Un hombre debe sacrificar a su perro por falta de medios para salvarlo.
Un anciano llevó a su perro para que lo durmieran, ya que no tenía dinero para salvar a su compañero. Al ver las lágrimas del hombre y la tristeza del animal, el veterinario tomó la única decisión posible
Dicen que la felicidad no está en el dinero, pero a veces, es el dinero el que determina nuestro destino. El viejo no tenía un céntimo cuando los médicos le presentaron la factura para salvar la vida de su amigo de cuatro patas.
En la consulta del veterinario, reinaba el silencio. El doctor observaba al dúo: un perro mestizo tumbado en la mesa y su dueño, inclinado sobre él, acariciando distraídamente su oreja. Solo se escuchaba la respiración agitada del animal y los sollozos ahogados del hombre. El anciano no quería dejar ir a su amigo y lloraba en silencio.
Javier López, un joven veterinario, había presenciado muchas veces estas muestras de dolor durante las eutanasias. Era comprensible, la gente se encariña con sus mascotas. Pero este caso, lo intuía, era diferente.
Javier recordaba la primera vez que los vio en la puerta de su clínica, tres días antes. Un hombre mayor, de aspecto humilde, había llevado a su perro de nueve años, Canelo, con urgencia. El animal no se levantaba desde hacía dos días, y el anciano estaba desesperado. Como le explicó, aparte de Canelo, no tenía a nadie más.
El veterinario examinó al perro. Sufría una infección grave que requería un tratamiento caro e inmediato. De lo contrario, el animal moriría entre terribles dolores. “Si no puede pagar el tratamiento le dijo con frialdad, lo más humano sería la eutanasia.” Ahora, Javier podía imaginar lo que aquel hombre había sentido en ese momento, pero entonces no lo comprendió.
Tras sus palabras, el anciano dejó sobre la mesa unas pocas monedas y billetes arrugados, el pago por el servicio. Tomó a Canelo en brazos y se marchó. Y ese día, había vuelto. “Perdone, doctor, solo he podido juntar para la eutanasia”, dijo el hombre, bajando la mirada.
Ahora, cuando el viejo pidió cinco minutos más para despedirse de su perro, Javier López los observó y no entendió por qué el mundo era tan injusto. Muchos con millones tratan a los animales sin compasión, mientras que este hombre pobre y su perro moribundo rebosaban tanto amor.
La garganta del joven veterinario se cerró. Puso una mano en el hombro del anciano. “Voy a curarlo dijo con voz temblorosa, voy a tratar a su Canelo a mi costa. No es tan viejo. Todavía podrá correr.” Sintió cómo los hombros del hombre temblaban bajo su mano, ahogando los sollozos.
Una semana después, Canelo ya se sostenía firme sobre sus patas. Las medicinas y los cuidados habían surtido efecto. El doctor se sentía feliz. Tal vez había hecho un pequeño gesto por aquel anciano desesperado y su perro mestizo, pero en realidad, era un acto de inmensa generosidad.
Afortunadamente, aún hay personas sensibles y compasivas en este mundo.







