Casi se decide a venderlo todo, pero oyó la verdad tras la puerta…

Mira, te tengo que contar lo que pasó con Sofía Álvarez y su familia, y te juro que parece sacado de una película de esas de barrio. Sofía estuvo a punto de venderlo todo, pero justo al otro lado de la puerta se escuchó la verdad

¿Cómo que vender la casa? exclamó Sofía, desconcertada, mirando a su hijo, Constantino. ¿Y a mí dónde me pongo? ¿En el portal? ¿En la estación de tren? ¿Me vas a meter en un asilo?

Mamá, ¿por qué vuelves a ponerte así? suspiró Constantino.

¿Me vas a ofrecer una caja de la lavadora? le gritó, la voz temblorosa. ¡Que te has vuelto loco, Consti!

No grites. Sólo quería hablar de opciones

¿Qué opciones? ¡Una casa no se vende cuando te apetece! se levantó de un salto de la mesa. Yo nací aquí, tú naciste aquí. ¿Y tú te has decidido a ponerla en venta?

En ese momento entró sin tocar la puerta la vecina, Lidia Fernández.

¡Sofía! ¿Por qué estás ahí plantada como una estatua? Decías que este año plantarías todas las huertas. El invierno pasado casi te deja sin fuerzas. ¿Dónde están tus planes en el pueblo?

Lidia, lo intento, de verdad bajó la mirada Sofía. Los brotes acaban de salir y yo ni sé cómo arrancarlos sin arruinar nada

¡Eso no es arrancar! Hace un mes te di el número de Ígor, el tractorista de la zona. Él podría arar todo el campo y sembrar algo útil, no esas rosas que solo miras con nostalgia

Constantín dijo que tal vez en verano vendría con amigos, con barbacoa y todo. Yo solo tengo azucenas y rosas

¡Ya basta de esas rosas! se rió Lidia. En los últimos cinco años tu hijo ha venido tres veces, siempre con cervezas, nunca con la barbacoa.

Él trabaja. Tiene mil cosas que hacer

¿Y recuerdas aquel invierno que se nos fue la comida y la medicina? Menos mal que pasé a veros. ¿Y dónde estaba tu hijo trabajador? ¡Ni siquiera da la cara!

Siempre llega cuando lo llamo

Sofía, eres como una niña que cree en los cuentos y espera. El tiempo corre y hay que usar la cabeza, no el corazón. Necesitas huertas, no más rosaledas.

Tal vez sí haga las huertas, donde ya están plantadas las azucenas

Así se habla. ¿Y tu hija? ¿Qué tal la tienes?

Como siempre. Constantín le habla de cumpleaños y de Año Nuevo y de nada más.

Cuanto menos aparece tu hijo, menos te preocupas. No quiero asustarte, pero el futuro sólo será más tranquilo

Sofía vivía en el caserío de El Pinar, a las afueras de Valladolid. Con los niños quedó sola hace veinte años, cuando su marido perdió la vida en una carretera. La primera hija, Almudena, nació muy pequeña, aprendió rápido a lavar y a cocinar. Constantín llegó más tarde, cuando la madre ya había pasao los cuarenta, y le sirvió de consuelo. Entre ellos había quince años de diferencia. Cada uno con su época y su educación.

Almudena se fue primero.

Mamá, me voy a casar.

¿Con quién? ¿Con ese Román del pueblo? ¡Ni de coña! No tiene oficio, ni estudios, ni cultura.

Es mi vida, mamá. Ya tengo dieciocho.

¿Has visto su interior? No encontrarás alma, todo está cubierto de grasa.

No es la apariencia, es que es bueno, inteligente. Le ofrecieron un curro en la ciudad.

¿Y te vas con él? ¿Y yo aquí sola?

Me voy a estudiar y a vivir.

Sofía lloró, suplicó. Pero Almudena, con una mochila y saltando por la ventana, desapareció. Ni carta ni llamada. Sólo se escuchaban rumores de vez en cuando de conocidos.

Constantín siguió viviendo con su madre. Le montó un patio con una pérgola, un columpio, una barbacoa y un césped con flores. Pero ni una huerta, ni una patata.

Mamá, ¿para qué te sirven esas huertas? Ya hay un supermercado en El Pinar. Tenemos de todo: patatas, calabacines, verduras. ¿Para qué te curvarías la espalda?

