**Diario Personal**
El director quería ayudar a la limpiadora con algo de dinero, pero al abrir su bolso encontró algo inesperado. Un alto ejecutivo deseaba apoyar económicamente a la empleada de la limpieza, pero al revisar su bolso, algo captó su atención.
Hugo notó a una joven limpiadora sentada en un rincón, con las mejillas húmedas de lágrimas.
“Perdona, ¿puedo ayudarte? ¿Qué ha pasado? ¿Alguien te ha faltado al respeto?”, preguntó con delicadeza.
La chica se sobresaltó, se secó rápidamente las lágrimas y respondió: “No es nada, solo un mal día. No quiero molestar”.
“No es molestia. ¿Seguro que estás bien?”, insistió Hugo con empatía.
“Sí, gracias. Volveré al trabajo”, murmuró ella, alejándose rápidamente.
Al quedarse solo, Hugo reflexionó. Sabía que el humo no sale sin fuego. Mientras caminaba hacia su oficina, pensó en cómo ayudar a esa chica. Al llegar, recordó que debía hablar con Carmen Jiménez.
Carmen, con años en la empresa, conocía cada rincón y cada historia. Hugo buscó su número en su agenda y la llamó.
“Buenos días, Carmen. ¿Podrías venir a mi despacho en diez minutos?”.
Poco después, Carmen estaba sentada frente a él, tomando un café.
“¿O es que un director no puede invitar a café a una limpiadora?”, bromeó Hugo.
Carmen sonrió: “Venga, Hugo, no me venga con rodeos. ¿En qué puedo ayudarle?”.
“Tú conoces a todo el mundo aquí. ¿Qué opinas de la nueva chica de la limpieza?”.
“Es buena chica. Trabajadora. La vida no le ha sido fácil, pero no se rinde. ¿Qué pasó?”, preguntó Carmen.
“La vi llorar, pero no quiso hablar”, explicó Hugo.
Carmen frunció el ceño:
“Las otras chicas se burlan de ella. Le dicen cosas feas por su ropa sencilla. La llaman ‘la pobretona’ o ‘la anticuada’. Sofía lo lleva todo dentro”.
“¿En serio? ¿Gente con estudios actúa así?”, se sorprendió Hugo.
“Así es. Incluso le dije a Marta que dejara de meterse con ella, pero les divierte”, afirmó Carmen.
“¿Y su situación familiar es tan difícil?”, preguntó Hugo.
“Sí. Su madre está enferma, pero no le conceden la invalidez. Sofía trabaja para pagar sus medicamentos. Es lista, pero no tiene tiempo para estudiar”.
Hugo se quedó pensativo. ¿Cómo podía existir tanta crueldad en pleno siglo XXI? Tras agradecer a Carmen, se quedó solo, reflexionando sobre la injusticia.
Decidió intervenir. Sacó todo el dinero que llevaba y buscó a Sofía en el pasillo donde limpiaba con Carmen.
Entró en silencio. El bolso de Sofía estaba cerca. Al abrirlo para dejar el dinero, algo brilló: un crucifijo de oro.
Ese crucifijo le resultó familiar. Era único, había pertenecido a su padre. De pronto, un recuerdo lo golpeó.
Hace veinte años, su madre enfermó gravemente. Hugo, entonces un niño, veía cómo su padre luchaba por salvarla. Un día, mientras iban al hospital, su padre chocó con otro coche.
En el otro vehículo había una mujer y su hija pequeña. La mujer, gravemente herida, agarró el crucifijo de su padre y susurró: “Ayude a mi hija”.
Su padre, desesperado, se negó: “No puedo, mi mujer se muere”.
Llegaron tarde al hospital. Su madre falleció. Aquel crucifijo desapareció hasta ahora.
De pronto, una voz lo sacó de sus pensamientos:
“¿Qué hace usted ahí?”.
Era Sofía. Hugo, turbado, intentó explicarse:
“Perdona, Sofía. Quería darte un bono, pero no sabía cómo hacerlo sin incomodarte”. Le entregó el dinero y se marchó rápidamente.
Esa noche, Hugo habló con su padre.
“Padre, ¿recuerdas el accidente de mamá? La mujer del otro coche su hija trabaja ahora conmigo”.
Su padre palideció: “Pensé que lo habías olvidado”.
“No. Ella carga con todo. Debemos ayudarla”.
Tras un tenso silencio, su padre asintió: “La llevaré a la mejor clínica”.
Al día siguiente, Hugo llamó a Sofía a su despacho.
“Sofía, quiero ayudarte con tus estudios y tu madre”.
Ella, sorprendida, preguntó: “¿Por qué?”.
Hugo respiró hondo: “Porque yo iba en ese coche. Mi padre conducía. Mi madre murió y no ayudamos a la tuya”.
Sofía lo miró fijamente: “Mi madre era novata al volante. Si no hubieseis sido vosotros, otro la habría asustado. No os culpo”.
Un peso se alzó de sus hombros.
Seis meses después, Hugo anunció a su padre:
“Me caso con Sofía”.
La oficina celebró la boda, liderada por Carmen. La madre de Sofía, recuperada, bailó en la fiesta.
Aquellas que antes se burlaban, ahora bajaban la mirada al saludarlos.





