¡No podemos repartir el sofá! repito mientras doy vueltas nervioso por el salón, abriendo y cerrando sin sentido las puertas del armario.
¿Pensabas que iba a quedarme cruzado de brazos mientras tú haces ojitos a todo el mundo? ¡No te lo crees! grita Cruz, arrojando su bolso sobre el sofá. ¡Divorcio y división de bienes! Reúne tus euros y lárgate. Este es mi piso.
El piso puede ser tuyo, pero todo lo que hay dentro es mío. Yo lo he comprado todo.
¡Ya basta! chilla Cruz, quitándose el flequillo de la frente con ira. ¡Vete, no quiero volver a verte!
…
Cruz y Alejandro se casaron hace un año por un amor apasionado. No podían estar más unidos.
Se conocieron en una calle de Madrid bajo un sol ardiente. Caminaban por la acera y se cruzaron la mirada; ambos se giraron al mismo tiempo, se rieron, se detuvieron y empezaron a conversar.
Él la acompañó hasta la puerta. Se despidieron al anochecer. A la mañana siguiente se vuelven a encontrar y desde entonces no se separan.
Todo iba de maravilla hasta ayer, cuando Cruz sintió celos al ver a Alejandro con una compañera de clase que habían encontrado por casualidad en el centro comercial.
Cruz casi pasa de largo sin reconocer en aquella mujer de labios rellenados a su antigua amiga del instituto.
¿Te has puesto celosa o qué? le agarra del brazo a Nerea. ¿No la reconoces? La vi a lo lejos, no ha cambiado nada, sigue igual de gris
¿Nerea? Lo siento, no la reconozco dice Cruz, desconcertada, temiendo ofender. Le parece que frente a ella está la madre de Nerea. Nerea ha copiado su estilo y peinado y parece quince años mayor que su propia madre.
¿Nos tomamos un café? propone Nerea. Me duelen los pies, he estado corriendo desde mañana, comprando cosas. Mi padre celebra un aniversario y me ha enviado una lista; no encuentro la mitad.
Claro, vamos acepta Alejandro con gusto. Yo me comeré algo, tengo hambre.
Cruz tampoco se opone. No veían a Nerea desde el baile de fin de curso, casi diez años atrás, y quería ponerse al día con los antiguos compañeros que ahora están por todas partes.
Alejandro pide una chuleta con verduras, las chicas se ponen un helado.
¿Te acuerdas de Valerio? pregunta Nerea a Cruz, lanzándole una mirada hacia Alejandro. El de Denis, que siempre me seguía.
Sí, claro. ¿Y no eres tú la que lo vigilaba en el vestuario?
¡Exacto! No sabes nada. Él estuvo persiguiéndome dos años. Ahora está en Barcelona, tiene familia allí, ha conseguido buen trabajo. ¡Quién lo iba a decir! Era todo un caso.
Yo he visto fotos en el grupo. Pensaba que iba de excursión. ¿Y dónde está Zaira Varón? No la veo.
No sé nada de ella. La situación es complicada. Tuvo un hijo y el padre desapareció. Siempre la persiguen los tipos. ¿Te acuerdas de Víctor Pacheco? En el baile siempre me invitaba al salóncontinúa Nerea, mirando a Alejandro. Se casó, se divorció. Me manda corazones bajo sus fotos. No es lo mío. ¿Y tu Gervasio? ¿Se casó y se volvió agricultor?
¿Por qué dices que es tuyo?
¿No lo veías persiguiéndolo? ríe Nerea, mirando a Alejandro.
Alejandro se devora la chuleta sin prestar atención a la charla femenina.
Cruz empieza a ponerse tensa.
No lo perseguía, te equivocas saca del bolso un espejo y un lápiz labial, se retoca los labios. Alejandro, ¿has terminado? Ya es hora, ya me he hartado.
Se levantan, se despiden. Pero Nerea no quiere irse todavía:
¿Van en coche? ¿Me llevan? No quiero cargar con las bolsas en el metro.
Se sienta en el asiento del copiloto junto a Alejandro, coloca las bolsas en su regazo y arregla coquettamente el pelo.
Pensaba que teníais un coche de lujo, pero el vuestro es una chapuza. ¿No les conceden un préstamo decente? Yo le ayudaría a mi marido a comprar algo más presentable.
Escucha, mujergira Alejandro, riendo, dirigiéndose a Cruz. La gente lista dice lo que quiere. Yo quería, y tú que nos arruinemos.
Claro, hay que comprar un coche más fiableinsiste Nerea, inflando sus labios como un pato. Con este no se puede ir más allá de la ciudad. Mi hermano, que vive en Europa, me ha traído un coche. Mmm no se compara. ¿Quieres el número? Él te encontrará algo bueno.
Se nota a una mujer de negociose ríe Cruz. ¿Ayudas a tu hermano en su empresa? Está bien, dame el número, puede servirme algún día.
Cruz hierve de ira, sentada detrás de Nerea, tratando de mantener la calma y convertir la discusión en una broma.
Al llegar a casa, la explosiona:
¿Soy la buena y tú la mala? le lanza a Alejandro. ¿No le dejaste al chico comprar el coche? ¿Te guardaste el dinero? ¡A la bocona!
