Lucía avanzó con paso lento sobre el césped perfectamente cortado, como si pisara un escenario. Cada gesto suyo era calculado, frío y preciso. Lo sabía: no era un simple regreso. Era su venganza.
Los ojos del tío Rodrigo la quemaban con la intensidad de su mirada. Apretaba el bastón con tal fuerza que los nudillos se le volvieron blancos. En su expresión había de todo: rabia, desprecio y ese brillo depredador que durante décadas lo había convertido en el amo de todo lo que tocaba.
¿Comprar? preguntó con sorna. Niña, estas casas son de mi familia. De mi linaje. Mientras yo viva, aquí seguirán.
Lucía dio un paso al frente.
Precisamente por eso dijo en voz baja. Porque no te queda mucho tiempo.
Los labios del hombre temblaron. Quiso reír, pero solo le salió un acceso de tos. Los años, el alcohol y el peso del poder habían hecho su trabajo.
Detrás de las vallas, aparecieron rostros. Todos veían, pero nadie se atrevía a intervenir. La curiosidad era más fuerte que el miedo.
Te has vuelto loca, Lucita gruñó el anciano. Nadie te venderá nada.
Lucía sacó una carpeta de su bolso.
Estos son contratos. Ya he comprado media calle. La tía Valeria tenía deudas, su hijo estaba ahogado en préstamos. El negocio del tío Esteban quebró. Todos vinieron a mí.
Los ojos de Rodrigo centellearon.
¡Mentira!
Lucía abrió la carpeta y mostró las copias.
Esto es solo el principio. Pero tú, tío Rodrigo, tienes secretos que valen más que estos muros.
El viejo vaciló.
¿Qué secretos?
La sonrisa de Lucía era gélida.
¿Crees que no sé nada? Pero yo sé cómo te quedaste “viudo” tan convenientemente. Sé que mi madre desapareció una mañana y dijiste que fue un infarto. No hubo autopsia. No hubo preguntas. Tú pagaste a los médicos, a los policías.
Un murmullo recorrió el vecindario. Tras las ventanas, ojos asustados brillaban en la sombra.
¡Mentira! rugió Rodrigo. Todos sabían que estaba enferma
¿Enferma? cortó Lucía con dureza. ¿O simplemente estorbaba con su herencia?
El hombre tambaleó, pero recuperó la voz rápidamente.
No tienes pruebas.
Lucía alzó la mano.
¿Y esto qué es?
Sacó un cuaderno gastado y delgado. El rostro del viejo se volvió cenizo.
Eso
Sí. El diario de mi madre. Lo encontré en un baúl de una pariente lejana. Ahí está todo: sus miedos, sus quejas. Describe cómo le mezclabas medicinas en el té para debilitarla. Cómo falsificaste su testamento.
Los ojos de Rodrigo se desorbitaron. El bastón se le resbaló de las manos y casi cae al suelo.
Mentiras todo mentiras
Lucía encogió los hombros.
Quizá. Pero sabes qué adoran los periodistas? Historias como esta. Sobre todo, cuando hay papeles que las respaldan.
Un silencio espeso cayó sobre la calle. Solo el viento agitaba las ramas de los árboles.
Rodrigo levantó la mano como para golpearla, pero le tembló. El bastón se le escapó mientras él mismo se desplomaba en el banco del porche. Su rostro se descompuso, la dignidad reemplazada por la impotencia. El patriarca, por primera vez, parecía débil.
Esta es mi calle jadeó, luchando por respirar.
Ya no respondió Lucía en un susurro.
Dio media vuelta y caminó hacia su coche.
Entonces ocurrió lo inesperado. De las casas vecinas salieron personas. La tía Valeria, pálida y con el pelo revuelto, agarrando un papel.
¡Tiene razón! gritó. Yo le vendí todo ya no podíamos pagar los créditos
Tras ella salió el tío Esteban, con la mirada baja.
Mi negocio se hundió murmuró. Yo también firmé.
Las voces de la multitud crecieron. Unos lloraban, otros maldecían. La calle, antes impoluta, se desmoronaba bajo el peso de las mentiras.
Lucía arrancó el motor. En el retrovisor vio la escena: Rodrigo inmóvil como una estatua derrumbada, su familia corriendo en vano para salvar lo que ya estaba perdido.
En su pecho, el dolor de años la oprimía, pero ahora, por primera vez, no la consumía. El dolor ya no la controlaba.
Sus manos sostuvieron el volante con calma. Sabía que no había regresado en vano.
Treinta y dos años atrás, la habían echado de allí como a basura.
Hoy, ella era la nueva dueña de la calle.
FINAL: La calle que una vez fue del clan de Rodrigo ahora estaba en manos de Lucía. Su venganza no fue gritos ni violencia, sino papeles, fría inteligencia y el tiempo, que al final puso todo en su lugar.







