Amigo de la infancia
Lo siento, Sergio, pero me he enamorado de tu esposa dice, mirando a lo lejos, como si las palabras se escaparan sin que él las quiera.
Sergio se queda paralizado. En su rostro se refleja una avalancha de sensaciones; le cuesta respirar.
Te aseguro que no hubo nada entre nosotros prosigue el amigo, apurado Cayetana ni siquiera se imagina nada.
Sergio guarda silencio. El tiempo parece detenerse.
¿Y en qué momento decidiste que yo debía saberlo? suena la pregunta, fría y uniforme.
Somos amigos responde él, sin apartar la mirada del suelo pensé que me aconsejarías… su voz tiembla, delata la inquietud interior.
¿Quieres un consejo de mí? se ríe Sergio, amargado ¿Te has metido con mi mujer y esperas que yo os bendiga? ¡Qué genial!
No, no me entiendes. Si quisiera quitársela, ya lo habría hecho. No lo dudes. Me conoces. Pero no puedo. Tú eres como un hermano.
¿Hermano? se pone de pie del sofá Sergio ¿y recuerdas cuando llevaste a María de la mano de Víctor? Entonces tú también juraste una amistad eterna.
¡Exacto! ¿Cuándo fue eso? responde el amigo, riendo nervioso ¡En la escuela! Cayetana es otra cosa.
Sí, otra cosa. Ella es mi esposa y está embarazada, si no lo habías notado. Así que le manda a la puerta aléjate de nuestra vida.
¿De verdad? ¿Estás dispuesto a traicionar nuestra amistad por una mujer? su voz suena desconcertada y herida.
Por la familia. Creo que lo entiendes. Y luego, ¿por qué debería reprocharme a mí la traición?
¿No fuiste tú quien empezó todo? suelta una pregunta amigable y venenosa «Sal con Cayetana al cine, no tengo tiempo», «ayúdale con la reforma», «llévala a casa de sus padres». ¡Tú mismo me entregaste a tu mujer! ¡Yo quería ser útil! ¿Lo pillas?
Sal abre Sergio la puerta con gesto intimidante. Y no vuelvas nunca. Olvídanos.
Vale. Solo que, colega, esperaba otra conversación. Ahora mi conciencia está limpia.
El invitado se marcha y, en cuanto la puerta se cierra, actúa.
Marca a Cayetana.
Necesitamos vernos. Es importante.
¿Qué ocurre? se alarma ella pasa, entra, Sergio sigue trabajando. Esperemos juntos.
No puedo. Él me ha prohibido aparecer en tu casa
¿Cómo? ¿Por qué?
No lo sé. Pensé que tú me lo explicarías.
No entiendo nada balbucea Cayetana entonces quedemos en el parque
Se encuentran.
Ella escucha sin interrumpir mientras él narra cómo Sergio explotó de repente, le acusó de cosas sin sentido, hablaba de una relación inexistente entre él y Cayetana No miente, solo omite los pormenores.
Tu marido cree que estoy destruyendo vuestra familia concluye, con la mirada fija en los ojos desconcertados de ella.
Pero es una tontería susurra ella.
Sergio solo tiene celos, le dice generosamente ¿no te has dado cuenta?
Él ve cómo en su cabeza se arma un rompecabezas: preguntas inesperadas del marido, su descontento con las amigas, sospechas constantes. El terreno perfecto para la duda
¿Qué debo hacer? pregunta, con dolor en la voz.
Habla con él. Dile que está equivocado. Que solo somos amigos.
No me va a creer.
Entonces no digas nada la toca suavemente quédate hoy conmigo. Que sienta lo que es estar solo
Cayetana lo mira aterrada. En sus ojos lucha la duda, el miedo, el rencor al marido y algo nuevo, peligroso.
Está bien dice al fin pero cuento con tu integridad
El primer paso está dado.
Toda la tarde finge ser un amigo comprensivo. Beben té, rememoran anécdotas divertidas y él atrapa su mirada, desconcertada pero ya intrigada.