Pues es costumbre, que lo nuestro sea así

¡Eso era costumbre! Estamos en el siglo XXI.

Sofía aceptó. Vivía modestamente, pero con comodidad. Constantín le llevaba alimentos, medicinas y la llevaba al médico. Después conoció a Marina, se casó y Sofía la aceptó, aunque nunca se llevaron bien. Marina nunca comprendió la vida rural ni a su suegra.

En una visita más, Constantín, como siempre, abrazó a su madre, dejó la compra sobre la mesa y se sentó.

Mamá, quiero hablar. Tengo una idea muy rentable.

¿Otra vez con tus negocios?

Mamá, en El Pinar están comprando tierras para hacer un urbanismo de casas. Inviernen en infraestructuras, todo como debe ser. Si vendemos la casa con el solar, podrías comprar un piso de una habitación en Valladolid y me quedaría el capital inicial.

Espera ¿Y yo? ¿Dónde me quedo?

Mamá, no te pongas así. Podrías pensar en una residencia o alquilar un piso. ¡No en la calle!

¿Me mandas a un piso? ¡En el patio donde cada piedra tiene su historia! ¿Estás loco? ¡Esa es la casa de nuestra familia!

Mamá, es sólo una casa. Vieja, incómoda. Mientras el precio se mantenga, hay que vender.

¡Nunca! apretó los puños. Mientras viva, la casa seguirá aquí. ¡Ni en testamento la entrego!

Constantín se levantó bruscamente, tomó las llaves y salió sin despedirse.

Sofía salió al patio. En la maceta había una rosa en medio de la floración. En una mano sostenía una pala, en la otra una hacha. Quiso remover la maceta para convertirla en huerta, pero no pudo moverla.

¿Qué pasa? gritó Lidia desde detrás de la valla.

No tengo fuerzas. Ni en las manos ni en el corazón.

¡Ya es tarde! La temporada se ha perdido. Y tu hijo, tal vez nunca vuelva.

¿Qué me aconsejas?

Piensa con claridad. Haz todo legalmente y tendrás un piso en Valladolid. Hospital cerca, supermercado, calor, vecinos Civilización.

Sofía no durmió en toda la noche, pensando. A la mañana tomó el autobús y se fue a Valladolid, a buscar a Constantín. Decidió ceder y hablar con calma.

Subió al tercer piso y se quedó paralizada frente a la puerta.

Desde dentro escuchó una voz:

¡Vira, ella no quiere vender! ¡Testaruda como una excavadora!

Entonces ve a trabajar de cargador! ¿Cómo vas a mantener tu negocio? ¡Estamos al borde y tú te haces la tonta! ¡Que se muera en su El Pinar!

Sofía se quedó helada. Entonces, con rabia, golpeó la puerta.

¿Mamá? abrió Constantín.

¡Gracias, hijo, por querer enterrarme! su voz tembló. Vine a hablar, a reconciliarnos. Y ahora, escúchame: no vendo. ¡Nunca! Mejor me entierro que entregarte esta casa a tu negocio.

Mamá

¡Lárgate con tu sombra! gritó. Que sus padres vendan sus pisos. Pero mi casa, ni lo toques.

Sofía se dio la vuelta y se marchó. Pasó la noche en la estación de tren. A la mañana volvió a casa. Tres días estuvo tirada, luego tomó el hacha, pero no pudo acercarse a los arbustos.

Al amanecer, alguien llamó a la puerta.

¿Quién es?

Mamá, soy yo. Almudena.

¿Almudena? se quedó paralizada Sofía. Mi hijita

Mamá, ¿cómo estás?

Como la voz tembló.

Constantín llamó. Dice que estás loca por no vender la casa. Yo le dije que se fuera. Pensó que ya todo estaba perdido Pero yo entiendo, es hora de volver.

Hija pero

¿Cuándo fue? Tengo tres hijos ahora. Y entiendo perfectamente.

¿Hijos?

Dos hijas y un hijo. Y Roman, ahora es deportista, trabaja en informática.

¿Y tú?

Vendremos el fin de semana. Te llevaremos comida y lo que necesites. Ahora estamos cerca, mamá.

¿Y las huertas?

Ya no las necesitas. Ahora tienes nietos.

Sofía rompió a llorar y abrazó a su hija.

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MagistrUm
Casi se decide a venderlo todo, pero oyó la verdad tras la puerta…