La Casa de Campo Extranjera

La Casa de Campo Abandonada

Hace un año, los Martínez compraron una casa de campo. Al cumplir los cincuenta, Pedro sintió un fuerte deseo de tener una segunda residencia. Su infancia en el pueblo le recordaba a la casa familiar y a los huertos.

La casita, aunque pequeña, estaba bien cuidada. Pedro le dio una mano de pintura a la cabaña, arregló la valla y cambió el portón. Había suficiente tierra para patatas y algunas hortalizas, pero el frutal dejaba que desear: pocos árboles y ningún arbusto, excepto unos pequeños frambuesos.

No te preocupes, cariño, poco a poco lo iremos equipando dijo Pedro mientras se ponía manos a la obra.

Carmen paseaba entre los bancales, aprobando los proyectos de su marido.

Por un lado, los vecinos eran simpáticos; aunque no venían mucho, cuidaban su terreno. Pero al otro lado, era un completo abandono. La vanda estaba torcida y todo cubierto de maleza alta.

Esa hierba fue una pesadilla para los Martínez todo el verano.

Pedro, esto es insoportable, la hierba se nos mete en el jardín, parece que va a invadirlo todo.

Pedro agarraba entonces su azada y se ponía a arrancar las malas hierbas con fuerza. Pero estas parecían inagotables y siempre volvían.

Carmen, mira qué bien van los perales de los vecinos comentó Pedro, señalando el jardín abandonado.

Y este albaricoquero está espectacular añadió Carmen, señalando un árbol que prometía una buena cosecha. Algunas ramas incluso se extendían hasta su jardín.

Ojalá conociéramos a los dueños al menos una vez se quejó Pedro. A lo mejor vendrían a recoger algo.

En primavera, Pedro no pudo resistirse y regó los árboles de los vecinos con su manguera. Le daba pena verlos sufrir con el calor.

Pero ahora, esa hierba imparable no les daba tregua.

Podrían haber cortado la hierba al menos una vez en todo el verano se quejaba Carmen.

La siguiente vez que llegaron, los Martínez se quedaron maravillados con la cosecha de albaricoques. En la zona no era algo raro, muchos los cultivaban, pero en un terreno abandonado

No, voy a cortar su hierba anunció Pedro. No soporto ver este lugar ahogándose en maleza.

Mira, Pedro dijo Carmen, señalando las ramas cargadas de albaricoques que colgaban en su jardín.

Pedro trajo una escalera pequeña. Vamos a recogerlos antes de que se pudran, aquí no ha aparecido nadie.

Pero es de los demás dijo Carmen con precaución.

Se perderán de todos modos contestó él, y empezó a coger los frutos más maduros.

Bueno, vamos a por frambuesas para los nietos propuso Carmen. Has cortado la hierba, es un trueque justo por el trabajo.

Parece que podríamos recogerlo todo, nadie cuida este lugar. Es como un huérfano pegado a nuestro terreno, a nadie le importa.

(inspirado por el artista Juan Pérez)

En el trabajo, durante un descanso, Pedro se unió a una conversación entre compañeros. Los repartidores comentaban sus experiencias.

Hay alguien que se mete en mi huerto en cuanto me descuido, ya han sacudido mis árboles dos veces se quejaba Nicolás Gutiérrez, que estaba a punto de jubilarse.

Al oírlo, Pedro sintió cómo le sudaban las manos, recordando que hacía poco había cogido albaricoques con su mujer, y que los perales también prometían buena cosecha.

¿Dónde está tu casa de campo? se atrevió a preguntar Pedro, temiendo la respuesta.

Por ahí, en la asociación de huertos de Toledo.

Ah suspiró Pedro, ya veo. La nuestra está más arriba.

Sí, por vuestra zona madura todo antes reconoció Nicolás. Aquí llega más tarde, pero igual vienen a saquear. Hasta han desenterrado algunas patatas. Estoy pensando en poner una trampa.

Poner una trampa te puede traer problemas dijo uno de los hombres. Acabarás en la cárcel.

¿Y robar está permitido? se indignó Nicolás.

De vuelta a casa, Pedro se sintió invadido por el remordimiento. Aunque no fuera el huerto de su compañero, le atormentaba haber cogido fruta ajena. De pequeño era diferente. A veces corría por los huertos de otros, pero solo por juego.

Aquí eran vecinos. Habían cogido sus albaricoques. Y ahora miraban con ganas los perales.

Claro, Pedro había plantado árboles jóvenes que algún día crecerían. Pero aquel albaricoquero de los vecinos era una pena dejarlo perderse.

No vendrá nadie intentaba calmarlo Carmen. Si no han aparecido en todo el año, no lo harán ahora.

Pero me siento como un ladrón se atormentaba Pedro.

¿Quieres que tire los albaricoques? preguntó su mujer. La verdad, ya he dado la mitad a los niños se justificó.

Déjalo, ya es tarde.

Así pasaron el verano cuidando el terreno vecino, quitando la maleza. Observaban los perales, esperando ver aparecer a los dueños.

Pero cuando la fruta cayó al suelo, Carmen recogió algunas en su delantal.

En otoño, tras arreglar su parcela, echaron un último vistazo a la del vecino. Hasta la vanda parecía suplicar que enderezasen sus tablas torcidas.

Cerca del portón había escombros, restos de una construcción pasajera: trozos de madera podrida, cristales rotos, retales de tela pero incluso entre esos desperdicios, algunas flores tardías intentaban brotar.

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Ese invierno, al recordar los días de verano, Pedro sintió una dulce nostalgia por la casa de campo.

Con la llegada de la primavera, al aparecer los primeros brotes, los Martínez volvieron.

Este año, ¿crees que los dueños aparecerán? preguntó Carmen, refiriéndose al terreno abandonado.

Pedro suspiró. Pobre huerto, y los árboles, qué desperdicio

Cuando llegó el momento de labrar, Pedro llamó a un tractorista.

Y todo el rato no podía evitar mirar el terreno vecino. Ya habían quitado la maleza con Carmen para que no se extendiera, pero ese trozo de tierra también necesitaba ser trabajado

Oye, amigo, ¿y si labramos también el de al lado? Yo pago propuso Pedro.

Pero ¿qué haces, Pedro? preguntó Carmen, eso es de otros.

No soporto verlo así

¿Y qué, vamos a cuidar terrenos ajenos para siempre? razonó su mujer.

Espera, después de comer vamos a la asociación de huertos a ver de quién es este terreno. Esta maleza me molesta, y este huerto abandonado

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En la asociación, una mujer con gafas en la punta de la nariz hojeaba un registro lleno de anotaciones. ¿Cuál es la dirección? ¿Calle de los Cerezos, 45?

Sí, esa respondió Carmen. Podrían al menos cortar la hierba y recoger su fruta, es una pena, con este frutal tan bueno.

Bueno, ya está aseguró la mujer. Los dueños lo han abandonado, ahora es terreno público.

¿Así que no tiene dueño? preguntó Pedro.

Eso parece. Los antiguos dueños eran mayores, fallecieron. Su pariente más cercano, un sobrino, renunció a la herencia, no tiene tiempo los miró. ¿Quieren comprarlo?

¿Comprar el terreno?

Sí. Sería barato. Y todos los papeles están en orden.

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