¡Ven conmigo!

¡Ven conmigo! Ahora mismo tengo el patio sin perro. Serás un buen guardián, ¡no te faltaré al respeto! Se subió a la bicicleta y se fue al pueblo. Por el camino, el abuelo Francisco se volvió más de una vez pero nadie lo seguía.

Ella era un perro “poco sociable” Así como se dice de algunas personas “de pocas palabras” Ella era igual

Hace muchos años, el abuelo Francisco, yendo al bosque por nueces silvestres, encontró un cachorroun niño todavía. Solo Dios sabía cómo había llegado esa criatura al corazón del bosque.

Andaba en silencio entre los árboles. Ni siquiera tenía collar Algo pequeño, mojado por la lluvia El abuelo frunció el ceño y se acercó.

Torpe, no muy bonita Pero aún así Unos ojos dorados lo miraron Ojos que no eran de un cachorro Ojos de un animal sabio El abuelo Francisco se quedó pensativo.

¡Ven conmigo! Ahora mismo tengo el patio sin perro. Serás un buen guardián, ¡no te faltaré al respeto!

Se subió a la bicicleta y partió al pueblo. Por el camino, el abuelo se volvió una y otra vez pero nadie lo seguía. Pronto olvidó aquel encuentro en el bosque.

Se ocupó de sus quehaceres. En su casa había mucho trabajo: tres cerdos, una cerda con diez lechones, una vaca llamada “Blanca”, una docena de gallinas, seis patos con sus crías y un gato llamado “Saturno”

El abuelo lió un cigarrosiempre detestó los comprados, abrió la verja y se dispuso a descansar un rato en el patio. De pronto, se quedó helado

Aquellos ojos dorados lo miraban Con tanta atención Tan intensamente que no sabía qué hacer.

¿Entonces entras al patio? Tras un largo silencio, el cachorro retrocedió y desapareció en la oscuridad.

Así pasaron días y noches Cada tarde, aquellos ojos lo observaban, como si lo juzgaran, como si buscaran en él un alma afín

Hasta que una noche, cuando el abuelo Francisco fumaba en el patio, “ella” se acercó Lo olió y se recostó a sus pies

El abuelo no era un hombre cariñoso, acostumbrado a ver a los animales como herramientas Tampoco recordaba cuántos cerdos, vacas o gallinas había sacrificado en su vida

Los perros servían para guardar, los gatos para cazar ratones Ya ni recordaba cuántos perros habían pasado por su vida. Algunos envenenados, otros muertos por enfermedades Y ahora, su caseta estaba vacía.

A principios del verano, “Trueno” había muerto. El veterinario dijo que fueron las garrapatas Nadie lo lloró mucho. El abuelo era un hombre duro, de pocas lágrimas

Y su esposa, Catalina, era aún más fuerte Vaya carácter tenía esa mujer. Todo el pueblo recordaba cómo había matado de un puñetazo a un ternero que la embestía mientras lo llevaba a beber

El abuelo dio una calada al cigarro y miró al cachorro a sus pies. Aquellos ojos dorados lo observaban fijamente

Bueno, bicho, ¿has decidido quedarte? Pues escucha: te daré de comer dos veces al día, lo que haya Pero no te maltrat

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