¡Por culpa de ese amor tuyo te echaron de la universidad! Te enviamos a estudiar, no a casarte. ¡Lo que nos faltaba era aceptar a una chica de pueblo en la familia! vociferó el padre, indignado. Decidieron terminar con el apasionado romance de su hijo separándolos. A petición de su padre, Víctor se alistó en el servicio militar.
Victoria ordenaba la casa con meticulosidad. Había cambiado el empapelado, sustituido las cortinas y ahora intentaba organizar el trastero. Le gustaba el orden, le daba paz al alma.
En el rincón más apartado, encontró una caja con cartas de Víctor. ¡Hacía tanto que no la abría! Olvidó la limpieza y se sentó. Leyó una, luego otra, y otra más
Vicky y Víctor se conocieron en la Universidad Politécnica de Madrid. Él era de ciudad; ella, de un pueblo cercano.
Lo cautivó al instante: pelo negro como la noche, ojos profundos, figura esbelta.
Comenzaron a salir. Para Vicky, tímida y reservada, Víctor era un huracán. Inventaba mil formas de conquistarla: flores en la puerta de su residencia universitaria, apariciones nocturnas bajo su ventana por suerte, estaba en la planta baja para desearle buenas noches.
Fiestas, paseos, besos robados El primer año voló. Inseparables.
Pero Víctor descuidó los estudios. Nunca le había gustado “hincar los codos”, y menos ahora, con ese amor. Lo expulsaron. A él no le importó.
Encontraré trabajo, luego me matriculo en nocturno. Así podré casarme contigo, mi alegría le dijo a Victoria.
Consiguió empleo en una fábrica y anunció a sus padres su intención de casarse. Conocían a Vicky, había ido a su casa alguna vez.
Sabía que no les haría gracia. Su padre y su madre soñaban con que se casara con la hija de sus amigos, Zoraida. Pero ni él ni Zoraida compartían ese sueño.
Creía que entenderían, que al contarle lo que sentía por Vicky, cederían. ¡Tenía que estar con ella!
Pero no fue así. La reacción familiar fue brutal.
¡Por culpa de ese amor te echaron de la universidad! ¡Te enviamos a estudiar, no a casarte! ¡No nos faltaba más que traer a una chica de pueblo a la familia! rugió su padre.
Decidieron alejarlos. Víctor se marchó a cumplir el servicio militar.
Vicky languidecía sin él. Solo las cartas que él enviaba le daban aliento. ¡Qué palabras tan tiernas, tan ardientes!
Hasta que, de repente, dejaron de llegar. Un mes, dos, medio año Nada. Desesperada, un compañero de clase, Santi, intentó consolarla.
El amor se enfría con la distancia. No era amor, solo un capricho le dijo.
Santi era amigo de ambos. Lo que Vicky no sabía era que él le había escrito a Víctor confesándole su amor por ella, mintiendo que ahora salían juntos. Le pidió que no la perturbara con más cartas, pues pronto se casarían.
Vicky, resignada, se sumergió en los estudios. Santi siempre estaba ahí, atento, enamorado desde hacía años. Su manipulación le dio la oportunidad de acercarse a ella.
Su cariño parecía sincero.
Al menos que Santi sea feliz pensó ella, y aceptó su propuesta de matrimonio.
Quiso tirar las cartas de Víctor, pero no pudo. Las guardó en una caja y las escondió.
Empezaba una nueva vida.
Los padres de Víctor se apresuraron a contarle que Vicky se había casado con Santi.
Y pasaron los años.
Una década, luego otra. Vivían en la misma ciudad, pero sus vidas corrían paralelas, sin cruzarse.
A Vicky le llegaron rumores: Víctor se había casado, no con Zoraida, sino con otra mujer. Tuvieron un hijo.
Su propia vida, tranquila y monótona, no la hacía feliz. Con Santi tuvo dos hijas. Las niñas y el trabajo llenaron sus días. No había espacio para el deseo.
Cada uno arrastraba su carga sin alegría, olvidando que la vida podía ser brillante.
Pasaron 35 años.
Su matrimonio se deshizo. Por mucho que lo intentaron, sin amor no había salvación. Él encontró consuelo en otra mujer. Las hijas, ya adultas, formaron sus propias familias. Nada los unía ya.
Tras el divorcio, Santi confesó cómo había separado a Vicky de Víctor.
Él también estaba solo, su familia destruida.
Vicky terminó la última carta. Lloró y sonrió a la vez. Entonces sintió una urgencia: ¿dónde estaría Víctor ahora? ¿Cómo habría sido su vida? Necesitaba verlo, hablarle.
Decidió escribirle a su antigua dirección. Quizá seguía allí, o algún familiar podría hacerle llegar la carta. Victoria era mujer de acción. Escribió de inmediato, citándole en el café frente a su casa. Sin pensarlo dos veces, dejó la carta en el buzón más cercano.
Al día siguiente, se reprendió: ¿Por qué soy tan tonta?
Víctor, al llegar a casa, revisó el correo. ¿Una carta? Qué rareza en estos días. Reconoció el nombre en el sobre y no lo creyó. La leyó, y el tiempo retrocedió.
A la hora acordada, entró en el café. El corazón le latía con fuerza. El local estaba vacío, salvo por una mujer sentada en una mesa.
Vicky susurró.
Ella alzó la vista.
Sí.
Eran esos mismos ojos que guardaba en la memoria. Era ella, su Vicky. Hablaron, lloraron, rieron.
Salieron del café cogidos de la mano, decididos a no separarse nunca más.
P.D.
Han pasado casi cinco años desde aquel reencuentro. Victoria y Víctor viven en perfecta armonía, y cada día lo celebran como un regalo.
El amor verdadero no desaparece. De eso están absolutamente seguros.







