– No acabo de entenderte, hija mía, al fin y al cabo eres mujer, ¿de qué tiene la culpa esa pobre niña? ¿Qué más da que sea de otra mujer? Tú la criarás, y ella te llamará mamá.

No entiendo cómo no lo ves, hija mía, al fin y al cabo eres mujer, ¿qué culpa tiene esa pobre niña? ¿Qué más da que sea de otra mujer? Tú la vas a criar, y ella te llamará mamá. Las cosas han pasado así, pero debes ser más sabia: si amas a tu marido, ama también a su hija.
A Javier le llamaron desde los servicios sociales para que recogiera a su hija biológica, una niña de cuya existencia no tenía ni idea
Lucía, siéntate, por favor. Tengo que contarte algo importante dijo Javier con un suspiro.
Hoy me han llamado de protección de menores. Mi hija está en un centro de acogida Lucía soltó un grito de sorpresa y preguntó:
¿Qué hija? ¿De quién? ¿Estás de broma? No podía creer lo que escuchaba.
Javier bajó la mirada.
No, Lucía, no es una broma. Hace unos seis años, cuando tú y yo acabábamos de conocernos, yo salía con Sandra. Cuando nuestra relación se volvió seria, la dejé.
Un año después, Sandra me encontró y me dijo que había tenido una hija mía: Sofía.
No lo creí, pero fui a verla y, sin necesidad de pruebas, estaba claro que era mía. No sé qué pasó después con Sandra. Solo me llamaron para preguntar si quería llevarme a Sofía o no.
La primera reacción de Lucía fue gritar:
¡No quiero a la hija de otra mujer! Pero la mirada de Javier la hizo cambiar de opinión. De acuerdo, vamos a visitarla juntos primero dijo con cuidado.
Javier se alegró de su respuesta y, tras pensarlo, decidieron ir al día siguiente. Lucía observó a la niña sin encontrar parecido con su marido. Sofía, de cinco años, era menuda y delgada.
Llevaba un oso de peluche desgastado y, cuando le hacían preguntas, escondía la cara en su pelo. La verdad es que no le cayó bien, aunque le dio lástima. Quizá si fuera una desconocida, le habría ablandado el corazón, pero los celos por la otra mujer se trasladaron ahora a la niña.
Resultó que a Sofía se la quitaron a Sandra porque llevaba una vida desordenada: bebía, salía hasta altas horas y ni siquiera pensaba en su hija. Lo único que hizo fue revelar el nombre del padre, y ya no había vuelta atrás.
Lucía vio la determinación de Javier de llevarse a la niña. Intentó disuadirlo, pero él perdió la paciencia:
Si no puedes tener hijos, al menos calla. Yo no voy a dejar a mi hija en un centro. Si no te gusta, márchate. Yo me las arreglaré solo
Dolieron esas palabras, pero, por mucho que lo pensara, él tenía razón. Javier quería ser padre, y ella no podía darle eso.
De joven tuvo problemas de salud, y los médicos le dijeron que nunca tendría hijos. Además, amaba a Javier y no quería dejarlo.
Él era trabajador, apenas bebía y traía el sueldo a casa. Con un hombre así, muchas mujeres se pelearían, y ella no estaba segura de encontrar a alguien mejor.
Cuando Javier llevó a Sofía a casa, le advirtió:
Si veo que la tratas mal, no esperes nada bueno de mí.
Lucía, a regañadientes, empezó a cuidar de la niña. La bañó, la vistió con un vestido y le hizo trenzas, como si así aliviara su conciencia.
Sofía era callada. Si no la molestaban, no hablaba. Se sentaba en un rincón y susurraba a su osito.
Es como una niña salvaje se quejaba Lucía a las vecinas. Ni siquiera reconoce a Javier. Solo contesta sí o no. A veces me pregunto si tendrá algún problema. Tan callada que da miedo.
Las vecinas asentían con compasión. Javier también había cambiado. Antes llegaba a casa y la abrazaba, pero ahora solo tenía ojos para su hija. Al principio, Sofía huía, pero luego se acostumbró y lo seguía a todas partes.
Lucía, claro, sentía celos. Y un día, cuando Sofía estaba en el patio, Javier le dijo:
La tratas como a un juguete. Nunca le sonríes, pero necesita una madre cariñosa, no una extraña.
Entonces Lucía estalló:
¿Qué madre voy a ser yo? ¡No es nada mío! No pienso fingir cariño. Me voy a casa de mi madre. ¡Vivid los dos como queráis!
Se marchó, esperando que Javier fuera tras ella, suplicándole que volviera. Pero no lo hizo. Pasó una semana, luego otra, y él no apareció. Lucía lloraba, y su madre, al principio comprensiva, no podía permitir que su hija destruyera su familia.
No entiendo cómo no lo ves, hija. Es solo una niña. Críala, y te llamará mamá. Si amas a Javier, ama también a su hija.
Lucía entró en el patio. Javier estaba arreglando algo en el garaje, y Sofía jugaba alegre con su osito. Él la vio y la miró con recelo. Lucía se detuvo, temblorosa. Entonces Sofía se levantó, tomó la mano de su padre y lo llevó hacia ella.
Haced las paces dijo la niña, uniendo sus manos.
Perdonadme lloró Lucía.
Javier la abrazó con un brazo y con el otro atrajo a Sofía. Lucía también la abrazó. Permanecieron así hasta que Sofía, impaciente, dijo:
¡Misha y yo tenemos hambre!
Javier y Lucía se miraron, y todos entraron en casa. Por fin, eran una familia.

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MagistrUm
– No acabo de entenderte, hija mía, al fin y al cabo eres mujer, ¿de qué tiene la culpa esa pobre niña? ¿Qué más da que sea de otra mujer? Tú la criarás, y ella te llamará mamá.