Mi yerno amenazó con no dejarme ver a mi hija si no vendo la casa de mi madre

El yerno me dijo que no volvería a ver a mi hija si no vendía la casa de mi madre.

Llevaba media vida sola. No es que no me hubiera casado, pero mi marido nos abandonó al año de la boda, justo cuando nació nuestra hija, Lucía. Por suerte, Pedro al menos tuvo la decencia de dejarnos un piso de tres habitaciones. No quise volver a casarme. No hacía falta. Tenía a Lucía, y con ella bastaba. Había que criarla, darle todo lo que pudiera. No era fácil, pero lo llevaba como podía.

Sabía que, por mucho que me esforzara, a Lucía le faltaba el apoyo de un padre. Era algo que nunca podría darle. Con los años, se aferraba a cada chico que conocía, buscando en ellos lo que le faltaba. No a todos les gustaba tanta dependencia. Muchas noches la consolé, secando sus lágrimas. Pero al final, la vida le sonrió: conoció a Adrián.

Era trabajador, amable. Me pareció perfecto para ella. Me respetaba a mí y a Lucía. ¿Qué más podía pedir? Lo vi como el yerno ideal. Pero las cosas buenas nunca duran. A los seis meses de boda, Adrián cambió.

Por entonces, cuidaba de mi madre. Era fuerte, me había tenido joven, como yo a Lucía, y aún conoció a su nieta. Pero la edad le pesaba. La enfermedad la consumió hasta que no tuve más remedio que llevármela a casa. No era una carga, nunca se quejaba. Pero a Adrián no le gustó.

No entendía por qué le molestaba. Yo me encargaba de todo, nunca le pedí ayuda. Mi madre no era exigente, estaba en sus cabales. Pero él se volvió distante. Y lo peor fue que Lucía empezó a seguirle. Dejamos de comer juntos, se encerraban en su habitación. Intenté hablar con mi hija, pero solo me daba excusas, evasivas.

Tampoco hablaban de tener hijos. Decían que querían disfrutar. Al principio insistí, luego dejé de hacerlo. Era su vida. Pero Adrián se volvió insoportable. En mi propia casa actuaba como si mandara él, aunque no movía un dedo para arreglar nada. Se pasaba las noches de juerga con sus amigos. ¿Dónde estaba aquel yerno perfecto que creí conocer?

Quizás ahora mostraba su verdadero rostro.

Cada semana empeoraba. Llegó Nochevieja, y Adrián se negó a celebrarla con nosotras. Se encerró con Lucía en su cuarto, ignorándonos. Ella al menos salió a medianoche a felicitarnos. Él ni asomó la cabeza.

Al día siguiente, me soltó: “Lucía y yo vamos a vender la casa de tu madre para comprarnos un piso”. No sabía ni cómo reaccionar. ¿Acaso no vivían ya en mi casa, a mi costa? ¿No era suficiente?

No dije, firme. Ganad vosotros el dinero para vuestro piso. Esa casa es de mi madre. No se vende. Es suya, y ella decidirá.

Adrián estalló. Ese mismo día hizo las maletas, se llevó a Lucía y se marchó a casa de sus padres.

Dolió que mi hija no dijera nada. Pero es su vida. Si cree que así será feliz, allá ella.

¿Hice bien?

¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?

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MagistrUm
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