¿Y tu esposa te engaña, lo sabes?

Oye, tío, ¿te has enterado de que la mujer de tu amigo le está dando la vuelta? Resulta que ese timbre que le sonó en la oreja durante todo el trayecto del tren le quedó como una mosca pegajosa, imposible de espantar ni con un fuerte golpe ni con un grito. Él estaba tirado en el vagón, mirando por la ventana empañada donde se reflejaba su cara cansada, y sentía cómo la ira y la duda le pesaban como plomo, apretándole la garganta con dedos fríos.

Todo empezó en una viernes cualquiera, pero esa tarde se quedó marcada en negro en su memoria. Su primo, Paco, un tío sencillo y directo, le soltó una frase que fue como un veneno lento pero seguro, y desde entonces el mundo le pareció un sitio en ruinas que ya no vuelve a ser el mismo.

Cuando volvió a casa se plantó en el balcón del piso, con los codos apoyados en la barandilla, listo para salir. Llevaba puesto un traje azul marino que le quedaba como anillo al dedo, la corbata bien anudada y, en el bolsillo interior del saco, dos entradas para el teatro. La cigarrillo que había encendido por los nervios estaba ya apagado, esparciendo ceniza que le recordaba su estado de ánimo, mientras Irene, su mujer, se revolcaba en la habitación cerrada. Se oía el susurro de su vestido y el leve crujir del parquet. Cuando ella apareció bajo la gran lámpara de cristal, iluminada por la luz tibia, él se quedó sin aliento por un momento; la maldad de lo que Paco le había dicho y la picazón de los celos se fueron a un lado. Irene era una belleza cegadora, como siempre, y perderla le parecía más cruel que una noche interminable sin sol.

Irina, ya vamos tarde, ¿cuánto vas a tardar en alistarte? le soltó él, la impaciencia mezclada con una amargura que llevaba escondida y que ahora se asomaba.

Ella salió al balcón con esa sonrisa pícara que siempre le había vuelto loco.

Mira, Javi, tus favoritas cucurrió, y en sus ojos chispeó una chispa de alegría.

Con la elegancia de una bailarina, Irene alargó la pierna bajo el dobladillo del vestido y mostró unos tacones rojos, finísimos, con un tacón tan delicado que casi parece flotante.

Los guardé en el cajón más profundo, prometiéndome no ponérmelos hasta que volviese mi público principal dijo, como si leyera sus pensamientos oscuros, lanzando esa frase como un amuleto que confirmaba su lealtad.

Él la miró sin decir nada, y en su cabeza resonó la voz de Paco, como un disco rayado:

Cada vez aparecen más a menudo se repetía entre el ruido de la ciudad.

Ya al volante de su coche, sintiendo el áspero volante bajo la mano, volvió a repasar mentalmente la conversación fatal. Paco, después de un par de preguntas sin importancia sobre el curro, se había quedado en silencio y luego empezó a decir cosas desordenadas, dejando entrecortado el nombre de Irene como si fuera un puñal de cristal.

¡Venga ya, suelta la verdad, no nos mates! explotó Javi, cansado de esas pausas que solo ocultaban algo malo.

Y Paco, con la voz temblorosa, soltó que su mujer había empezado a ir mucho a la casa de Tadeo, un tipo barbupelirrojo que daba charlas de vida sana y de esas prácticas espirituales de moda.

¡Yo conozco al filósofo de pacotilla! Tiene tres críos, y le corre detrás como una gallina loca todo el día. Además, su casa tiene huerto, gallinas, todo eso de la vida campestre se rió Javi, aliviado, mientras colgaba el teléfono.

Paco, con la voz ahogada, confesó que su cuñada Tania también había ido a esas sesiones y ahora le decía que Tadeo le estaba tirando los telediarios. El tono tembloroso y sincero de Paco hizo que Javi sintiera cómo su máscara de buen humor se desvanecía. Los viajes largos, el vacío del piso, las ausencias frecuentes todo eso dejó una grieta en su mundo, por donde se coló una serpiente de duda.

Paco, tomando confianza, le soltó que Irene iba a casa de Tadeo tres o cuatro veces a la semana, como si fuera su curro. Además, durante todo ese tiempo, ella ni siquiera había visitado a su madre, anciana que vive en la misma ciudad, y su hijo había empezado a pasar mucho tiempo allí, entre inciensos y tal.

El tío es listo, sabe de psicología insistió Paco. Intenté acercarme, hablarle a lo macho, pero él me soltó unas palabras tan lógicas que me dio vergüenza por mis sospechas de pueblo. Parecía que todas las mujeres allí lo miraban como hipnotizadas.

¿Y cómo te miran? preguntó Javi, sintiendo que el suelo bajo sus pies se desmoronaba y su corazón temblaba.

Te he dado los datos, hermano respondió Paco, como si fuera sentencia. Ya le prohibí a la tía que se quede en casa. Tú decides qué haces con eso. Yo ya cumplí mi parte.