¿Estás loca? se sorprende Alejandro. No entiendes el humor y te pones celosa
¿Y cómo? Vamos, cuéntame. ¿Crees que no he visto cómo os mirabais? Si no estuviera en el coche, ya te habría dejado con ella. Me humilla y tú lo apruebas.
Basta ya. Estoy harto. Un conflicto sin razón y más peleas. Me canso.
¿Te cansé de mí? ¿Te aburrí? Lo he adivinado. No te quiero volver a ver. ¡Divorcio! Ya no dudo.
¿Qué te pasa?
Ya lo dije.
Sabes, si por cosas tan insignificantes organizas escarmientos, quizá nos hemos apresurado.
¡Exacto!
Cruz, que solo quería ponerle un poco de orden, no esperó que la riña tomara tal giro, pero no se rendirá.
Divorcio, pues divorcio aleja Alejandro, se detiene en medio del salón, mira a su alrededor. Vamos a repartir los bienes como corresponde.
Siempre supe que eras un tacaño sin escrúpulos.
¿Yo exijo justicia, eso me hace deshonesto? No soy un tonto, no voy a regalar todo a una muñeca caprichosa. Me quedo con los muebles, tú te quedas con el piso.
No es así. Los muebles los compramos juntos. Lo dividimos a la mitad. Yo me quedo con el armario, tú con la cómoda, yo con el sofá, tú con la mesa
¡Alto! Ese a la mitad suena raro. El sofá lo llevo conmigo, lo compré con mi dinero.
Veo que no sirve de nada negociar. No te lo cederé. Llamo a mis padres.
Yo también llamo a los míos.
Los padres llegan rápido.
Primero intentan conciliar a los recién casados, pero al ver lo decididos que están, sacan sus cálculos.
Nosotros sí nos encargamos de la vivienda, aunque sea una chabola, y pagamos la boda. Además, aportamos dinero para el mobiliario y el coche. Pagamos la reforma del piso. Además, el sueldo de Alejandro es diez veces mayor que el tuyo. Él te ha mantenido todo el año, calzado, ropa. Si lo piensas bien, tú deberías dejarnos todo, eso es lo justo.
El suegro se queda en silencio, secándose el sudor con un pañuelo grande, sonrojándose y palideciéndose mientras escucha.
La suegra, con la respiración agitada por la audacia, abre la boca para decir lo que piensa, pero el padre le pone una mano en el hombro:
No hace falta, Ana. Necesitaremos abogados. Lo haremos vía judicial. No tiene sentido perder tiempo ni nervios ahora.
Se levanta y se dirige a la salida, indicando que la charla ha terminado.
Cruz, ¿te quedas con nosotros? pregunta la madre.
No responde Cruz, en posición de combate. Voy a vigilar el piso para que nadie se lleve nada a escondidas.
Pues vía judicial, vía judicial proclama la suegra a todo pulmón. Recogemos los recibos, sacamos los extractos bancarios. Todo lo reclamaremos. Tú, Alejandro, también quédate, vigila que no falte ni una cuchara ni un plato. Vamos, Guti, recoge los papeles.
Ya está muerde con desdén Cruz, cuando se quedan solos. Madre, realmente ahora entiendo a quién eres.
¿Y qué? ¿No tiene razón? responde la suegra.
¡Dios mío, con quién me he metido! Podéis enredaros con vuestros recibos, pero el piso es mío y nada de vosotros. El sofá no lo entrego, es mío. Podéis llevarse todo lo demás y arruinarlo.
El sofá lo elegimos juntos, así que también es tuyo como mío. Además, mi sueldo es mucho mayor, con él compramos todo. Cruz, ¿puedes dejar de hacerte la dramática? ¿Qué te pasa?
¿Yo? ¿Qué estoy diciendo? Él coquetea con cualquiera y yo me quedo de segunda. He trabajado para ti todo un año: cocinera, limpiadora, lavandera, fregona ¡Y en la cama no me dejabas dormir!
¿Y eso también se paga? se muere de risa Alejandro.
¿Pensabas que habías encontrado una esclava gratis? Lo compró todo el benefactor.
Pero sí, lo compró. Mis padres siempre me ayudaron con dinero. La madre dijo bien. El sofá es mío, no me marcho sin él. El armario, la alfombra, el ordenador, hasta tu bolso lo compré yo.
Yo te regalé un suéter, guantes, incluso ropa interior. ¡Quítalo!
Se tropieza en medio del salón, levanta una ceja y se dirige a ella con una sonrisa pícara:
Vale, agárrate. Lo quito
El sofá es muy cómodo, con resortes perfectos
Por la mañana despierta con la mirada burlona de Alejandro.
¿De qué te ríes?
Pensaba que no me separaría de este sofá tan guapo.
¡Ah, con el sofá!
¿Con quién más?
Jura que nunca más harás ojitos a esas bocazasexige Cruz, agarrando las orejas de Alejandro y mirándole fijamente a los ojos.
Juro, bocaza, nunca más se ríe él. Haría cualquier cosa por el sofá
The story ends.







