El día en que todo se desplomó, Lucía, como de costumbre, preparaba la comida en la cocina. El aroma a ajo llenaba el aire, la grasa chisporroteaba en la sartén, y de pronto, el teléfono sonó. Su marido, Álvaro, descolgó. Su voz era serena:
¿Diga?
Luego, un silencio. Largo. Como si alguien hablara sin parar y él solo escuchara. Lucía se secó las manos en el delantal y salió al pasillo. Nada. El cable del teléfono se extendía hacia la habitación de los niños. Un puño le apretó el corazón. Sin saber por qué, caminó en puntillas, sigilosa como una ladrona.
Tras la puerta entreabierta, escuchó su susurro. Un tono que jamás usaba con ella.
Elena, por favor, cálmate Lo entiendo, de verdad. Pero tú también entiéndeme a mí. Tengo una familia, no puedo ir ahora También te quiero. Mucho. Pero no puedo hablarLucía podría entrar en cualquier momento. Se lo diré todo, pero aún no es el momento Mañana. Por favor, no me llames aquí ahora. Y sí Te quiero.
El impacto fue como una descarga. Su mano, a punto de abrir la puerta, quedó suspendida en el aire. El corazón le latía tan fuerte que le costaba respirar. *Te quiero*. Se lo había dicho a otra. No a ella.
Lucía no montó una escena. La voz de su madre resonó en su cabeza: *Nunca actúes bajo el calor de la emoción*. Se enderezó, conteniendo el temblor, y volvió a la cocina. Tomó el cuchillo, pero sus manos vibraban. Los trozos de carne cayeron sobre la tabla, desiguales. El gato se frotó contra sus piernas; Lucía le lanzó un pedazoun gesto automático de cariño.
*También te quiero*
Las palabras giraban en su mente como un hechizo. Se aferró a otra frase suya: *Tengo una familia* ¿Entonces aún importaba? ¿Aún significaba algo?
Pero, ¿y ella? ¿Solo la madre de sus hijos? ¿La dueña de su casa? ¿Una costumbre? El dolor le oprimió el pecho. Todo había estado bien. Él era cariñoso, atento. Ninguna señal de distancia. Nunca le dio motivos.
Veinte minutos después, Álvaro regresó a la cocina, inhaló el aroma de la comida y sonrió:
¡Qué bien huele! ¿Falta mucho?
Media hora. Corté la carne fina para que se cocine antes ¿Quién llamaba?
¿Eh? Ah, del trabajo. Me pidieron que vaya mañanarecibir un cargamento de madera.
Siempre te llaman los fines de semana. No me gusta.
Es verano, todos están de vacaciones
Mmm.
Estás triste, Lucía.
Solo cansada. Pensé que mañana estaríamos juntos, que iríamos a la casa del pueblo.
Trabajaré. Iremos por la tarde.
Álvaro
¿Qué?
¿Me quieres?
Claro, ¿cómo no? Te quiero, Lucía. Y a nuestros hijos también. Sabes que la familia lo es todo para mí.
La abrazó, le besó el cuello. Pero, por primera vez, ese beso le resultó repulsivo.
Más tarde, recostada en el sofá, observaba a sus hijos jugar. El gato saltó sobre su vientre, clavando las uñasagradecido por el bocado. Lucía apretó sus patitas, apoyó la frente en su pelaje suave.
*Esa mujer tiene que desaparecer.*
No podía compartir a su marido. No podía acostarse con él sabiendo que había estado con otra. Pero perderlo era insoportable. La decisión llegó sola: encargarse de la amante. Personalmente. Sin que él supiera nada.
Al día siguiente, cuando Álvaro llevó a los niños al colegio y se preparó para ir *al trabajo*, Lucía dijo en la oficina que se sentía mal y se quedó en casa. Disfrazada con un chal prestado por la vecina*voy a pintar unas paredes*se dirigió al parque. Minutos después, salió Álvaro. Lo siguió, escondiéndose en las esquinas.
Entró al mercado, compró sedas y frutas, luego giró hacia el barrio residencial. Lucía lo entendió: *allí vive ella*. Su marido desapareció tras una verja.
Se sentó en un banco. Esperó. Y entonces él salió no solo. Una rubia alta a su lado. Caminaron hacia el bosqueel mismo donde ellos solían pasear. Lucía volvió a casa. La cabeza le ardía. El alma, en llamas.
Días después, logró ver bien a Elenauna belleza, aunque traidora. Unos treinta. Luego, la suerte: la vio con una amiga. Esta, sin malicia, lo soltó todo.
¿Elena? Soltera con un hijo enfermo, su marido la dejó. Ahora tiene un admirador. Casado. Dice que *dejará a su mujer por ella* susurró la amiga, y en el corazón de Lucía ardió la venganza.





