—No. Hemos decidido que es mejor que no traigas a tu esposa y a tu hijo a este piso. No podremos soportar las incomodidades por mucho tiempo y, al final, te pediremos que os vayáis. —¿Y luego tu esposa irá contando por ahí que os echamos a la calle con un niño pequeño?

Oye. Hemos decidido que es mejor que no traigas a tu mujer y al niño a este piso. No vamos a aguantar las molestias mucho tiempo y, al final, os pediremos que os marchéis. Y luego tu mujer irá contando por ahí que os echamos a la calle con un bebé.

Dácil, se te ha cambiado la cara. ¿Qué ha pasado? preguntó la vecina.

Nicolás me ha dicho que la dueña del piso nos ha ordenado que nos vayamos. Inmediatamente. Dice que alquiló el piso a una pareja sin niños, y vosotros vais a meter un recién nacido. Llorará por las noches, los vecinos se quejarán, y ella no quiere problemas.

¿Y qué? ¿No tenéis otro sitio adonde ir?

Los padres de Nicolás tienen un piso de tres habitaciones. Pero allí vive también su hermana pequeña. Y mis padres están en el pueblo, a veinte kilómetros de la ciudad contestó Dácil.

Bueno, podéis pasar una semana o dos en casa de tus suegros mientras encontráis otro piso sugirió la mujer.

Nicolás ya ha buscado. Pero en cuanto los caseros oyen que hay un bebé, dicen que no.

Vaya lío. Bueno, aún quedan dos días. Tu marido encontrará algo.

Pero Nicolás no encontró nada. Llamó a varios anuncios, recibió negativas y, al final, trasladó sus cosas del piso alquilado a casa de sus padres.

Sin embargo, sus padres y su hermana menor no estaban contentos con que la familia de Nicolás se instalase allí, y menos con un inquilino tan revoltoso.

Hijo, recuerda que antes de tu boda acordamos que tu mujer y tú no viviríais aquí dijo su madre. Por supuesto, puedes quedarte en tu habitación, pero no queremos extraños en nuestro piso.

Y tu Dácil es una extraña. Para ti es tu mujer, para nosotros, una desconocida. Tú la elegiste, nosotros no.

Mamá, es solo temporal, hasta que encontremos algo intentó negociar Nicolás.

Ya sabes que no hay nada más permanente que lo temporal. Primero será una semana, luego un mes, y al final se quedará para siempre.

No. Además, tu padre y yo trabajamos, tu hermana estudia. Todos necesitamos descansar. Y con un bebé en casa es imposible: no se puede hablar alto, ni ver la tele, y por la noche hay que estar listo para despertarse con el llanto.

Intentaremos encontrar algo rápido prometió el hijo.

No. Hemos decidido que es mejor que no traigas a tu mujer y al niño. No vamos a aguantar las molestias y, al final, os pediremos que os vayáis.

Y luego tu mujer irá contando que os echamos a la calle con un crío. Eso dañaría nuestra reputación, y no quiero que hablen mal de nosotros. Así que ni se te ocurra traer a Dácil y al niño. Resuélvelo de otra manera.

Con estas noticias, Nicolás fue al hospital.

Oye, Dácil, ¿y si te quedas en casa de tus padres con el niño? preguntó.

¿A tu madre no le interesa ver a su nieto? se sorprendió Dácil.

No sé. Mi madre ha dicho que no vayamos respondió Nicolás.

¡Genial! A otras mujeres con niños las reciben con flores, regalos y alegría. Y nosotras, como si fuéramos huérfanas. Ni siquiera quieren vernos se quejó Dácil.

Esa misma tarde llamó a sus padres, y el día del alta, además de Nicolás, fue su padre a recogerlos.

Recoge al niño, hija, y vámonos a casa. Y tú se dirigió al yerno, trae las cosas de Dácil y lo que hayáis comprado para el pequeño.

Llegaron al pueblo en media hora. Allí todo estaba preparado: en una habitación pequeña había una cuna con sábanas de ositos y conejos, un armario para la ropa del bebé y un sillón cómodo para darle el pecho.

