**Primavera Temprana**
La pequeña Lucía, una niña de cuatro años, observaba al “recién llegado” que había aparecido en su barrio. Era un anciano canoso, sentado en un banco, con un bastón en la mano que sostenía como si fuera un mago salido de un cuento.
Abuelo, ¿es usted un mago? preguntó la niña sin dudar.
Al recibir una negativa, su carita se ensombreció un poco.
Entonces, ¿para qué necesita el bastón? insistió.
Me ayuda a caminar, hija respondió el hombre, presentándose como Emilio López. La pierna me duele desde que me la rompí en una caída.
Lucía, curiosa como solo una niña puede serlo, siguió interrogando:
¿O sea que es muy viejo?
Para ti, quizás. Para mí, aún no tanto. Solo es la pierna rió él.
En eso, salió su abuela, Carmen Fernández, y tomándola de la mano, la llevó al parque. Saludó al nuevo vecino con una sonrisa, pero la verdadera amistad nació entre Emilio y la pequeña Lucía. Cada día, antes de que su abuela terminara de prepararse, la niña salía corriendo para contarle todas las novedades: el tiempo, lo que Carmen había cocinado para comer, e incluso lo que le había pasado a su amiga del parque la semana anterior.
Emilio siempre le regalaba un bombón de chocolate, y cada vez, Lucía daba las gracias, lo desenvolía, mordisqueaba la mitad y guardaba el resto envuelto en el papelito, metiéndolo en el bolsillo de su chaquetita.
¿No te gustó? preguntó Emilio una vez, intrigado.
¡Es riquísimo! Pero la mitad es para la abuela explicó ella con seriedad.
El anciano se emocionó. Al día siguiente, le dio dos bombones, pero Lucía volvió a guardar uno.
¿Y ahora para quién es? preguntó Emilio, sonriendo ante la generosidad infantil.
Para mamá y papá. Aunque ellos pueden comprarse sus propios dulces, les gusta que les hagan regalos contestó la niña.
Vaya, qué familia más unida dijo Emilio. Tienes suerte, pequeña. Y un corazón de oro.
Y la abuela también, porque quiere a todo el mundo empezó a explicar Lucía, pero en ese momento salió Carmen y la tomó de la mano.
Ah, por cierto, Emilio, gracias por los dulces, pero la niña y yo no deberíamos comer tantas golosinas dijo Carmen, cortés pero firme.
¿Entonces qué puedo darles? preguntó él, desconcertado.
Nada, de verdad. En casa no nos falta de nada respondió Carmen.
No, no puede ser. Quiero agasajarlas insistió Emilio. Además, estoy tratando de ser un buen vecino.
Pues entonces… ¿qué tal de frutos secos? Pero solo en casa, con las manos limpias propuso Carmen, mirando a ambos.
Lucía y Emilio asintieron, y desde entonces, Carmen empezó a encontrar nueces o avellanas en los bolsillos de la niña.
¡Ay, mi ardillita! reía Carmen. Pero esto es caro, ¿sabes? Y el abuelo necesita sus medicinas.
¡No es tan viejo! protestó Lucía. Y su pierna está mejorando. Dice que en invierno quiere esquiar otra vez.
¿Esquiar? Carmen arqueó una ceja. Bueno, eso sí que es admirable.
Abuela, ¿me compras unos esquís? suplicó Lucía. Emilio ha prometido enseñarme.
Pronto, Carmen comenzó a ver a su vecino caminando por el parque sin bastón, recuperando su paso firme.
¡Abuelo, espera! ¡Yo quiero ir contigo! Lucía corría hacia él y marchaba a su lado, llena de energía.
Pues espérenme a mí también se apresuraba Carmen, sonriendo.
Así empezaron a pasear los tres juntos, y a Carmen le gustó tanto que se convirtió en su rutina. Lucía, incansable, bailaba, trepaba a los bancos y luego volvía a marchar al ritmo de su propio cántico:
¡Uno, dos, tres, cuatro! ¡Pisa fuerte, mira al frente!
Tras los paseos, Carmen y Emilio se sentaban en el banco mientras Lucía jugaba con sus amigas, aunque nunca se iba sin recibir unos frutos secos de manos de Emilio.
La está malcriando decía Carmen, ruborizada. Guardemos esto para las fiestas, por favor.
Emilio le confesó que era viudo desde hacía cinco años y que había decidido mudarse a un piso más pequeño, dejando el resto a su hijo.
Me gusta aquí. Aunque no soy muy sociable, es bueno tener compañía de vez en cuando.
Dos días después, llamaron a su puerta. Era Lucía y Carmen, con una bandeja de pastas recién hechas.
Ahora nos toca a nosotras agasajarle dijo Carmen.
¿Tienes tetera? preguntó Lucía, entusiasmada.
¡Claro que sí! ¡Qué alegría! respondió Emilio, abriendo la puerta de par en par.
El té corrió caliente y las conversaciones, aún más. Lucía quedó fascinada con la biblioteca y la colección de cuadros de Emilio, mientras Carmen observaba con ternura cómo el hombre le explicaba pacientemente cada detalle.
Mis nietos viven lejos, ya son universitarios susurró Emilio. Los echo de menos. Pero tu abuela es joven todavía.
Le pasó un lápiz y un papel a Lucía, quien comenzó a dibujar con concentración.
Solo llevo dos años jubilada, y con esta niña no hay tiempo para aburrirse dijo Carmen. Además, mi hija espera otro bebé. Por suerte, vivimos en edificios cercanos.
Pasaron el verano juntos, y cuando llegó el invierno, Carmen cumplió su promesa y compró esquís para Lucía. Los tres comenzaron a entrenar en el parque, donde la nieve estaba perfecta.
Emilio y Carmen se volvieron inseparables, y Lucía, que no iba a la guardería, siempre estaba con su abuela. Hasta que un día, Emilio viajó a Madrid para visitar a su familia.
Lucía lo extrañaba y no dejaba de preguntar cuándo volvería.
Se quedará un mes explicó Carmen, aunque ella misma ya echaba de menos su compañía.
A la semana, la ausencia pesaba. Salían al parque y miraban el banco vacío donde Emilio solía esperarlas.
Pero al octavo día, al salir de casa, Carmen lo vio allí, como si nunca se hubiera ido.
¡Hola, vecino! exclamó, sorprendida. ¿Tan pronto? Dijiste que te quedarías más tiempo.
Bah, Madrid es ruidoso dijo Emilio, encogiéndose de hombros. Todos están ocupados. ¿Para qué quedarme? Ya los vi, hablé con ellos, y basta. Aquí me siento en casa. Los extrañé como si fueran mi familia.
Abuelo, ¿qué les regalaste a tus nietos? ¿Chocolate? preguntó Lucía.
Los adultos rieron.
No, cariño. A ellos tampoco les convienen los dulces. Les di dinero, que les hace más falta respondió Emilio.
Me alegro de que hayas vuelto dijo Carmen, sonriendo. Es como si todo estuviera en su sitio.
Lucía lo abrazó, y Emilio se emocionó.
Hoy hay tortitas. Con muchos sabores. ¿Vienes a tomar algo y nos cuentas de Madrid? lo invitó Carmen.
¿Madrid? La capital sigue ahí, tan bonita como siempre respondió Emilio. Pero les traje







