Mamá, ella es Leonor anunció Rodrigo con una ligera ruboración, introduciendo a la joven en la casa a altas horas de la noche.
Buenas noches respondió Fernanda, observando a la inesperada visita con desagrado. Qué hora tan adecuada para presentaciones. Falta media hora para la medianoche
Le dije a Rodrigo que ya era tarde replicó la chica al instante. ¿Pero él me escucha? ¡Es tan terco!
Buen movimiento, pensó Fernanda. Se excusa y además le echa la culpa a él. Desagradable, esta muchacha.
Entonces, pasen invitó la madre sin añadir nada más y desapareció por el pasillo hacia el dormitorio.
¿Qué podía hacer? No iba a echar a su hijo único de casa en plena noche, mucho menos por una desconocida. Si iban a convivir, que así fuera. La madre está para proteger al hijo y abrirle los ojos. Y ella, Fernanda, lo haría rápido. Rodrigo acabaría mandando a Leonor fuera sin ningún remordimiento, aliviado de librarse de ella.
Toda la noche transcurrió en vela, diseñando un plan para expulsar a la intrusa.
No era que estuviera en contra del matrimonio de Rodrigo. El joven ya tenía treinta años, más que preparado para una vida en pareja.
¡Pero no con ella!
En primer lugar, claramente era mucho más joven. Señal de inestabilidad y de cabeza ligera.
¿Qué clase de esposa, madre o ama de casa sería?
En segundo lugar, su carácter hablaba por sí mismo: apareció en casa ajena de noche, sin siquiera disculparse. Peor aún, culpó al hijo sin razón alguna
¡Y encima se quedó a dormir!
¿Sería esa su primera vez o ya tenía la costumbre?
En tercer lugar, simplemente no le agradaba.
Pronto Rodrigo también dejaría de interesarse.
¿Para qué perder tiempo?
Al final, el plan resultó innecesario.
La propia Leonor dio a Fernanda más que suficientes motivos para poner orden en la casa.
El primer aviso llegó por la mañana.
Leonor se metió a la ducha y salió casi una hora después. Rodrigo paseaba de un lado a otro, impotente, hervido de irritación.
Hijo, ¿qué ocurre? preguntó Fernanda, dulcemente, demasiado dulcemente. La chica se está arreglando, quiere complacerte
¡Pero tengo que trabajar!
Toca a la puerta y explica que no estás solo en el apartamento sugirió la madre.
No sirve, refunfuñó él. Hablaremos después. ¿Y tú, madre, no llegarás tarde?
¿Yo? No. Ya me he arreglado. Preparé quesitos. Ven a desayunar.
¡Ni siquiera me he lavado!
No importa, lo harás después. Aprovecha el tiempo que te queda y come bien. Tienes todo el día por delante.
Rodrigo se sentó a la mesa.
Fue entonces cuando Leonor salió de la ducha con una toalla envuelta en el pelo. Lucía encantadora.
¡Por fin! exclamó Rodrigo, lanzándose al espejo empañado. Se lavó a toda prisa, se afeitó deprisa, tragó el quesito más pequeño y, al salir, gritó:
¡Hasta la noche! Espero que os llevéis bien.
¡Rodrigo! llamó Leonor. Hoy íbamos a recoger mis cosas, ¿te acuerdas?
Vamos. Por la noche. ¡No te enfades! la voz ya se escuchaba desde el edificio.
Fernanda se levantó, fue a la entrada, cerró la puerta tras su hijo, se volvió hacia Leonor y, sin rodeos, preguntó:
¿No tienes vergüenza?
No, sonrió la chica. ¿Debería?
¡Rodrigo llegará tarde por tu culpa!
No llegará. Probablemente tome un taxi. No te preocupes, todo irá bien.
De todas formas, recuerda: no estás sola aquí. Si quieres bañarte una hora por la mañana, levántate antes. Menos mal que hoy no trabajo.
No volveré a hacerlo respondió Leonor, sencillamente. Lo siento.
Fernanda quedó ligeramente atónita. Esperaba una discusión. Pero eso
Está bien, refunfuñó, dirigiéndose al baño.
Lo primero que vio fue el tubo de pasta de dientes. Nuevo, abierto, aunque aún quedaba algo del anterior.
Leonor, ¿por qué sacaste una pasta nueva?
Me gusta más ésta
Espero que traigas la tuya, y también tu champú.
Claro, señora Fernanda
¡Y las toallas!
Las llevaré
Por mucho que intentara provocar una pelea, Leonor no le dio margen. Asentía a todo, obediente, tomando nota de sus futuras obligaciones.
Cansada de buscar pretextos, Fernanda fue directa al grano.
¿Qué haces aquí?
Rodrigo y yo nos amamos
Claro que amas a un chico así. Lo que no entiendo es: ¿qué ve él en ti?
Nunca se lo pregunté
¿Quiénes son tus padres?
Mi madre es costurera en una fábrica.
¿Y tu padre?
Nunca lo conocí.
Entiendo. Criada sin padre. ¿Cómo crees que serías una buena esposa para mi hijo?
Lo intentaré
Intenta, no lo intentes, nada resultará contigo, niña. Mi hijo no te quiere. ¡Cree que te quiere! Yo lo conozco mejor. ¡Nunca te casará! ¿Para qué? Ya te has entregado todo.
Él me ama la voz de Leonor tembló. Estoy segura.
Te equivocas. ¿Crees que eres la primera?
No lo pienso pero tampoco importa
¿No importa? Dentro de una semana te cansarás de ti. ¡Ni siquiera perteneces a la misma categoría! ¡Intelectual! ¿Has oído esa palabra?
La he oído. Solo que aquí no tiene sentido.
¿Por qué?
Tengo estudios superiores.
¿Y luego? Mira, chica, haría mejor que volvieras a casa. Este no es tu sitio. Pasé la mañana intentando explicarte y no lo entiendes.
Está bien, me voy. Pero, ¿qué le dirás a Rodrigo? No le gustará.
¡No es asunto tuyo! Vete y no vuelvas. No eres bienvenida.
Fernanda hablaba y se admiraba a sí misma: ¿qué se había apoderado de ella? Nunca había dicho a nadie una décima parte de lo que le lanzó a Leonor. Las palabras ácidas brotaban como veneno.
¿Y Leonor?
La joven miraba a Fernanda y comprendía todo.
¡La madre tenía celos del hijo! Se conocían hacía menos de un día y ya
Sin embargo, cuando el sol se puso sobre Lisboa, Fernanda sintió, por primera vez, el peso del silencio de un apartamento donde jamás resonaría la risa de un nieto.






