El padrastro: una figura clave en la familia española

**Diario de un Padrastro**

¡Porque no tienes derecho a molestar a una chica joven! saltó Álvaro, con los ojos encendidos.

¿Qué-é-é?

¡Le has llenado la cabeza a Martita! ¿Crees que no se nota que para ti no es solo una hijastra?

Pedro no pudo contenerse: con una mano lo agarró por la chaqueta y con la otra se preparó para darle un buen puñetazo.

¡Pepe! lo detuvo la voz asustada de Martita. Dejó escapar a su rival.

Pedro se casó con Lucía cuando su hija, Martita, tenía diez años.

La niña recordaba bien a su padre biológico, fallecido dos años antes, y al principio miró con recelo al nuevo marido de su madre.

Pero Pedro supo ganarse su confianza.

Aunque nunca lo llamó “papá”, el “Pepe” que salía de sus labios sonaba tan dulce y familiar que nadie dudaba de su cariño mutuo.

Fue gracias a Martita que lograron salvar su matrimonio cuando, seis años después, al diablo se le ocurrió tentar a Pedro para que le fuera infiel a su esposa en una fiesta de empresa con una compañera llamada Inés.

Él había bebido más de la cuenta, se dejó llevar por la euforia y el buen trabajo recién terminado…

Luego no recordaba casi nada, pero alguien se lo contó a Lucía.

El escándalo fue monumental. Pedro se justificó, suplicó perdón.

Lucía no quería escucharlo y amenazó con el divorcio.

Discutían cuando Martita estaba en el colegio, pero la niña, sensible y observadora, notó que algo andaba mal y se entristeció mucho.

Solo por Martita te perdono masculló Lucía entre dientes. Pero es la primera y última vez.

La próxima, solo habrá divorcio.

Él mismo se maldijo mil veces, compensó su error pasando más tiempo con la familia y, con alivio, vio cómo los ojos de su hijastra volvían a brillar de felicidad.

Pero la niña creció, y a los dieciocho años llevó a casa a un novio para presentarlo.

Álvaro no le cayó bien a Pedro desde el primer momento: flacucho, inquieto, arrogante, siempre con una sonrisa burlona.

Solo por Martita, que lo miraba con ojos enamorados, Pedro se contuvo.

Martita, ¿estás segura de que es él? preguntó en voz baja cuando el novio se fue.

¿Por qué, Pepe? ¿No te gusta? se entristeció ella. Es que no lo conoces bien. Álvaro es muy bueno.

Pedro suspiró, pero se obligó a sonreír.

Veremos. No creo que hayas elegido mal.

Álvaro, sin embargo, notó el rechazo del padrastro.

Evitaba cruzarse con él, era exageradamente educado, aunque le costaba.

Luego Pedro tuvo problemas más urgentes: Lucía lo acusó de otra infidelidad con Inés.

¿Tan bien te cayó la otra vez que no pudiste resistirte? le espetó. ¡Pues vete con ella! ¿Para qué me torturas?

Lucía, ¿en qué cabeza cabe? se sorprendió él. Jamás se le habría ocurrido volver a engañarla. ¿Quién te ha dicho eso?

¡Gente buena que me avisó!

No quiso alargar la discusión. Marcó el número de Inés y puso el altavoz.

Pedro dijo ella con ironía al oír su pregunta sobre su supuesta relación, ¿estás borracho?

Me casé hace seis meses y espero un hijo con mi marido.

¿Te perdiste la fiesta en la oficina cuando celebré mi boda? se burló Inés.

Perdona gruñó él. Error mío.

Miró a Lucía con reproche. Ella, avergonzada, resopló y salió de la habitación.

Pasó dos días sin hablarle haciéndose la ofendida hasta que todo volvió a la normalidad.

Eso sí, tuvo que inventar alguna excusa para Martita, que, aunque concentrada en su relación con Álvaro, notó la tensión.

Luego Pedro fue atropellado. Una tontería: alguien lo empujó a la calle y un coche le golpeó las piernas.

Por suerte, el impacto fue leve: solo una torcedura y una ligera conmoción.

En casa, Martita lo cuidó con esmero. Le llevaba la comida a la cama (aunque él protestaba), jugaban al parchís, leía libros o charlaban de cualquier cosa.

¿Por qué te molestas tanto con él? escuchó Pedro una conversación en el recibidor. Es un hombre adulto, que se cuide solo…

¡Álvaro! Martita hablaba en voz alta, indignada. ¡Pepe es como mi padre! Lo quiero y cuidaré de él, digas lo que digas.

Álvaro refunfuñó, murmuró excusas. Pedro sonrió: con Lucía habían criado a una buena chica.

A los dos meses, otra desgracia. Un cliente, León Martínez, acusó a Pedro de chapuzas en la instalación de techos tensados.

¡Dice que uno está torcido y que le exigiste dinero! le espetó su jefe.

¡Qué mentira! Hicimos un trabajo impecable.

El jefe no cedió:

Arréglalo, o te despediré a ti y a tu equipo.

Esa noche, Pedro llegó a casa cabizbajo y contó lo sucedido.

Pepe, no te preocupes Martita lo consoló. Seguro que se equivoca. ¿Quieres que vaya contigo?

León Martínez se puso nervioso al verlo.

¡No hay nada que arreglar! ¡Los denunciaré!

Pedro lo apartó y entró. Los techos estaban perfectos.

¡Y el dinero que me exigiste! balbuceó León, retrocediendo cuando Pedro se acercó.

Dime la verdad lo miró fijo. ¿Se te ocurrió solo o alguien te ayudó?

León confesó: un tal Álvaro le sugirió quejarse para sacar dinero. Incluso le pagó por difamar a Pedro.

Pedro mostró una foto familiar.

¿Es él?

Sí asintió León, temeroso. ¿Se conocen?

Encontró a Álvaro afuera, esperando a Martita.

¿Por qué lo hiciste? preguntó Pedro.

¡Porque no tienes derecho a entrometerte en la vida de una chica! replicó Álvaro. ¡Le has lavado el cerebro a Martita! ¡Para ti no es solo una hijastra!

Pedro lo agarró y levantó el puño.

¡Pepe! gritó Martita. Lo soltó.

¡La verdad duele! escupió Álvaro. ¡Quería que te fueras! ¡Hasta le dije a Lucía lo de Inés! ¿Cómo iba a saber que saldría mal?

¿Me empujaste al coche?

¡Eso no!

Pedro lo despreció:

No merece la pena ni tocarte.

Martita, al enterarse, terminó con Álvaro. Decidió centrarse en sus estudios, con el apoyo de sus padres.

**Lección:** La familia no es solo sangre. A veces, los que eligen estar a tu lado son los que más te aman. Y los envidiosos… siempre terminan solos.

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El padrastro: una figura clave en la familia española