Simplemente no amada

Escucha dice severo Don José, el suegro de Diego te hemos tomado en la familia, te tratamos como a un hijo, y tú nos rechazas con pequeñeces. No está bien, yerno. Tienes que respetar a los padres de tu mujer. ¿Quién sabe cuándo tendrás que pedirnos ayuda?

Crisanta nace cuando su madre, Mercedes, acaba de cumplir diecinueve años. La maternidad precoz frena los planes de la joven pareja y, durante los primeros años, la niña queda al cuidado de la abuela Francisca. Mientras los padres estudian, la abuela es su primera y más fiable sostén.

El matrimonio llega después del nacimiento de la hija, pero la verdadera vida en familia se consolida cuando Crisanta cumple seis años. Entonces los padres la llevan a su nuevo hogar en Valencia, la matriculan en primer curso y la trasladan a una escuela distinta.

Desde el inicio la convivencia en la nueva familia resulta tensa. Antonio, padre de Mercedes, ocupa un puesto respetable, pero no muestra interés ni por su esposa ni por la niña. Sus constantes ausencias van acompañadas de infidelidades y juerga. Mercedes, por su parte, se pierde en el trabajo hasta bien entrada la noche. Crisanta queda a su suerte, pasa los días en la calle, come de forma irregular, a menudo comida fría y escasa, y desarrolla una gastritis crónica. Cuando la enfermedad se agrava, Mercedes la lleva al hospital, usando esas visitas como presión constante.

En la casa no existe el concepto de límites personales ni de derecho a opinar. Cada deseo de Crisanta se corta de raíz. Si intenta defender su posición, se desencadena la pelea y una avalancha de reproches. La madre la califica de niña desagradecida.

Me esfuerzo por ti, y no recibo ni una pizca de gratitud. Solo Dios sabe cuántos sufrimientos me has causado exclama Mercedes ¡Lárgate de mi vista!

La tensión estalla en un aparente conflicto insignificante cuando Crisanta, ya adolescente, se niega a participar en la sesión fotográfica nocturna de sus padres con los invitados. La madre reacciona furiosa:

¡Desvergonzada! ¿Cómo te atreves a avergonzarme delante de la gente? ¡Cámbiate ahora mismo y sal de ahí! ¡En este instante!

Mamá, no quiero que me fotografíen insiste Crisanta quiero dormir, tengo que levantarme temprano.

Mercedes lanza puñetazos a la hija, Antonio interviene para separarlos y le dice a Crisanta que sueñan con otro hijo, pero no pueden tenerlo.

Si pudiera, te echaría de la casa ahora mismo suelta él. Lástima que no podamos tener más hijos. Si surgiera una oportunidad, te enviaría al orfanato.

Crisanta ya no puede decir no. La madre le recuerda cada día su inutilidad, llamándola torpe y desagradecida. Cuando la niña cumple dieciséis y la familia acoge a una hija adoptiva, Mercedes, por primera vez, parece suavizarse, lo que supone para Crisanta un estrés adicional.

Al final, eres nuestro tesoro suspira la madre, observando cómo la niña adoptiva, en una rabieta, lanza platos al suelo porque no le compran un ordenador como los demás. Contigo nunca he tenido problemas. Escucha a tu padre, acepta la tutela Ya no habrá más problemas.

Nadie sabe que en la escuela la golpean y la encerraban en los cuartos de limpieza. La odian y, en vez de hacerse amigas, la persignan. Crisanta nunca se queja; no ve sentido en protestar cuando nadie la defiende.

Crisanta elige la carrera de Derecho, siguiendo la imposición de sus padres que buscan su aprobación. Pero eso no basta; ahora la critican por no encontrar su sitio en la vida.

¿Para qué estudias derecho? gruñe Antonio lo único que te espera es una máquina en la fábrica. ¡Eres una inútil! Al menos déjanos que te consigan algo.

Crisanta soporta en silencio, sueña con liberarse de las ataduras que sus progenitores tejen a su alrededor. Está exhausta.

Cuando se casa con Diego, los padres provocan un escándalo prematrimonial, acusándola de egoísta, de romper sus planes y de haber tomado su dinero. La verdad es que pidió un pequeño préstamo para aportar a la boda. La madre no deja de cargarle sus problemas.

¿Sabes cuánta energía hemos gastado en ti? dice Mercedes cuando Crisanta intenta negar otra ayuda.

