Cómo abrir de piernas, sabes. Pero asumir responsabilidad, mejor renuncia a ser madre

Si sabéis abrir las piernas, sabed también asumir la responsabilidad. Si no, mejor renunciar al niño.

El bebé de Lidia y su marido era el primero y muy deseado. Durante nueve meses, él la cuidó, la acompañó y la recogió de la universidad.

Sobre todo cuando había heladas, le prohibía salir de casa. Pero justo antes del parto, le enviaron de viaje de trabajo. Podría haberse negado. Al fin y al cabo, planeaba dejar el trabajo en cuanto naciera el niño. Porque no tenía sentido estar siempre fuera, dejando a Lidia sola con el bebé.

Las contracciones comenzaron justo cuando Enrique se marchó. No solo era el dolor insoportable, sino que además él no estaba allí. En fin, no era así como ella había soñado recibir a su primer hijo.

Aunque la niña nació sana, Lidia no tenía ganas de contarle a su marido lo ocurrido. Que se enterara por otros, ya que decidió irse.

Lidia echó un vistazo a la habitación del hospital. Frente a ella, una mujer de unos cuarenta años. En la cama de al lado, una chica joven hablaba por teléfono. Y junto a la puerta, otra mujer lloraba, vuelta hacia la pared.

Después del esfuerzo agotador del parto, Lidia cayó sobre la almohada azul con un sello triangular y se hundió en un sueño profundo. Como si nada más existiera.

¿Vas a amamantar al bebé? oyó Lidia entre sueños, alegrándose al escucharlo.

La enfermera estaba junto a la mujer que lloraba, sin volverse.

¿Por qué no dices nada? Cógelo al menos. Mira qué preciosidad es. La mujer se quedó quieta, pero no se giró.

Si sabéis abrir las piernas, asumid también la responsabilidad. Si no, mejor renunciar al niño. La enfermera, tras un momento de vacilación, salió.

La primera en hablar fue la mujer de cuarenta años. Natalia no se contuvo:

¿Qué crees, que yo quería este niño? Tengo cuarenta y tres años, mi hijo ya está casado. Pronto tendré una nieta, y ahora esto ¿Qué hago? Ya está aquí. La niña no tiene culpa. Si no la quisieras, no la habrías tenido. ¿Por qué esperaste hasta ahora? ¿Piensas en ella, en cómo será su vida, abandonada nada más nacer?

Ana lloró aún más fuerte. Ahora sin esconder las lágrimas, sollozando como si algo se hubiera roto dentro de ella.

¿De qué sirve llorar? insistió Natalia. Coge a la niña, dale de comer y no seas tonta.

¿Y si la violaron? sugirió Albina, dejando por fin el teléfono. O quizá el padre es alguien cercano ¿o su padrastro?

Lidia escuchaba la historia de Ana y sentía culpa, como si fuera suya la responsabilidad. Ella, tan afortunada, con un marido que la cuidaba y unos padres que la querían. Y aún así, siempre encontraba motivos para estar triste.

Mientras tanto, allí había una persona que no le importaba a nadie. Y otra, recién llegada al mundo, que tampoco tenía la culpa de nada y ya era un estorbo.

La niña crecería llena de rencor. Porque su madre bebía, o porque el hombre que prometió casarse con ella las abandonó al saber del embarazo.

No habría globos para celebrar su llegada, ni flores para su madre. Sin un lugar al que ir, y menos con un bebé.

Lidia, sintiendo vergüenza y pena por estas desconocidas, preguntó:

¿Si tuvieras un lugar, te quedarías con la niña?

Ana la miró como si estuviera loca:

Claro, pero eso nunca pasará. Tomó sus palabras como una burla, volvió a la pared y no dijo nada más.

Horas después, Lidia anunció con firmeza:

Vivirás con la niña en la residencia universitaria. Mi madre es la conserje. Podrás limpiar los suelos y os darán una habitación.

¡Ay! interrumpió Albina, apartando el teléfono. Tengo un arrullo nuevo para el alta. Le diré a mi marido que lo tra

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