Intentó enfrentar a su hijo con su esposa embarazada

Mamá dice que estás rara, comenta la madre de Gonzalo mientras intenta armar una discusión entre él y su esposa embarazada.
Ah, sí, lo dice mi madre resopla Begoña, cruzando los brazos.

En su cabeza va la reciente pelea con la suegra. ¿Cómo podía Nuria, la madre de Gonzalo, contarle a cualquiera que Begoña la había insultado después de que ella empezara a hablar de su triste pasado? Seguro ya lo ha repetido cien veces.

Nuria, cambiemos de tema, pide Begoña con tono educado pero firme.

Nuria, que acaba de iniciar su monólogo sobre abortos prematuros que sufrió hace años, se queda sin aliento y la mira desconcertada.

Begoña, intento apoyarte.

Gracias, pero no necesito el apoyo de quien tiene la empatía de una rebanada de pan duro.

¿Me llamas tonta ahora? se le escapan lágrimas a Nuria.

En cualquier otro día Begoña habría intentado calmar la cosa, quizá excusándose con una llamada urgente del trabajo o un compromiso que había olvidado. Pero las discusiones con su suegra son una pesadilla constante, sobre todo cuando la culpa le mete en la cabeza que el embarazo le está reprogramando el organismo.

A los cinco meses de gestación Begoña ha dejado de ser la mujer paciente y se ha convertido en una guerrera que, armada con los codos, pregunta dónde está el caballo y la cabaña de la vida y se lanza a resolver solo lo que puede.

¿Cómo quieres que te llame, si ya te he dicho trescientas veces que no quiero escuchar tus fracasos como madre?

Sé que tengo un amigo con síndrome de Asperger que a veces baila en la calle o no entiende una broma, pero incluso él entiende que discutir temas de parto con una mujer embarazada es una estupidez absoluta.

¿Entonces, además de ser una tonta, soy una idiota? Así me tratas y todo por mi bondad. No he escuchado ni una palabra amable de tu parte

¡Y con qué derecho dices eso! grita Begoña, cerrando la puerta de golpe. Respira hondo, exhala y sonríe, satisfecha consigo misma.

Esperaba que ahora la dejaran en paz durante unas semanas, o mejor, para siempre. Pero ese intento de distanciamiento solo desencadena nuevos problemas.

Gonzalo, su marido y único hijo de Nuria, está en la mesa del comedor, callado y pensativo. Begoña intenta conversar como siempre, pero él responde con monosílabos, como si su mente estuviera en otra parte.

Todas sus preguntas quedan sin respuesta; él solo asegura que todo va bien. Begoña no asocia su silencio con la pelea de la mañana con la suegra; piensa que quizá está sobrecargado de trabajo o que guarda algún secreto para no preocuparla.

Al cabo de unos días Gonzalo cambia de tema y, de repente, pregunta:

Begoña, ¿te han hablado de la depresión posparto? Puede aparecer incluso durante el embarazo, ¿no?

Quizá no se llame depresión posparto, pero no me creo una persona deprimida, ¿verdad?

Por tu bien, puedo ir al psiquiatra, pero solo si tú vas conmigo y le explicas al especialista por qué sospechas que tengo depresión.

Mamá me dice que estás rara, repite ella, como si fuera un eco.

Entonces, Nur

Gonzalo, sin rodeos, si alguien necesita a ese especialista, es tu madre. ¿Sabes lo que me dijo?

Sé que siempre discuten. Ella cree que tú le haces la vida imposible con tus consejos de mascarilla o enviándole cosas al sitio equivocado

¿De qué hablas? no entiende Begoña, porque Gonzalo le habla de una mascarilla capilar que su madre compró porque la había recomendado ella.

Nuria había usado la mascarilla y pensó que Begoña le había dicho que era mala, mientras guardaba para sí la buena que le hacían crecer el cabello.

¿Qué? Gonzalo, claramente no captas nada de nuestras cosas de mujer. Si lo entendieras, ya sabrías cuál es el truco.

Begoña, en tres minutos, logra explicar que nunca ha recomendado una mascarilla para cabello teñido con amoníaco o alisado, y que sus productos son solo para cabellos sanos, de origen natural.

Te envié la dirección correcta cuando tenías que recoger el paquete del amigo de tu hermana. Tengo la conversación guardada saca el móvil y muestra el chat a Gonzalo.

Entiendo. Perdón, no debí confiar en mi madre. Antes era razonable, pero ahora discuten por

Empezó a contarme cosas titubea Begoña. No quiero oír siempre el mismo sufrimiento, sobre todo con mi situación.

¿Quieres decir que ella te quiere matar? suelta Gonzalo, llamando a su madre para discutir. Después de la conversación, vuelve a casa y le dice a Begoña que ya no mantendrán relación con su madre.

Begoña lo recibe con alivio; la suegra le había agobiado tanto que ya no soportaba sus intentos de desprestigiarla frente a su marido.

Los familiares de Gonzalo siguen criticando que ha cambiado a su madre por otra mujer. Él solo frunce el ceño y replica que la madre del bebé no es ajena, y que si la culpa de todo está en ella, debe responder por ello.

Se pregunta por qué la madre quiso sembrar discordia con su esposa embarazada, pero no tiene prisa por averiguarlo. Sabe que es la típica historia de una madre que no quiere compartir a su hijo con otra mujer; ella ha perdido todo, y es ella la responsable.

Al menos permítele ver al nieto protestan los parientes. La única alegría de la abuela es consentir al nieto en su vejez, y el hijo les ha quitado eso.

Así es como quieren que sus nietos vean a sus abuelas, obligándolas a aceptar cualquier marido o mujer replica Gonzalo.

Le parece entretenido seguir discutiendo con la familia por mensajes. Tal vez lamenta que, al delegar el cuidado de la suegra a los familiares, no queda nada más que despedirla de la conversación.

Gonzalo ha visto claramente que su madre no lo quiere y ahora entiende por qué todo ocurrió así. No puede arreglarlo, así que una o dos veces advierte a los familiares que no se entrometan, y corta todo contacto.

Con eso, también se corta cualquier ayuda que pudieran ofrecer. Sólo así los que aman dejan en paz a la familia de Gonzalo.

Mientras tanto, su pequeño hijo crece en silencio y tranquilidad. Gonzalo y Begoña hacen lo posible para que esa paz dure todo lo que puedan, idealmente durante toda la primera infancia.

Cuando llegue la edad escolar, le enseñarán a comunicarse y a responder correctamente a los que intenten pegarlos con sus palabras.

Y lo harán, porque Begoña, a pesar de los dientes que le han salido después del embarazo, y Gonzalo, con su modestia característica, siguen adelante.

La modestia hoy solo sirve para que otros la pisoteen, sin utilidad práctica. Begoña siente que tuvo suerte de comprenderlo a tiempo, antes de que fuera demasiado tarde para librarse de los parásitos que la rodean.

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