Lucía iba a verla cada dos días. Le dejaba comida y agua junto a la cama y se marchaba sin más.
Tengo una vecina que se llama Lucía. Su madre lleva años viviendo sola. Antes cocinaba de maravilla. Le encantaba preparar platos y hornear dulces para toda la familia, y siempre compartía con los vecinos.
Pero Lucía sentía vergüenza de su madre porque era una mujer humilde, del campo, que había trabajado la tierra toda su vida. Tras la muerte de su marido, la madre se quedó sola. Lucía apenas la visitaba. Con el tiempo, su madre empezó a olvidarse de las cosas, incluso a decir tonterías sin sentido.
Un día, Lucía fue a verla y notó un fuerte olor a quemado en la casa. Resultó que su madre había olvidado apagar el horno.
¿Pero qué demonios haces? ¡Ni siquiera puedes calentar la comida sin arriesgarte a quemar la casa! le gritó Lucía.
Cariño, lo siento ¡Es la primera vez que me pasa! se disculpó su madre.
Con el tiempo, su salud empeoró. Le costaba caminar, incluso por la casa. Un día, llamó a Lucía y le dijo:
Lucía, no me encuentro bien ¡La tensión se me ha subido! ¿Puedes venir?
¿Qué soy yo, una médica? ¡Llama a una ambulancia! respondió Lucía antes de colgar.
Después, su madre dejó de salir de casa por completo, y Lucía tuvo que ir cada semana. Le compraba los alimentos más baratos, limpiaba un poco y sacaba la basura, pero siempre lo hacía con rabia:
¡No entiendo cómo puede ser! Vives sola y lo tienes todo patas arriba ¡Da vergüenza ajena!
Por lo general, Lucía salía dando un portazo. Al final, su madre ni siquiera se levantaba de la cama. Lucía pasaba cada dos días, dejaba comida y agua junto a ella y se iba. Hasta que un día llegó y su madre ya no estaba. Tras el funeral, Lucía empezó a visitar su tumba con frecuencia.
No paraba de repetir:
¡Ay, cómo echo de menos a mi querida mamá! ¡Era la persona más dulce y maravillosa del mundo!
¿De verdad solo recordaba lo bueno? ¿Había olvidado cómo la descuidó, cómo no quiso ayudarla ni cuidarla? ¿Cómo era posible?







