Un hombre de 70 años se casa con una joven de 20 como segunda esposa para tener un hijo, pero en su noche de bodas ocurre un incidente escandaloso

En un pueblecito rural de Castilla, rodeado de viñedos y campos de trigo dorado, vivía don Tomás, un señor de setenta años que había conocido tanto la bonanza como la desgracia. A su edad, era uno de los labradores más adinerados de la comarca. Sus tierras parecían no tener fin, sus rebaños pastaban a sus anchas, y su nombre inspiraba respetoo al menos, eso creía él.

Pero el dinero, como susurraban las comadres en el mercado, no llena todos los vacíos. Hacía diez años que había perdido a su primera esposa, doña Rosa, una mujer de carácter que le había dado tres hijas. Las chicas, ya casadas y con sus propias vidas, lo visitaban con frecuencia, pero a don Tomás le faltaba algo. Por mucho que contara sus monedas, no tenía un hijo varón que llevara su apellido, nadie que heredara sus tierras como Dios manda. Aquella ausencia se le clavaba como una espina.

A pesar de sus canas y sus achaques, don Tomás estaba convencido de que el destino le debía un niño, un heredero para sus viñas, sus ovejas y su orgullo. Y fue ese empeño el que lo llevó a tomar una decisión que dejó al pueblo boquiabierto: se volvería a casar.

**La elegida: Lucía**
La elegida fue Lucía, una muchacha de apenas veinte años, hija de una familia humilde del mismo pueblo. La vida no había sido generosa con los suyos. La pobreza se colaba por las rendijas de su casa, las deudas apretaban, y su hermano pequeño padecía una enfermedad que requería medicinas que no podían pagar.

Lucía era hermosa, con una piel luminosa como el sol de Castilla, el pelo oscuro y unos ojos que, aunque brillantes, escondían resignación. Sus padres, acorralados por los acreedores, aceptaron la oferta de don Tomás. A cambio de una buena suma de dinero, entregarían a su hija en matrimonio.

Lucía no protestó en voz alta. Se tragó las lágrimas, sabiendo que su sacrificio podría salvar a su hermano y aliviar a su familia. La noche antes de la boda, se sentó con su madre a la luz tenue de un candil. Con la voz quebrada, susurró:

“Espero que me trate bien Haré mi parte.”

Su madre, enjugándose las lágrimas, solo pudo asentir y abrazarla con fuerza.

**La boda**
La ceremonia fue modesta en gastos pero grandilocuente en intenciones. Don Tomás quería que todo el pueblo viera que seguía “en forma”, que aún podía desposar a una chica que bien podría ser su nieta. Los gaiteros tocaron jotas, los vecinos llenaron la iglesia y luego el corral, cotilleando y cuchicheando mientras la pareja intercambiaba votos.

“Pobrecilla,” murmuraban unas mujeres, compadeciendo a Lucía.
“Miradlo, a su edad qué esperpento,” se reían otras.

Pero don Tomás hacía oídos sordos. Se hinchaba de orgullo al caminar junto a Lucía. Para él, aquello no era solo un matrimonio, era la prueba de que aún tenía brío, de que el destino no le había cerrado la puerta a su sueño de tener un hijo.

Lucía, con una sonrisa cuidadosamente ensayada, agradeció a los invitados y fingió alegría. Por dentro, el miedo y la resignación le retorcían el estómago.

**La noche de bodas**
Esa noche, el aire en la casa de don Tomás olía a cordero asado y vino de la rioja. Los invitados se habían marchado, y el silencio envolvía las paredes de adobe.

Don Tomás, engalanado con su mejor traje, se sirvió una copa de un licor medicinal que, según él, le devolvería la juventud. Miró a Lucía con ojos ansiosos, brillantes de deseo y esperanza. Tomándole la mano con gesto ceremonioso, susurró:

“Esta noche empezamos nuestra nueva vida, mi reina.”

Lucía forcejeó una sonrisa, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Lo siguió al dormitorio, donde les esperaba un lecho de roble. Las velas parpadeaban, proyectando sombras danzantes en las paredes.

Pero antes de que la noche pudiera desarrollarse, la tragedia se abatió sobre ellos. La expresión de don Tomás se torció de repente; su respiración se volvió entrecortada. Se agarró el pecho, tambaleó y cayó pesadamente sobre la cama.

“¡Don Tomás! ¿Qué le pasa?” gritó Lucía, con la voz temblorosa.

Lo sacudió, pero su cuerpo ya estaba rígido, su rostro pálido. Un gemido leve escapó de sus labios, y luego, silencio. El aroma del licor flotaba en el aire como una burla cruel a su vano intento de desafiar al tiempo.

**El caos**
Lucía salió corriendo pidiendo ayuda. Vecinos y familiares, todavía despiertos, acudieron a la casa. Sus tres hijas, vestidas de luto aunque la noche apenas había comenzado, irrumpieron en la habitación. Encontraron a Lucía llorando junto al cuerpo sin vida de su padre.

El lugar se sumió en el caosgritos, sollozos, pasos apresurados. Alguien llamó a un coche para llevarlo al hospital más cercano, pero los médicos, tras un rápido examen, negaron con la cabeza.

“Fue un infarto fulminante,” declaró uno. “El corazón no pudo soportarlo.”

Y así, el sueño que había empujado a don Tomás a casarse de nuevo se esfumó.

**La reacción del pueblo**
La noticia corrió como la pólvora. Al amanecer, todo el mundo lo sabía. La gente se agrupaba en corrillos, murmurando con una mezcla de lástima y morbo.

“Ni siquiera le dio tiempo a darle un hijo,” comentaban unos.
“El destino tiene su justicia.”
“Pobrecilla, viuda antes de ser esposa de verdad.”

Los rumores

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