Javi intentó bromear para calmar la tensión: ¿Entonces Irene y el niño van al Tadeo a hacer magia negra o a una quedada? Siempre buscas el lío donde no lo hay. Pero esa chinita de duda que plantó ese timbre del viernes sigue viva, picoteando su interior como una abeja venenosa. Ahora, mirando el perfil de su mujer bajo las luces titilantes de la ciudad, le asaltaba el temor de estar mirando a una desconocida.

¡Menuda tonta fui! se rió Javi para sus adentros, sintiendo el calor de la vergüenza en sus mejillas. Se inclinó y le dio un beso en la coronilla, inhalando el perfume familiar que siempre le había recordado el hogar. Ella le respondió con un suave roce de labios en la mejilla y, con una sonrisa, le empujó hacia la puerta.

Anda, abre, que Tania no le gusta esperar mucho le dijo.

Tania y Paco estaban cargando cestas de mimbre llenas de manzanas rojas, recogidas en la huerta de la familia. Era la costumbre de los parientes compartir la cosecha de otoño.

Te tardas demasiado, le espetó Tania mientras le pasaba la cesta más pequeña, destinada a Irene. ¿No puedes despegarte de tu mujer?

Ella, con una mirada curiosa, indagó por qué volvía tan pronto de su misión laboral. Javi no lograba ordenar sus propios sentimientos: el desorden anterior había desaparecido, pero la calma todavía no había llegado. Sentía que era como una hoja atrapada en un remolino, sin poder salir a la superficie.

Todo lo que decía Paco resultó ser puro cuento, producto de mi propia envidia pensó, con una claridad que no había tenido antes. Con un miedo casi animal, esperaba que volviera a salir el tema de Tadeo, porque su hermana, Tania, había metido a Paco en este lío. Pero Tania, cargando la cesta más grande, se dirigió al ascensor.

¡Vamos, no os quedéis ahí! gritó, con su tono de mando habitual. Aún queda mucho por decir.

Los hombres se quedaron en un silencio pesado, cada uno esperando que el otro diera el primer paso. Finalmente, Paco cerró el maletero con estrépito y sacó un paquete de cigarrillos.

¿Quieres probar los de origen americano? le preguntó, mirando a Javi con una sonrisa falsa. Tengo una cajetilla entera del viaje.

No, gracias, tengo los míos replicó Javi, sacando su propio paquete.

Paco, tomando una calada, soltó: Sabes que el 85% de los divorcios son culpa de la mujer, por cosas tan simples como una infidelidad…

Se quedó callado un momento y Javi creyó que finalmente lo dejarían en paz. Pero Paco volvió a susurrar al oído datos oscuros sobre su rival y su propia inocencia. Con una voz ensayada, enumeró los supuestos pecados de Irene y se detuvo en lo que él consideraba el hecho más escandaloso.

Resulta que tu Irene se ha montado en el coche del tipo, el de Tadeo, y lleva al pequeño Míster con ella. ¡Ni siquiera le ha puesto vergüenza al pobre niño de dos años!

Le llevaba a un masaje, respondió Javi entre dientes. El chiquillo tenía problemas en la pierna y Tadeo, que es quiropráctico, le podía ayudar.

El silencio volvió a caer, denso, y Paco, aunque seguía agitando los brazos, parecía más cansado de tanto defenderse.

En ese momento, Javi recordó la vez que, lleno de celos, se lanzó a la calle de la Villalba, fuera de Madrid, rumbo a la casa de Tadeo, un pequeño chalet rodeado de jardines que parecían sacados de un cuento. No había pensado en ir sin antes reflexionar; el impulso lo había llevado a decirle al taxista la dirección y a apretar los nervios con la llave de su casa.

Allí le abrió la puerta una mujer alta de ojos castaños y cansados, quien le explicó con calma que su esposa no estaba y que había ido temprano con una madre joven a ver al curandero, porque el bebé tenía una luxación complicada. La mujer suspiró y le confesó que ya estaba harta de esas cosas de su marido, tan bueno de corazón pero a veces ausente.

¿Yo discuto contigo? dijo Paco, retrocediendo bajo la mirada inquisitiva de Javi. Pero dime, ¿has comprobado todo? ¿Lo has visto con tus propios ojos?

Lo he comprobado repuso Javi, masticándose los labios como probando la amargura de lo vivido. Ahora me da por darle una bofetada, Paco. Me está quemando.

¿Te estás enfadando? preguntó Paco, medio sorprendido. No te pongas así, hermano. Yo solo dije la verdad. Ya he visto todo y ahora puedo dormir tranquilo.

Javi no respondió. Se quedó escuchando el murmullo lejano de la ciudad y sintiendo cómo la tensión final se escapaba de su cuerpo. Ya no lamentaba su reciente aventura. Había vivido años seguros, y de pronto descubrió que esa seguridad era tan frágil como el cristal. Todo lo que creía inquebrantable pudo romperse en un suspiro, pero, por suerte, esta vez se quedó fuera por poco. Gracias a Dios, ha aprendido una lección amarga pero necesaria, y ahora cree que la felicidad volverá. Así que, colega, ahí tienes la historia completa.

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MagistrUm
¿Y tu esposa te engaña, lo sabes?