Encontré el diario de mi madre. Al leerlo, comprendí por qué siempre me trató de manera diferente a mis hermanos.

Encontré el diario de mi madre. Al leerlo, comprendí por fin por qué me trató siempre distinta a mis hermanos.

Siempre tuve la sensación de que algo no encajaba. Como una pieza de puzle que no corresponde al mosaico familiar. Mis hermanosel mayor, Carlos, y la menor, Lucíaparecían haber nacido con el permiso oficial de mamá para recibir mimos, palabras dulces y paciencia sin fin.

Yo, en cambio, recibía una distancia fresca que me dolía desde pequeña. Nunca supe el motivo, así que con los años me inventé mil explicaciones.

¿No cumplí sus expectativas? ¿Hice algo mal? Preguntas que me acompañaron toda la vida, hasta el día en que descubrí algo que cambió mi visión de la familia para siempre.

Mi madre falleció hace unos meses. Sólo ahora reuní el valor para ordenar sus cosas. Carlos y Lucía se encargaron de los trámites y la burocracia. Yo me aventuré a revisar los objetos personales que nadie quería tocar.

El armario, repleto de vestidos antiguos, aún olía a los perfumes que ella usaba. Tocaba las telas con una mezcla de nostalgia y dolor, recordando aquellas noches frías de mi infancia en que ansiaba su cercanía y, en su lugar, recibía una mirada gélida y un seco: «Ahora no tengo tiempo».

Al fondo del cajón encontré lo que no esperaba: un cuaderno polvoriento atado con una cinta. Lo abrí con cautela, sintiendo el corazón martillar más fuerte. En la primera página sólo estaba el nombre de mi madre, María, y el año1978. El año de mi nacimiento.

Las páginas iniciales estaban llenas de sueños juveniles y anotaciones triviales. Las leía entre tristeza y curiosidad. Pero cuando llegué al otoño de su vida, sentí que el suelo se me desvanecía bajo los pies.

«Hoy le dije a Juan que estaba embarazada. Guardó silencio, y al final soltó: No puedo, María. Sabes que tengo familia. Nunca te prometí nada más. Se marchó dejándome sola en la banca del parque. Pensé que me moría de desesperación. ¿Cómo le contaré esto a mi marido? ¿Y a los niños?»

Seguí leyendo, cada entrada más devastadora que la anterior. Cada página revelaba una verdad que, sin saber, había temido toda mi vida. El padre que conocía no era mi verdadero papá. El hombre al que mi madre amaba sin ser correspondida la abandonó, dejándola sola. Su matrimonio, aunque sobrevivió, quedó marcado por mi llegada al mundo.

«Di a luz a una niña. Cuando la miro, veo su rostro. No sé si podré amar a esa hija como a los demás niños. Es el vivo recordatorio de mi debilidad y mi vergüenza. Cada mirada a ella duele».

Leí esa frase una y otra vez, sin poder contener las lágrimas. Finalmente entendí por qué mi madre siempre me trató de modo distinto. Yo era el recordatorio inconsciente de su mayor error, de un amor que jamás se concretó. No supo separar el dolor de la criatura que había dado a luz.

Me quedé horas en su habitación, con el cuaderno en el regazo, sollozando por nuestro destino compartido. Sentía ira, culpa, tristeza y, sobre todo, una enorme pérdida: años de indiferencia en vez de cariño. Pero, por primera vez, también surgió compasión. ¿Cuánto habrá sufrido ella, guardando aquel secreto durante tanto tiempo?

En los días siguientes cambié la mirada sobre mi propia vida. Siempre temí al rechazo y dudaba de merecer amorahora comprendía el porqué. Mi madre llevaba dentro un rencor que, sin querer, descargó sobre mí. Ese descubrimiento me obligó a replantearme quién soy: ¿una hija no deseada o una mujer que, pese a todo, sabe amar?

Decidí hablar con mis hermanos. Les conté del diario. Quedaron helados. Carlos me abrazó como si fuera a desmayarse, y Lucía lloró larguísimo. Admitieron que siempre sintieron que yo era tratada distinta, aunque no sabían nombrarlo. Su amor por mí no cambió; al contrario, quizá se hizo más fuerte.

Hoy, aunque las heridas siguen frescas, ya no me atormenta la pregunta ¿por qué?. Sé que mi madre nunca pudo superar su propia trauma. La perdoné, porque entiendo lo difícil que es cargar una secretiva que sangra a cada momento. Yo misma he decidido no permitir que el pasado defina el resto de mi vida. Empecé terapia, intento reconstruir mi autoestima y aprendo a amarme, algo que nunca antes conocí.

Porque, al fin y al cabo, aunque nací de un error ajeno, mi vida vale tanto como la de cualquier otro ser. Tengo derecho a ser feliz, a aceptarme y a amar, aunque mi madre nunca supo hacerlo conmigo.

Y quizá, ahora que conozco la verdad, aprenda a vivir de verdad: sin miedo, sin vergüenza, en armonía conmigo misma.

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MagistrUm
Encontré el diario de mi madre. Al leerlo, comprendí por qué siempre me trató de manera diferente a mis hermanos.