chisporroteante, lo acogió entre sus brazos. El calor del fuego y la leche tibia que le sirvió la hicieron sentir una ternura inesperada; por fin la abuela ya no estaba sola para conversar.

El gatito ronroneaba mientras escuchaba las canciones que Carmen cantaba, y jugaba con ovillos de lana mientras ella tejía medias y guantes. Con el paso de los meses, el felino creció y se convirtió en un ágil cazador de ratones y ratas, patrullando su territorio con maestría. Saltaba de árbol en árbol y, al ver a la abuela, descendía rápido para acompañarla. Carmen, sin darle mayor importancia a sus curiosas costumbres, empezó a llamarle cariñosamente Gatón. Así, Gatón respondía al nombre como quien reconoce a un viejo amigo.

Una vecina, Doña Consuelo, empezó a murmurar que la anciana había perdido el juicio en la vejez, pues afirmaba que Gatón era una criatura extraña, más parecida a una comadreja que a un gato. Carmen no le prestó atención. Una tarde de verano, mientras cosechaba fresas y moras, escuchó un siseo entre los arbustos. Al agacharse, descubrió una enorme serpiente de cascabel preparada para atacar. Sus piernas temblaron y la edad le impedía moverse con rapidez. Pero antes de que pudiera retroceder, Gatón se lanzó sobre el reptil y, en cuestión de segundos, lo dominó, jugando con él y arrastrándolo hasta la rama más alta de un nogal.

Al día siguiente, la serpiente cayó por accidente en el patio de Doña Consuelo, que la soltó gritando como una cerda asustada. Gatón, sin inmutarse, la atrapó de nuevo y la volvió a su jardín. Desde entonces la vecina evitó visitar a la abuela, alimentando el rumor de que Carmen albergaba a una bestia o a un ser sobrenatural.

Gatón se acomodaba en la alfombra al lado de la cama de Carmen, mientras ella lo acariciaba y él dormía enrollado. Le gustaba pasear entre la hierba alta del campo y, a veces, en los calurosos mediodías, se quedaba dormido bajo la sombra de los olmos, pero siempre volvía a casa al anochecer.

Una noche, mientras la abuela dormía con la ventana entreabierta para que Gatón pudiera salir al jardín, dos borrachos del pueblo, que sabían que Carmen acababa de cobrar su pensión, se colaron por la ventana. Con una toalla improvisaron una mordaza para impedir que hablara. Al despertar la anciana, los ladrones la interrogaron por el dinero, pero ella, aturdida y sin poder gritar, solo sollozaba.

Al oír el alboroto, Gatón saltó al salón, derribó la mordaza y encendió la luz con un rápido movimiento. En la penumbra apareció una enorme sombra peluda que se lanzó contra los ladrones: se abalanzó sobre el cuello de uno, le hirió la garganta, y sobre el ojo del otro, dejándolo aúillar como un cerdo. La sombra, un duende del bosque al que los aldeanos llamaban El Ente, rugía con ojos verdes que brillaban en la oscuridad.

Carmen, con valentía, retiró la mordaza y, al reconocer a los intrusos, gritó con todas sus fuerzas: ¡Auxilio!. Las luces de todas las casas del pueblo se encendieron y los vecinos, al oír los gritos, corrieron al hogar. Allí encontraron a los dos asaltantes tirados en el suelo, cubiertos de sangre; uno había intentado escabullirse, el otro sostenía su garganta sangrante. Carmen permanecía sentada en la cama, abrazada al gato que siseaba y vigilaba la puerta.

Los aldeanos, tras recoger el dinero robado, lo devolvieron a la abuela y decidieron no denunciar a los ladrones, pues prefirieron resolver el asunto entre ellos. Los dos hombres fueron expulsados del pueblo y, aunque prometieron nunca más molestar a Carmen, la advertencia quedó clara: No vuelvas a tocar al gato de la abuela, que no es un simple gato, sino su guardián.

Al día siguiente, mientras la noticia del suceso se propagaba, Doña Consuela se acercó a pedir perdón y, al ver al gatito dormido en el regazo de la anciana, comprendió que el verdadero valor de Carmen no estaba en su pensión, sino en su bondad y en la lealtad de Gatón. Desde entonces, la vecina dejó de murmurar y empezó a ayudar en el huerto.

Así, la historia de la abuela y su gato enseñó que la verdadera fuerza no siempre se mide por la apariencia, sino por la entrega desinteresada y la protección que ofrecemos a los que amamos. Cuando el corazón es generoso, hasta la sombra más temible se rinde ante la luz de la solidaridad.

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MagistrUm
La vecina dejó de visitar a la abuela María y comenzó a difundir el rumor de que la abuela ha perdido la razón en su vejez, ¡pues dice que tiene un wolverine o un hombre lobo en casa!