**Diario de Carmen López**
Hoy, como cada mañana, el llanto de Lucía me despierta. Es tan pequeña, tan hermosa. Sus manitas se aferran a mis dedos cuando la levanto, y en ese instante, todo cobra sentido de nuevo.
Buenos días, mi vida le digo en voz baja, acunándola con cuidado. ¿Has dormido bien?
Desde el pasillo, oigo los pasos de Javier. Siempre ha sido un hombre callado, pero desde que Lucía nació, parece aún más distante.
¿Otra vez hablando sola? murmura, apoyado en la puerta, con esa mirada que ya no logro comprender.
No estoy hablando sola. Le hablo a Lucía.
Él suspira y se pasa una mano por el pelo, despeinado.
Carmen, tenemos que hablar.
Luego respondo, balanceando a mi niña. Ahora tengo que darle el biberón.
Lo veo marcharse, y siento un pinchazo de culpa. Sé que Javier está sufriendo, pero Lucía me necesita. Es tan frágil, tan mía.
Durante el día, cuando él no está, tenemos nuestra rutina. Le canto nanas, la baño con agua tibia, le leo cuentos. Ella me mira con esos ojos claros que parecen entenderlo todo.
Tu padre te querrá le digo mientras le pongo un body limpio. Solo necesita tiempo.
Por las noches, cuando Javier vuelve, encuentro excusas para llevármela a otra habitación. Él no la mira, no pregunta por ella. A veces lo oigo llorar en el cuarto de baño, y no entiendo por qué.
Una noche, después de acostar a Lucía, lo encuentro en el salón, con una foto entre las manos.
¿Qué es eso? pregunto.
Alza la vista, y tiene los ojos hinchados.
¿Te acuerdas de esto?
Es la ecografía. La primera, de hace ocho meses. Recuerdo ese día: la ilusión, los planes, los nombres que elegimos juntos.
Claro que me acuerdo digo, sentándome a su lado. Cuando supimos que venía Lucía.
Javier cierra los ojos, y las lágrimas caen.
Carmen Lucía no está aquí.
¿Qué dices? Está durmiendo en su cuna.
No, cariño. No hay cuna. No hay habitación de bebé. No hay Lucía.
Me levanto de golpe.
¡Estás equivocado! ¡Acabo de acostarla!
Corro hacia el cuarto, pero él me sigue. Cuando abro la puerta, enciende la luz.
Está vacío. No hay cuna, ni juguetes, ni la ropita que juré haber lavado hoy. Solo cajas olvidadas y un armario viejo.
Lucía susurro.
Perdimos a Lucía hace seis meses dice Javier, con la voz rota. A las treinta y dos semanas. ¿No te acuerdas? El cordón umbilical los médicos no pudieron hacer nada.
Los recuerdos vuelven como esquirlas: el hospital, el silencio, mis brazos vacíos.
Pero si la tengo en brazos todos los días la alimento me sonríe
Javier me abraza mientras me derrumbo.
Has estado abrazando una manta, amor. Hablándole a una manta. Te he visto mecerla, cambiarle el «pañal». He esperado a que recordaras, a que volvieras.
Miro mis brazos, y por primera vez en meses, los siento vacíos. El peso, los murmullos, todo se esfuma como el humo.
Lucía mi Lucía
Duele susurra él. A mí también me duele cada día. Pero tenemos que seguir, juntos. Sin ella, pero juntos.
Esa noche lloro por primera vez desde el funeral que no recordaba. Lloro por mi hija que nunca llegó a casa, por mi marido que me vio perdida y esperó, por todos esos meses robados al dolor verdadero.
Pero también lloro de alivio, porque al fin puedo empezar a sanar.
Y Javier está aquí, esperándome, como siempre.





