La historia de Donka: Un viaje emocionante a través de la tradición y la identidad española

Qué nieta tienes, Antonio Ruiz, de ojos oscuros y dientes blancos.
¿De quién es? ¿No será tuya?

Claro que es mía, señor, es justamente mía Una sola vez en generaciones nace una así, y han pasado tantos años Es la nieta de mi hijo Arcadio, y yo seré su bisnieto.

Pero, Antonio, todos los de vuestra familia son de cabellos claros Yo conozco a todos los Ruiz, fueron sirvientes de mi abuelo Sus ancestros sirvieron con fe y lealtad

Sirvieron, sí, señor, pero ¿de dónde vino tal linaje? Nuestro abuelo fue recaudador, y su padre, y yo también

Los hijos se marcharon a la villa. Vlas, el cochero, sirve a la señora Carmen, buena y adinerada, que ha criado hijos y nietos. Semen, recaudador de la tienda, vive bastante bien y está por abrir su propio negocio. Arcadio, abuelo de Ana, subió de rango en el ejército, recibió medallas y el duque le elogió tanto que lo mantuvo a su lado y le ayudó mucho.

Arcadio lleva su hacienda con mano firme. Casó a su hijo Antonio con una joven de buen linaje, y así nació Ana, para alegría de todos. En mi familia raramente nacen niñas, mayormente hijos varones, pero cuando nace una, siempre será como Ana.

Así es, señor

Se sienta el anciano Ruiz, deshaciendo una red, mientras a su lado gira una niña de ojos negros, manos ágiles, dedos delicados, una belleza sin par, parecida a un milagro, y no parece una niña. A su lado está el joven caballero, Sergio García, que no puede separar la mirada de Ana.

Ana, ¿te casarías conmigo?
Soy muy pequeña, señor
Claro que sí, cuando seas mayor, ¿vendrás?
Cuando crezca, ya serás viejo. ¿Qué me ofreces? Yo buscaré a otro.
¿Y a quién? ¿Ya tienes a alguien?
No, aún no ha llegado el momento; la abuela Dominga dijo que lo sabré cuando él aparezca

La niña, con una mirada seria, parece adulta en sus reflexiones.

¿Abuela Dominga? Antonio, no entiendo. ¿Quién es esa Dominga? ¿Arcadio no tiene esposa del pueblo? ¿No será la Teresa?
Ay, señor no le hagáis caso, solo habla sin sentido, es una niña

Señor, ¿puedo jugar con el perro Valet? la niña corre como una chiquilla hacia el arroyo, compitiendo con el perro de caza del señor, llamado Valet.

¿Cómo sabe el nombre del perro? pregunta Antonio.
No lo sé, tal vez lo escuchó responde ella.
Lo traje hoy dice el señor, intentando no inventar cosas que no existen.

La niña corre alegremente por la ribera, mientras el spaniel de orejas largas ladra. Esa historia despertó en Sergio, un joven amante del misterio, la poesía y las cosas ocultas.

En otoño volvieron a encontrarse Ana y Sergio; ella había ido a recolectar setas con su abuelo, y él paseaba con Valet. Sergio recitaba versos bajo su aliento, mientras Valet, antes quieto a sus pies, corría hacia adelante con las orejas echadas atrás.

Valet, Valetín oyó Sergio la vocecita infantil.

Al pasar por el sendero vio al perro caer de espaldas, moviendo las patas ante la niña inclinada sobre él.

Hola, Ana.
Buenas, señor Sergio
¿Estás sola?
No, mi abuelo está recogiendo setas.

Se acercaron al abuelo.

Entonces, Ana, ¿has cambiado de idea? ¿Aceptarías casarte conmigo?

No, señor, otro destino me aguarda. Vivirás lejos, añorando tu tierra y a mí.

¿Y tú? preguntó él.
Nos encontraremos cuando sea mayor, pero nuestro encuentro será duro, como una despedida.

Hablas con pasión, Ana. respondió él.
No soy yo, es la abuela Dominga la que habla

¿Quién es esa Dominga? insistió el joven.
Una anciana del pueblo contestó la niña, corriendo a jugar con Valet.

Antonio, el viejo, finalmente reveló la leyenda familiar que explicaba la aparición de niñas como Ana.

