Alquilé mi piso durante casi 8 años a una pareja de fuera: él trabajaba en un taller mecánico y ella era dependienta en una tienda

Hace unos ocho años, alquilé un piso a una pareja de fuera, un chico y una chica. Él trabajaba en un taller mecánico, y ella era dependienta en una tienda. El dinero del alquiler cubría los gastos de comunidad de mi vivienda, los del piso alquilado, y me sobraba algo para la gasolina. Nunca tuve problemas con ellos; la relación era puramente profesional. Pero el año pasado, recibí una llamada de la chica, llorando. Me dijo que le habían detectado un tumor en el pecho, que le costó conseguir cita con el médico, que esperó mucho para las pruebas, y al final le diagnosticaron cáncer en tercera fase. Cuando su novio lo supo, la abandonó. No tenía a quién recurrir; sus amigos, aunque presentes, no eran íntimos ni adinerados. Sin el sueldo de él, no podía pagar el alquiler y tendría que marcharse. Me pidió dos semanas para desalojar. Pensaba volver a su pueblo, donde había un hospital. Aquí le harían la operación, pero el seguimiento sería allí. Yo sabía que necesitaba quedarse en la ciudad, con mejores médicos, o no tendría posibilidades. Decidí dejarla vivir en el piso sin pagar durante el tratamiento. Si podía cubrir los gastos, mejor; si no, no importaba. Ella, agradecida, no paraba de llorar. Su madre vino del pueblo para ayudarla después de la cirugía. Todo salió bien: superó la operación, la quimio y entró en remisión.

Mientras estuvieron allí, pagaban algo de la comunidad, aunque no siempre completo. Decían que no querían vivir del todo gratis. Lo más duro fue escuchar a quienes sabían la historia decirme que era tonta, que perdí dinero pudiendo alquilar a otros. Compañeros de trabajo, amigos, incluso mi madre. ¿De verdad la gente se ha vuelto tan insensible? El novio jamás volvió, y encima la insultó, diciéndole que con un pecho sería una monstruosidad. Ella, siendo guapa, tuvo que aguantar esas palabras.

Ahora está bien, sana, con revisiones y buen pronóstico. Siguió trabajando, alquilando mi piso, y luego conoció a alguien. ¡Este verano se casa! Me alegro muchísimo por ella; nos hicimos amigas durante todo esto, y soy una invitada importante en su boda. Para otoño, piensan pedir una hipoteca e irse. No me arruiné por dejar de cobrar el alquiler, aunque sí fue más ajustado. Pero vale la pena: ayudé a salvar una vida, y eso no tiene precio.

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Alquilé mi piso durante casi 8 años a una pareja de fuera: él trabajaba en un taller mecánico y ella era dependienta en una tienda