Lo sé, mamá, pero Diego y yo tratamos de salir adelante, tenemos nuestras preocupaciones responde Crisanta con cautela mamá, no tengo tiempo para eso.

¿Qué preocupaciones? ¡Las nuestras también! Tu marido debe entenderlo interviene Antonio ¿Qué pedimos? Ir a comprar alimentos, llevarlos al restaurante y cuidar a la menor mientras celebramos.

Papá, Diego trabaja hasta tarde y mañana tiene una reunión importante replica Crisanta.

¿Reunión? ¿Más importante que la familia? ¿Te acuerdas de lo duro que fue criarte? ¡De tus enfermedades, de tu carácter insoportable! eleva la voz Mercedes.

Mamá, esas enfermedades aparecieron mientras ustedes estaban ocupados con sus asuntos, y no recuerdo haber sido criada por vosotros dice Crisanta con amargura.

¡Desagradecida! ¡No sabes lo que es ser padre! Si no fuera por nosotros, estarías en la calle grita Mercedes ¡viviendo con la abuela en la pobreza!

Mamá, os agradezco, pero no estoy obligada a dedicaros toda mi vida. Sólo pedimos un mínimo espacio personal suspira Crisanta.

¿Espacio personal? Acabáis de casaros y ya piensan en vosotros. Os dimos techo, os criamos insiste Antonio ¿y ahora os atrevéis a negarnos?

Mamá, el piso que compartimos con Diego no tiene nada que ver con vos aclara Crisanta, aludiendo al apartamento que compraron a crédito y que ahora pagan los dos.

Si sois tan independientes, ¿por qué todavía no encontráis trabajo decente y os metéis en negocios dudosos? ¿Y por qué aún no nos devolvisteis el dinero de la formación? le da un golpe bajo Antonio ¡Os hemos educado! ¿Dónde está la gratitud?

Crisanta da la vuelta al padre:

Papá, ¿puedes al menos dejar de respaldarla en este despropósito?

Crisanta, no empieces dice Antonio, firme tu madre tiene razón. Solo pedimos un favor y tu marido debe saber su sitio. No le pase nada si nos lleva. Somos tu familia.

¡Diego no tiene que llevaros! No es un taxi dice Crisanta, con tono de histeria.

¿Te has vuelto insolente? ¡Cómo te atreves a alzar la voz contra tu padre! avanza Mercedes.

Diego, que ha permanecido en silencio, ya no aguanta:

¡Basta! ¡Dejad de gritarle! Me casé con vuestra hija y asumí la responsabilidad. ¿Qué quiere? ¿ Que siga sirviéndoos? explota. Yo amo a Crisanta y quiero que sea feliz. Desde el día de la boda no nos dejáis un minuto de paz. O vivimos nuestra vida sin vosotros o no tendremos contacto alguno.

Crisanta mira a su marido y luego a sus padres.

¡Crisanta, no puedes! ¿Nos traicionarás? sisea Mercedes eres nuestra hija, hemos hecho tanto por ti

Lo recuerdo, mamá responde Crisanta en voz baja, apretando los puños recuerdo todo lo que me humillaste, los golpes, que queríais otro hijo. Recuerdo

¡Desagradecida! chilla la madre.

No, mamá. Soy una mujer adulta con una familia. Diego tiene razón: viviremos nuestra vida. Podéis dejar de llamarnos mientras aprendáis a respetar nuestras decisiones.

Los primeros días de esa libertad resultan tensos. Los padres llaman, amenazan, intentan chantajear con el silencio, pero Crisanta y Diego se mantienen firmes. Crisanta decide quitarle al padre la única forma de reprocharle: pagarles el dinero de sus estudios. Ahorran en todo para liquidar la deuda.

El momento más duro es sobrellevar los recaídas de Crisanta. Defendiendo su derecho a vivir, enfrenta años de presión psicológica, pero Diego es su apoyo, su roca.

Lo lograremos, Crisantita. Lo vamos a conseguir le dice.

Y lo consiguen. Les lleva un año saldar la cuenta que los padres le habían impuesto: quinientos mil euros, aunque la formación les costó la mitad. Al devolver el dinero, Crisanta corta todo contacto. Los padres no buscan reconciliación; están amargados con su hija desagradecida.

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Simplemente no amada