¿Por qué acepté que mi hijo y nuera se mudaran a casa? Aún no tengo la respuesta.

¿Por qué acepté que mi hijo y mi nuera vinieran a vivir conmigo? Aún no lo sé.

Soy Vera Semión, vivo en un piso de dos habitaciones en un barrio residencial de Salamanca. Tengo sesenta y tres años, soy viuda. Mi pensión es modesta, pero me basta. Cuando mi hijo Mario se casó hace dos años, me alegré, como cualquier madre. Él es joventreinta y un añosy mi nuera Lucía es un poco más joven. Se casaron, se unieron en matrimonio, pero no tenían dónde vivir. No tenían casa propia. Me dijeron: «Mamá, viviremos contigo un tiempo. Pronto ahorraremos para la entrada de una hipoteca y nos iremos.»

Yo, como tonta, me emocioné: pensé que cuidaría de mis nietos. Y los dejé quedarse. Pero ahora no sé cómo salir de esto. Porque ese «poco tiempo» ya son dos años, y todos vivimos sin calidad de vida.

Al principio, no me metí. Son jóvenes, se están acostumbrando a la vida de casados. No los molesté, cocinaba para ellos, lavaba su ropa, lo hacía todo bien. Luego Lucía quedó embarazada. Fue pronto, pensé: si Dios lo quiso así, será por algo. Nació mi nieto, Mateo. Un niño precioso. Solo que, con su nacimiento, se fueron todos los ahorros. Todos saben lo que cuesta criar un hijo: pañales, leches, puréstodo carísimo, y Lucía solo quiere marcas buenas, siempre frescas, solo importadas.

Estoy dispuesta a ayudar. Pero no soy su asistenta. Y sin embargo, terminé siendo niñera, cocinera y limpiadora a la vez. La joven madre está «agotadísima». Dice que Mateo no la deja dormir. Así que se queda en la cama hasta el mediodía, pegada al móvil. El niño en el parque. Ella en el sofá. La tele puesta, el almuerzo hecho por mí, el suelo fregado, el nieto bañado. Y Lucía se queja de estar «hecha polvo».

¿Y mi hijo? Mario va al trabajo y vuelve cabizbajo, sin hablar. Si intento conversar, se esquiva. Dice: «Mamá, no te metas». Y Lucía actúa como si fuera la dueña de la casa. Si digo algo, ella responde con tres. Y siempre a gritos. Luego Mario dice que «oprimo» a su mujer. ¡Oprimir! ¡Como si no les ayudara!

No sé qué hacer. Le digo a Mario: «Hijo, buscad un piso. Estoy cansada». Y él contesta: «No tenemos dinero, mamá». Propuse cambiar el piso: yo me iría a un estudio pequeño y ellos ahorrarían para una casa, vivirían como adultos. Serían responsables de sus vidas. Yo ayudaría con Mateo, dentro de lo posible. Pero no, mi hijo solo asiente y nada cambia.

Entiendo que son jóvenes, que es difícil. Pero yo tampoco soy de piedra. Tengo problemas de tensión, dolores en las articulaciones, insomnio. Y si me necesitan, corro al hospital, a las inyecciones, paso días con Mateo. Si digo que estoy cansada, me miran como si fuera una traidora.

Hace poco hubo una gran pelea. Me levanté, limpié la cocina, hice puré para Mateo, como siempre. Lucía apareció y dijo: «¿Por qué hiciste esto otra vez? ¡Te dije que quiero el de bote!» No pude contenerme. Le dije que soy su abuela, no un robot de cocina. Que deberían mantener a su familia. Ella lloró, Mario la defendió, salieron dando un portazo. Una hora después volvieron como si nada. Ni siquiera se disculparon.

Ahora me despierto cada día y pienso: ¿por qué los dejé quedarse? ¿Por qué no me mantuve firme? Quizá porque soy madre. Porque amo a mi hijo. Y cada vez más piensolo amo, pero estoy agotada. Y cuando me siento a tomar las pastillas para la tensión, pienso¿no será hora de echarlos? Me dolerá, pero al menos no volveré loca.

Y díganme¿soy solo yo tan ingenua? ¿O habrá más gente de mi edad que cae en esta trampa?

Rate article
MagistrUm
¿Por qué acepté que mi hijo y nuera se mudaran a casa? Aún no tengo la respuesta.