Hace poco, mi hija se separó y se mudó con su bebé a nuestro pequeño piso en Madrid. La verdad, no hay mucho espacio, pero ¿qué no haría una madre por su hija? Pensé que, mientras estuviera de baja maternal, podría pasar una temporada en casa de mi madre en Sevilla. Pero, ¡sorpresa!, eso ya no es posible porque mi madre, que tiene 68 años, se ha casado y ha decidido empezar una nueva vida con su marido.
Cuando me llamó para decirme que iba a dar el sí, quiero, al principio pensé que era una broma. ¡Pero no! Mi madre, que llevaba veinte años viuda desde que mi padre falleció, había encontrado el amor otra vez. Yo me independicé a los 35, y ahora vivo con mi marido y los niños en la ciudad. La visitaba un par de veces al mes, más en Navidad y fiestas importantes. Ella siempre ha sido muy independiente, gracias a Dios, y se las apaña sola con las tareas de la casa. Nosotros íbamos a ayudarla con el huerto o a preparar la leña, pero lo demás lo llevaba ella de maravilla.
Y ahora, de repente, ha metido a un hombre en casa. ¡Vaya desfachatez! No tenía por qué hacernos esto. El novio es un viejo conocido de su juventud, un señor de su misma edad con el que retomó el contacto hace unos años. En julio se casaron por lo civil, con una celebración íntima en un restaurante de pueblo, solo para los más cercanos.
Mi marido y yo no fuimos. ¿Para qué? ¡Qué vergüenza! ¿Era necesario? Podía haber seguido viviendo feliz sin papelitos. Estoy totalmente en contra de este matrimonio y no logro aceptarlo. Mi madre tiene una casa grande donde ahora viven juntos. Él no tiene propiedades, solo tres hijos y un montón de nietos. ¿Por qué hizo esto? ¿Cómo pudo jugarnos esta mala pasada? Ahora que están casados, ese hombre puede reclamar parte de la herencia. Y nosotros aquí, apretados en un piso pequeño.
Encima, mi hija, recién separada, está con nosotros y su bebé. Ayudo con el pequeño todo lo que puedo. Mi hijo vive de alquiler con su novia. Habría sido perfecto que mi hija pasara una temporada en casa de mi madre, pero ahora eso se ha esfumado.
Hace semanas que no hablamos. Hasta mi tía Carmen, la hermana de mi madre, me llamó desde el pueblo para echarme la bronca. Dice que somos unos egoístas, que mi madre también tiene derecho a ser feliz. Que deberíamos alegrarnos por ella. ¡Vamos, como si lo de la herencia no importara! Claro, es fácil decirlo cuando no es tu patrimonio el que está en juego.
Puede que, en lugar de heredar la casa de mi madre, al final nos toque lidiar con un abuelo desconocido, sus problemas y su familia necesitada, que no dudarán en reclamar lo suyo. Así que, perdónenme, pero en esto tengo razón: mi madre no ha actuado bien.