Hace siglos, en tierras vecinas, se instaló una caravana gitana que cantaba y bailaba. Un noble de esa zona, muy aficionado a los gitanos, los acogía en su finca y los visitaba.

Una gitana, de belleza sobrenatural, de ojos chispeantes y labios como rubí, fue llamada Maravilla. Su canto hacía llorar a la gente y su danza hacía girar a los vientos. La llamaban hechicera, aunque ella era simplemente una gitana del campamento, y su nombre, Dominga, la acompañaba desde su infancia.

El noble, rendido, pidió al padre de Maravilla que le entregara a su hija.
¿Cómo puedo entregarla o venderla? exclamó el anciano gitano.
Los gitanos son libres; no puedo obligar a mi hija, que ella decida respondió.

Maravilla, con una risa que sacudía los sauces, contestó:
No soy una nieta para ti ¿Cómo puedes ofrecerme eso?

El noble, enloquecido, tiró monedas al aire, prometiendo lujos, vestidos de corte, carruajes dorados.
Irás al palacio, llevarás vestidos como la emperatriz, calzado de plata le dijo.

Maravilla replicó:
No me interesa el palacio, soy la dueña de la llanura, mis pies corren descalzos sobre el rocío. No quiero una jaula dorada. y con eso hizo que el noble la rechazara.

Los gitanos, al ver la obsesión del noble, abandonaron la zona en una noche y él, furioso, los persiguió con guardias, acusándolos de robar caballos. El caos se desató, y Maravilla salió, ordenando que se liberaran, y se marchó cantando mientras los guardias la seguían.

Así, el noble perdió lo que más amaba: su razón. La historia quedó como advertencia: el deseo desmedido destruye.

Con el tiempo, el hijo ilegítimo del noble, Víctor, regresó para guiar a su padre por el buen camino. Dominga, la anciana, le dijo al viejo que su hora había llegado. Dos semanas después, ella se fue al desierto, persiguiendo a su caravana, y Víctor la siguió.

Años después, surgió Víctor con su hijo y una pequeña niña de ojos oscuros, descendientes de Dominga. El anciano Sergio descubrió documentos que mostraban que tierras al oeste de su finca pertenecían a la familia Elías, y comprendió que su linaje estaba entrelazado con el de Dominga.

Los cambios en el país empezaron, y la revolución llegó. Sergio fue arrestado junto a sus compañeros en la antigua hacienda del padre de Víctor, y quedó encerrado bajo la orden de un alto mando.

Una noche, escuchó una voz delicada junto a la ventana: una joven de belleza imposible, iluminada por la luna, susurró:
Sergio, ven, solo tenemos media hora antes de que los guardias despierten.

La condujo a unas cuevas ocultas donde su pueblo había vivido en secreto durante siglos. Allí, ella, Ana, reveló su verdadera identidad:
Recuerda la leyenda de tu familia

Con su ayuda, Sergio y sus compañeros escaparon al puerto, cruzaron fronteras y, en el exilio, dibujó a Ana de memoria, entregando el retrato a un pintor que lo inmortalizó.

Se casó, amó a su esposa, pero siempre guardó en el corazón la imagen pura de Ana. Sólo cuando envejeció y se volvió un anciano frágil, descubrieron el secreto del retrato: la joven del cuadro había sido la propia Ana, que había ayudado a Sergio a huir y, años después, se casó con el alto oficial que había llegado aquella noche para salvarlo. Después de la represión, su esposo fue ejecutado, pero su familia fue rehabilitada; tuvieron tres hijos y una hija.

Ana vivió hasta la vejez, vio a su primer nieto y, cuando ese nieto tuvo una hija, todos quedaron asombrados al ver la semejanza con la bisabuela.

¿En qué familia está Elena? preguntó un vecino del barrio.
En la nuestra, respondió Nicolás, riendo, aunque su nombre parece ajeno.
¿Cómo se llama su muñeca? indagó el vecino, señalando los collares.
No son collares, es un monóculo contestó la niña, mirando con ojos negros al vecino y se llama Dominga.

Así, la historia de la familia Ruiz nos enseña que la vanidad y la codicia pueden cegar hasta al más noble, pero el amor sincero y la lealtad de los que permanecen fieles a sus raíces son la verdadera riqueza que perdura más allá del tiempo.

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