En el salón les esperaba una mesa puesta para una comida especial. No había extraños, solo los padres de Dácil, su abuela y su hermana pequeña, Inés.

Durante la comida no mencionaron a la familia de Nicolás, pero discutieron con entusiasmo cómo llamar al niño. Al final eligieron el nombre: Íñigo.

Nicolás se fue a la ciudad después de comer, prometiendo traer las cosas de Dácil al día siguiente.

Cuando volvió, le esperaban buenas noticias.

Dácil, Nicolás dijo el padre cuando toda la familia estaba reunida. Tu madre y yo hemos hablado y decidimos vender la casa de la abuela. El dinero será para vosotros.

Lo firmaremos como un regalo de la familia para Dácil. Pero con una condición: esta casa, donde vivimos ahora, será para Inés en el testamento. ¿De acuerdo?

Claro que sí.

Entonces mañana pondré el anuncio dijo el padre.

La casa se vendió en tres meses. Durante ese tiempo, Dácil e Íñigo vivieron en el pueblo, y Nicolás en la ciudad, en casa de sus padres, pero los fines de semana iba a verlos.

Luego tardaron mes y medio en encontrar piso, pedir la hipoteca y hacer reformas.

Por fin llegó el día en que Dácil, Nicolás e Íñigo se mudaron a su nuevo hogar. Pasaron casi un mes organizándose y luego celebraron una fiesta de inauguración.

Invitaron a los padres de Dácil, sus amigas y los amigos de Nicolás. Pero sus padres no fueron. Se enteraron por casualidad de que su hijo había comprado piso.

Cuando recogía sus cosas, su madre pensó que se mudaban a otro piso de alquiler.

Hijo, ¿invitaste a la familia del pueblo y ni siquiera nos dijiste que tenías piso? ¡Podrías habernos invitado!

Además, ni siquiera hemos visto a nuestro nieto. No es forma de actuar, hijo le reprochó su madre por teléfono.

¿Y negarle la entrada a mi mujer y a mi hijo recién nacido sí es de familia? preguntó él.

Ya te lo expliqué: somos mayores, necesitamos tranquilidad dijo su madre. Pero ahora podríamos visitaros.

¿Para qué?

¿Cómo que para qué? ¡Íñigo es nuestro nieto!

Mamá, nuestro hijo va a cumplir seis meses, y solo ahora te ha dado por verlo. Curioso, ¿no?

No es para tanto. Cuando era un recién nacido, no había mucho que ver: todos los bebés son iguales respondió su madre.

Yo creo que la razón es otra. Por ejemplo, que temíais que me instalase con mi familia en vuestro piso, y lo defendíais como una fortaleza.

Y mientras Dácil e Íñigo estaban con sus padres, tampoco os moríais por verlo. Pero ahora que tenemos piso, os da por visitarnos. Lo siento, pero no estamos preparados para recibiros dijo Nicolás.

¿Así que os habéis enfadado? preguntó su madre. Por cierto, quería invitar a tu mujer y al niño a pasar el verano en nuestra casa de campo.

¿De repente? se sorprendió él.

El niño necesita aire fresco. En mayo ya hace calor en la ciudad, y en verano es insoportable.

Así tu mujer estará tranquila, nadie la molestará. Tu padre y yo solo iremos los fines de semana.

Este año tengo vacaciones en octubre, y él en noviembre. No os cobraremos nada. Solo que Dácil riegue un poco y recoja los tomates.

¡Lo entiendo todo, mamá! Queréis una criada para el verano. No, arreglaos solos. Si queremos que Íñigo respire aire puro, Dácil se irá con él al pueblo respondió Nicolás.

La madre y la hermana de Nicolás vieron a Íñigo por primera vez cuando tenía dos años y medio: se lo

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MagistrUm
—No. Hemos decidido que es mejor que no traigas a tu esposa y a tu hijo a este piso. No podremos soportar las incomodidades por mucho tiempo y, al final, te pediremos que os vayáis. —¿Y luego tu esposa irá contando por ahí que os echamos a la calle con un niño pequeño?