Cuando ella se queda dormida en el sofá, él no la despierta
Por la mañana suena el móvil. Sergio. Voz ronca, sin dormir.
¿Cayetana está contigo?
Sí responde él sin parpadear, con calma todo bien. Ella simplemente decidió no volver.
El silencio se hace denso. Imagina el rostro de Sergio y siente una extraña satisfacción.
Dile Sergio vacila, como buscando palabras que la puerta está cerrada. Para siempre.
Cuelga.
Cayetana se despierta al oír la conversación:
¿Qué pasa?
Sergio ya no quiere verte. Dice que has tomado tu decisión.
Llora. Él la abraza, suelta palabras de consuelo, pero nada siente. Se pregunta por qué llora por una felicidad pasada cuando él la ha destrozado con tanta facilidad.
Una semana después Cayetana empaca sus cosas:
Me voy a casa de mi madre dice, sin mirarlo necesito estar sola, pensar.
Claro asiente él ve
Cayetana se marcha, dejando como despedida:
Ya no creo ni en ti, ni en él, ni en mí misma junto a vosotros
***
Él se queda solo en el piso vacío. El silencio oprime, volteando los pensamientos.
El plan, tan claro y elegante, se agrieta. Ella debía ir y venir entre los dos. Él quería atormentar a Sergio, retenerla, gozar de su humillación. Pero ella se fue y arruinó todo.
***
Se desploma en el sofá y mira al techo. En su cabeza aparecen recuerdos de la infancia.
¡Sergio, el eterno afortunado! Siempre marcaba el gol decisivo, aprobaba exámenes sin estudiar, atraía miradas de chicas. Todo le venía fácil.
La envidia se acumuló años, silenciosa y corrosiva, hasta convertirse en odio.
La vida los separó. Y ahora, un encuentro fortuito.
Sergio es ahora empresario exitoso, con una hermosa esposa y un bebé en camino. Su sonrisa serena, su confianza en el mañana, reavivan la vieja ira no expresada.
No soporta más. Le arde el deseo de tumbar la arrogancia de aquel suertudo, arrebatarle al menos un fragmento de su felicidad, aunque sea por un instante. No había imaginado que fuera tan sencillo
***
Suena el móvil, rompe el silencio. Número desconocido. Una voz informa de un accidente. Cayetana ha sufrido un choque de tráfico yendo a casa de su madre
Él se queda paralizado, aturdido. Ya no es un plan astuto, ni venganza; es una catástrofe.
***
Sergio, al enterarse, pasa noches en el hospital.
Cuando Cayetana recupera la conciencia, entre lágrimas y dolor, le cuenta todo: cómo la convencieron de que su marido tenía celos sin causa, cómo la incitaron a solo hablar para castigarlo. Sergio la escucha, apretando su mano.
Ya no le importa el accidente. Está feliz de que su esposa siga viva. Se da cuenta de que pudo perderla para siempre.
Días después, Sergio vuelve a casa a cambiarse. En la puerta le espera el amigo de la infancia, pálido, con los ojos desorbitados.
¿Cómo está? sopla él.
Sergio, cansado, con la mirada apagada, responde, pensando en la pérdida del bebé:
Todo está acabado.
El viejo se vuelve aún más pálido, creyendo que Cayetana ya no existe.
¡Yo no quería! estalla, como una avalancha ¡Solo sentía envidia! ¡Toda la vida! Tú lo tenías todo y yo nada. Vi tu felicidad y no aguanté. Decidí destruir tu familia para que sufrieras. No pensé que ella se fuera, que acabaría así. ¡No quise su muerte!
Sergio lo escucha, el discurso confuso y histérico, y luego dice:
Nunca esperé nada bueno de ti. Pero me sorprende que lo admitas. ¿Te sientes aliviado?
Lo siento suena apagado no pensé que llegara tan lejos
Deberías haberlo pensado antes corta Sergio dicen que ayuda. Bueno, nos vemos
Se aleja por el portal.
El amigo de la infancia se queda solo. Se queda allí, sin saber a dónde ir, y finalmente empieza a caminar despacio hacia la calle.






