Recuerdo, como si fuera ayer, los días en que regresé a casa sin encontrar ni a mi marido ni sus cosas.
¿Por qué me miras así? se rió Dolores, la exesposa de Manuel. Él solo quiso demostrarme que es un hombre envidiable, nada más.
¿Qué dice? preguntó la niña, mientras la voz de la mujer se volvía suave y melódica, como un arrullo.
La pura verdad, niña contestó Dolores, entregándome una sonrisa.
Mi madre, María del Carmen, había criado a Almudena como a una flor delicada. Ella, mujer de carácter férreo, dirigía su propio aserradero con mano de hierro, pero cuando estaba sola con su única hija, su tono cambiaba: su voz se hacía tenue, sus ojos irradiaban ternura. Así Almudena creció, sensible, frágil y confiada.
Nunca conoció la tristeza; asistía a la escuela corriente y a la de música, aprendiendo con gusto el piano. No se convirtió en una gran virtuosa, pero sí en una excelente profesora. Solo le quedaba encontrar marido, y apareció Víctor, un apuesto conductor que ganaba unos 1200 euros al mes. Le dedicaba palabras dulces y la miraba con una mirada que abrazaba el alma.
Mi madre, sin embargo, no lo aprobó.
¡Vago y torpe! dictó María del Carmen.
Madre, lo quiero sollozó Almudena, con los ojos celestes inundados de lágrimas.
Muy bien, muy bien replicó la anciana, pero con la condición de que vivirían bajo su techo.
En nuestro amplio piso de tres habitaciones había sitio para todos, y Vídeo aceptó sin reparos residir con la suegra, que pasaba la mayor parte del día en la fábrica. Él no tenía nada que ocultar.
Al poco tiempo, la verdadera cara de Víctor se mostró: bebía, vagaba por la ciudad y empezaba a gritarnos. Con la suegra trataba de mantener una apariencia decente, pero poco lograba. Almudena se negaba a reconocer sus defectos. Nueve meses después del matrimonio, dio a luz a un niño al que llamamos Luisito y se llenó de orgullo al ver una familia de verdad.
El pequeño crecía enfermo, demandaba mucha atención, y Víctor se enfadaba aún más. Almudena aguantaba, soñando con días mejores. Su paciencia se quebró cuando, inesperadamente, falleció mi madre, apenas un año después de haber disfrutado de su nieto. El funeral lo organizó el viejo amigo de María del Carmen, el abogado José Luis.
Víctor desapareció durante esos días; cuando volvió, encontró bolsas con sus pertenencias esperándolo en el vestíbulo. Amenazó con pleitos y reparto de bienes, pero Almudena no respondió. Gracias a José Luis, que con su vasta experiencia evitó cualquier división patrimonial, el exmarido fue expulsado de la puerta.
La aserradora quedó bajo la gestión de empleados contratados por José Luis, y la familia reducida no necesitaba nada más. La pérdida de la madre y el divorcio fueron duros para Almudena, que no tenía amigas ni familiares. Sólo quedó su hijo, a quien dedicó todo su empeño, sin pensar en nuevos enamoramientos.
Una tarde, salimos de la clínica infantil con Luisito, intentando refugiarnos de la lluvia bajo un gran paraguas. No había coche ni taxi disponible la demanda era enorme. Decidimos arriesgarnos.
¡Subid rápido! escuchamos al pasar un coche que se detuvo bruscamente, el conductor abrió la puerta trasera y, con una sonrisa, dijo: ¡Vamos, que aquí está prohibido estacionar!
Al subir, Almudena reconoció al conductor: era Manuel, con quien nos habíamos cruzado antes en los pasillos de la clínica, donde llevaba a su hijo de la misma edad que Luisito.
¡Gracias! le agradeció Almudena a Manuel tras el viaje.
De nada respondió él, pícara sonrisa, ¿Me das tu número?
Almudena, sin dudar, contestó:
Lo siento, pero no salgo con hombres casados.
Sin escuchar más, se marchó con su hijo. Al día siguiente, Manuel la acechó en el patio.
No estoy casado le mostró el acta de divorcio, firmada hacía un mes.
Almudena sintió que la soledad la consumía, que Manuel era alegre y atento, y que Luisito le había caído encariñado al instante. No comprendía por qué aceptó que el nuevo conocido paseara con ellos y, después, cenara en su casa.
Desde entonces se vieron casi a diario, y Almudena se enamoró cada vez más. Un mes después, Manuel le propuso matrimonio. Ella aceptó, pues también él la quería y Luisito lo adoraba, llamándolo papá.
Tras registrar la boda, Manuel pidió adoptar a Luisito.
Siempre he soñado con dos hijos dijo, con la mirada un tanto sombría.
Almudena, compasiva, le acarició el hombro. Sabía que la exesposa de Manuel había encontrado a un hombre acomodado y le impedía ver a su hijo, lo que le desgarraba. Así, en apenas tres meses de conocerse, formaron una verdadera familia.
Almudena ocultó a su marido la verdadera condición económica. El aserradero, aunque pequeño, generaba ingresos modestos que ella dividía entre tres socios; sin embargo, ahorraba todo para la educación de Luisito, para su futuro apartamento y demás. No había necesidad de que nadie supiera de sus ahorros. José Luis, ya retirado y viviendo al mar, le había enseñado esa discreción.
Con el paso de los meses, Manuel se volvió menos cariñoso y más irritable. Volvía a casa enfadado, atribuía su mal humor al trabajo, y Almudena le preguntaba si podía trasladarse a otro proyecto, pues él era buen electricista. Él respondía con un seco Lo veré.
Pronto dejó de excusarse y, en silencio, empezaba a arremeter contra ella; Luisito lo irritaba visiblemente. Almudena ya no sabía qué pensar, y la situación se aclaró sola.
Un día, mientras paseaban por el parque con Luisito Víctor todavía estaba en el trabajo, una voz femenina y algo burlona surgió detrás de una silla.
Te vas a arrepentir de haber aceptado la adopción, el chico va a sufrir dijo una mujer de cabellos castaños y un abrigo naranja brillante, sentándose junto a Almudena.
¿Nos conocemos? preguntó Almudena, sorprendida.
No, pero se puede arreglar contestó la extraña con una sonrisa irónica. Soy Dolores, la exesposa de Manuel. Temporalmente ex
Almudena la miró sin pestañear; el niño jugaba en la distancia, ajeno a la conversación.
Dolores, con la misma sonrisa de antes, añadió:
¿Qué te parece? dijo, girando la mirada a Manuel, que se acercaba preocupado.
Manuel, explícale a la niña lo que sucede indicó mientras se levantaba de la banca, dándole una palmada al hombro a su exmarido y diciendo: ¡Os esperamos!
Manuel, con el rostro pálido, preguntó:
¿Qué te ha contado Dolores? a Almudena, todavía aturdida.
Que te casaste conmigo por despecho respondió él, murmurando: Ya no soporto sus recriminaciones.
Almudena, con la voz quebrada, preguntó:
¿Por qué adoptaste a Luisito?
Para que todo quedara claro. Nueva esposa, nuevo hijo, y todo en orden contestó Manuel, sin pudor. Te vi en la clínica y supe que encajarías.
Almudena, entre risas forzadas, replicó:
¿Como esposa de?
Manuel guardó silencio.
No sé gruñó. Me he acostumbrado a vosotros.
Almudena volvió a casa, donde no había ni ropa ni rastro de Manuel. Exhausta, marcó el número de José Luis. Necesitaba, una vez más, los servicios del abogado que, a su modo, siempre había sido su salvavidas.







