Los mudadores llegaron con los muebles al nuevo piso y se quedaron de piedra al reconocer en la dueña a una estrella desaparecida de la canción.
“¡Oye, Paco, has visto el pedido que nos ha tocado? ¡Un armario, un sofá, dos sillones y una mesa! ¡Y el piso sin ascensor, quinto piso! ¡Por esta miseria que venga el jefe a subirlo!” Nicolás arrojó el albarán sobre el salpicadero de la furgoneta, irritado.
“Tranquilo, Nico respondió Paco sin apartar la vista de la carretera. Es el último encargo del día y nos vamos a casa. Mi mujer ha prometido hacer cocido.”
“Pues a tu cocido no le pasa nada, pero mi espalda no va a darte las gracias suspiró Nicolás, mirando por la ventana las grises bloques de un barrio dormitorio. ¿Qué necesidad tienen de vivir en un quinto sin ascensor? Podrían quedarse en un primero, como la gente normal.”
“Pero qué vistas, hombre sonrió Paco. Y sin vecinos ruidosos arriba.”
“¡Vaya romanticismo! Oye, ¿y quién es la clienta? Nicolás cogió el albarán y escudriñó la letra pequeña. Una tal Marina Osorio Martínez. Teléfono, dirección… Pago adelantado, el resto al entregar. Lo de siempre.”
La furgoneta giró desde la avenida hacia un patio tranquilo, lleno de coches. Los edificios nuevos se mezclaban con antiguas casas de ladrillo, creando un contraste extraño. Paco aparcó junto al portal de un bloque de cinco plantas con la pintura descascarillada.
“Hemos llegado. Esa puerta de ahí señaló hacia una entrada desgastada. Esperemos que las puertas del piso sean anchas, o nos vamos a hartar de subir ese armario.”
Bajaron la carretilla para colocar los muebles y Nicolás llamó a la clienta.
“¿Hola, Marina Martínez? Buenos días, de la empresa Muebles Hogar. Hemos llegado con su pedido. Sí, estamos abajo. Vale, le esperamos.”
Minutos después, la puerta del portal se abrió y apareció una mujer de unos cuarenta años, vestida con sencillez: vaqueros y una camiseta holgada. El pelo oscuro recogido en un moño descuidado, apenas maquillada. Les sonrió con amabilidad.
“Hola, pasad. Es el quinto piso, el último.”
Nicolás y Paco empezaron a cargar los muebles en la carretilla para no llevarlos uno a uno. El sofá fue lo primero, voluminoso pero no demasiado pesado.
“Esperad, os ayudo ofreció la dueña cuando intentaban maniobrar en el estrecho rellano.”
“Por favor, Marina Martínez, no se moleste dijo Paco. Esto es nuestro trabajo.”
“Aun así insistió ella, sujetando una esquina. Este portal tiene unos recovecos Sin ayuda, podéis dar con la pared.”
Su voz le sonó vagamente familiar a Nicolás. Frunció el ceño, intentando recordar dónde había escuchado aquel tono, esa manera peculiar de alargar las vocales. Algo conocido, pero que se le escapaba.
El quinto piso fue una tortura. Mientras arrastraban el sofá, Nicolás maldijo a los arquitectos que construían casas sin ascensor, a quienes las habitaban y, sobre todo, a quienes encargaban muebles para ellas. Finalmente, llegaron a la puerta. La mujer abrió y la sostuvo.
“Pasad a la salita, junto a la ventana.”
El piso resultó sorprendentemente amplio, como si hubieran derribado tabiques. Paredes claras, pocos muebles, mucho espacio. En un rincón había un piano, la única pista sobre los gustos de la dueña.
“¿Toca usted? preguntó Paco, señalando el instrumento mientras colocaban el sofá.”
“Un poco respondió ella evasiva. Por no perder la práctica.”
Bajaron a por el resto. Nicolás no podía quit






