La noche, densa sobre la ciudad, parecía presagiar una tragedia. Pesadas nubes avanzaban por el cielo, como cargadas con el peso de esperanzas frustradas y destinos rotos.

La noche, densa sobre la ciudad, parecía presagiar una tragedia. Nubes pesadas arrastraban su peso por el cielo, como si cargaran con esperanzas rotas y destinos truncados. El coche deslizaba sobre el asfalto mojado, dejando un rastro de faros y un silencio atravesado por la angustia. Álvaro agarraba el volante con fuerza, como si su vida dependiera de ello. Cada bache del camino resonaba en su espalda como un golpe de martillono físico, sino del alma, como si el destino le recordara: nada sería fácil.

En el asiento del copiloto, Lucía respiraba con dificultad. Su mano reposaba sobre su vientre, enorme, como si sostuviera no solo a un niño, sino un mundo entero a punto de desmoronarse. Sus ojos, fijos en el cielo gris, carecían de luz. Solo quedaba anhelo. Profundo, desgarrador, como el viento de enero que corta hasta los huesos.

Álvarosu voz era más frágil que el hilo de una araña. Escúchame. Por favor.

Él asintió sin apartar la mirada de la carretera, pero cada fibra de su ser estaba en alerta. Sabía que lo que venía no era una petición, sino una sentencia.

Prométemetragó saliva, como si intentara tragar también el miedo. Si algo sale mal no la culpes. A nuestra niña. Ella no tiene la culpa. Solo ha nacido. Y tú debes quererla. Por mí. Por los dos.

Álvaro apretó los dientes. Los nudillos de sus manos palidecieron. Quería gritar que todo saldría bien, que Lucía sobreviviría, que los tres estarían juntos en la casa que estaba construyendo, con su habitación, sus muñecas y sus sueños. Pero las palabras del médico, seis meses atrás, atravesaban su memoria como un cuchillo: *”Un embarazo con su diagnóstico es como jugar a la ruleta rusa con cinco balas. Las probabilidades son mínimas. Esto no es un juego. Es la muerte.”* Recordó cómo Lucía había temblado al escucharlo. Cómo lo miróno con miedo, sino con súplica. *”Quiero esto, Álvaro. Quiero ser madre. Quiero que nuestro amor quede en este mundo.”* No pudo negarse. No por debilidad, sino por amor.

Lucíasusurró, con la voz quebrada. Volveremos a casa. Los tres. Lo juro. No te dejaré. Pase lo que pase.

Sus palabras eran valientes, pero por dentro, todo se resquebrajaba.

Cuando llegaron a urgencias, la lluvia azotaba los cristales como si el cielo llorara por ellos. La ayudó a salir, sintiendo su temblorno por el frío, sino por el presentimiento. Ella se giró, apoyó su frente en su pecho y susurró:

Te quiero, Álvaro. Más que a la vida. Creo en ti. Eres más fuerte de lo que piensas.

Ese abrazo duró segundos, pero se grabó en su memoria como la última luz antes de la oscuridad. La llevaron en una camilla, y él se quedó atrás, empapado no por la lluvia, sino por la soledad.

Media hora después, apareció un médico de rostro impasible.

La situación es crítica. La coagulación de su sangre está fallando. Las posibilidades son pocas. Muy pocas.

Álvaro se desplomó en los escalones del hospital. El tiempo se detuvo. Rezóno a un dios, sino al universo entero. *”Tráela de vuelta. Llévame a mí en su lugar.”*

Entonces apareció Claudia, amiga de Lucía desde la universidad, enfermera en pediatría. Se sentó a su lado sin preguntar.

¿Cómo está?

Muy malmurmuró él.

Claudia suspiró, irritada.

Egoísta. Sabía lo que arriesgaba. ¿Y tú? ¿Tus padres? ¿Sois solo peones en su juego?

Álvaro la miró, incrédulo. ¿Cómo se atrevía? Pero el dolor le robó las palabras.

Vamosdijo ella, tomándolo de la mano. Aquí te vuelves loco. Bebamos algo.

La siguió como un autómata. Bebieron brandy barato en un banco del parque. Él no saboreó nada, solo el ardor que adormecía el dolor.

Al día siguiente, despertó en su sofá, con la cabeza embotada. Llamó al hospital. *”Estable. Grave.”* No era una buena noticia. Corrió hacia allí. Claudia lo esperaba.

He conseguido que la veas. Solo por la ventana.

La vio a través del cristal. Pálida, conectada a máquinas. No era ella. Era un fantasma.

Un día después, la llamada.

Lo siento. No pudimos detener la hemorragia. Ni su mujer ni la niña sobrevivieron.

El mundo se desvaneció. Gritó, acusó al médico.

¡Mentira! ¡Habría pagado lo que fuera!

El dinero no puede con todorespondió el médico, exhausto.

Claudia se encargó de todo: el funeral, el ataúd, el cementerio. Álvaro se hundió en su casa vacía, donde cada objeto gritaba *Lucía*.

Una noche, un recuerdo lo golpeó. Una pelea años atrás. Una borrachera. Claudia. Una traición. La única. Un secreto que ahora pesaba como una losa.

En el cementerio, no pudo mirar el ataúd. Quería recordarla viva. Al salir, una niña de unos ocho años lo agarró del brazo.

¡Señor! ¡Pida las cámaras! ¡Del hospital! ¡Se lo mostrarán!

Él le dio unas monedas y se marchó.

El dolor lo impulsó. Su empresa de construcción creció. El dinero fluyó. Pero la casa seguía vacía. Empezó a frecuentar a Claudia. Sus cosas invadieron el espacio poco a poco: un cepillo de dientes, una bata, una maleta.

Un día, vio la foto de Lucíaantes en la mesa del salónahora escondida en un estante. Quiso gritar. Pero calló.

Casi un año después, Claudia le preguntó:

¿Vendemos esta casa? Demasiados recuerdos. Empecemos de nuevo.

Él la miró. Algo en su interior se rebeló. No quería una vida nueva. Quería recuperar lo perdido.

Esa noche, medio dormido, susurró:

Lucía

Claudia lo apartó bruscamente.

¿Otra vez con ella? ¡Hasta muerta se interpone! ¡Era una egoísta! ¡Yo soy mejor! ¡Merecía estar en su lugar!

Álvaro despertó de golpe. Ante él estaba una extraña llena de odio.

Vetedijo con frialdad. Ahora.

La puerta se cerró. El silencio era ensordecedor.

De pronto, recordó a la niña del cementerio. *”Pida las cámaras.”* No era una tontería. Era una advertencia.

Encontró al guardia nocturno del hospital. Le ofreció dinero. Una hora después, vio las grabaciones.

Allí estaba. Su hija. Viva.

Y Claudia, intercambiándola por un bebé muerto.

Llame a la policía.

En horas, descubrieron todo. Claudia había registrado a la niña como “abandonada” y la entregó a un orfanato.

Encontraron a la niña del cementerio. Se llamaba Martina. Había oído a Claudia hacer el trato.

Intenté avisar Nadie me creyódijo.

Álvaro cayó de rodillas.

Perdóname.

Fue al orfanato. Una niña de pelo claro lo miró. Los ojos de Lucía.

Me la llevo. Ahora.

Compró una cuna, juguetes, vestidos. La casa revivió.

Colocó de nuevo

Rate article
MagistrUm
La noche, densa sobre la ciudad, parecía presagiar una tragedia. Pesadas nubes avanzaban por el cielo, como cargadas con el peso de esperanzas frustradas y destinos rotos.