**Diario de un Abuelo**
Antes, cuando me necesitaban, escuchaba: “Papá, ¿cuándo vienes?” Ahora solo oigo: “¿Por qué te metes en nuestra vida?” Siento una tristeza enorme. Cuando era indispensable, mi nuera era cariñosa y agradecida. Me llamaba diciendo: “Papá, ¿cuándo vienes?” Pero ahora, ya sin necesidad de mí, sus palabras son otras: “¿Por qué te metes en lo que no te importa?”
Mi hijo, Javier, se casó hace ocho años. Para su boda, mi esposa y yo les regalamos un piso en Madrid, el de mi madre, que renovamos y amueblamos. Al principio, mi relación con mi nuera, Lucía, era excelente. Nos respetábamos, nos felicitábamos en Navidad y nos hacíamos regalos. Yo procuraba no entrometerme, pues aún trabajaba.
Recordaba a mi suegra, siempre metida en todo, y no quería ser como ella. ¿Para qué enseñar a Lucía a llevar un hogar? La vida ya se encargaría, y hoy todo se aprende en internet. Si Javier estaba con ella, era porque así lo quería.
Un año después de la boda, supimos que seríamos abuelos. ¡Qué alegría! Les prometí mi ayuda, y Lucía lo agradeció mucho.
Cuando nació el niño, Lucía estaba perdida. Su madre, que vivía en Valencia, no podía venir por trabajo. Así que, tras salir del hospital, casi me instalé en su casa, volviendo solo para dormir. Lucía temía hasta coger al bebé:
Es tan pequeño, ¿y si le hago daño sin querer? lloraba.
Tuve que enseñarle todo, y a veces lo hacía yo mismo. Los primeros cinco meses, solo yo lo bañaba mientras ella observaba. Estaba disponible a cualquier hora, incluso de madrugada si el niño lloraba.
Aunque me costaba la edad no perdona, le explicaba con paciencia, le mostraba cómo hacer las cosas y la animaba. Poco a poco, Lucía aprendió y empezó a valerse sola, pero aún me llamaba: “Papá, ¿cuándo vienes?”
Cuando mi nieto, Adrián, empezó la guardería, me encargué de él cada vez que enfermaba. Para ellos, era prioritario trabajar y ahorrar. Le cosía disfraces para las funciones, grababa sus actuaciones y lo llevaba al médico.
Puedo decir que casi lo crié yo. Siempre estaba ahí. Hace tres años, murió mi esposa, y Adrián fue mi única alegría, lo que me salvó de la desesperación.
Javier decía que siempre sería bienvenido en su casa, y eso me consolaba. Pero todo cambió cuando Adrián entró al colegio. La madre de Lucía se mudó cerca, y mi ayuda ya no hizo falta.
Con el tiempo, fui yo quien necesitó apoyo. Se rompió el grifo, el móvil se calentaba y se apagaba Llamaba a Javier o a Lucía, esperando ayuda.
Pero Javier estaba muy ocupado ahorraban para una casa más grande. Prometía venir el fin de semana, pero nunca podía. Lucía se irritaba:
¿Por qué nos molestas? Si se rompe el grifo, llama a un fontanero. Si el móvil no funciona, llévalo a arreglar. ¡Tenemos poco tiempo y tú te metes en todo!
Sus palabras me dolieron. Cuando ella necesitaba ayuda, iba incluso de madrugada. Ahora, me dicen que contrate a alguien.
Casi no veo a Adrián. Ahora lo cuida su otra abuela, y Javier parece haberme olvidado.
Decidí no insistir más. Si se acuerdan de mí, bien; si no, esa será mi suerte. No me arrepiento de haber ayudado. Aunque pudiera volver atrás, lo haría igual. Que les pese a ellos. Yo no pienso entrometerme más.
**Lección:** Dar todo por los hijos no garantiza que lo valoren. A veces, la gratitud tiene fecha de caducidad.







