Fui la niñera y cocinera gratis de mi hijo y su familia, hasta que me vieron en el aeropuerto con un billete de ida.

**Diario Personal**

Hoy he sido la niñera y cocinera gratuita de mi hijo y su familia, hasta que me vieron en el aeropuerto con un billete de ida.

Nina, ¡hola! ¿Te molesto? La voz de mi nuera, Laura, sonaba falsamente alegre en el auricular.

Mientras removía una sopa fría con la cuchara, pensé: No, no me molestas. Nunca estoy ocupada cuando me necesitan.

Te escucho, Laura.

¡Tenemos una noticia bomba! ¡Sergio y yo hemos comprado billetes para ir a Grecia dos semanas! Todo incluido, ¿te imaginas? Fue una oferta de última hora.

Lo imaginé: el mar, el sol, Sergio y Laura. Y en segundo plano, su hijo de cinco años, Lucas. Mi nieto.

Enhorabuena. Me alegro por vosotros dije con voz plana, como si leyera un prospecto médico.

¡Ah! ¿Podrías quedarte con Lucas? No puede ir ahora al cole, hay un brote de varicela.

Y tiene natación los martes, no conviene que falte. Además, la logopeda tiene cita la próxima semana. Te enviaré el horario.

Hablaba rápido, sin dejarme intervenir, como si temiera que me diera tiempo a negarme. Aunque nunca lo había hecho.

Laura, pensaba ir a la casa del pueblo unos días, mientras hace buen tiempo mencioné, sin creer en mi propio intento de excusa.

¿La casa del pueblo? Su tono denotaba genuina sorpresa, como si hubiera dicho que iba a la luna. Nina, ¿en serio?

El niño necesita atención, y tú pensando en huertos. No vamos de vacaciones, es por salud. ¡Aire marino, vitaminas!

Miré por la ventana al patio gris. Mi aire marino. Mis vitaminas.

Y otra cosa continuó sin pausa, el miércoles llega el pienso del gato, premium, doce kilos. El repartidor viene de diez a seis, así que no salgas, ¿vale? Y riega las plantas, especialmente la orquídea. Es delicada.

Enumeraba mis obligaciones como algo obvio. Yo no era una persona, sino una función. Una aplicación gratuita en su vida cómoda.

Vale, Laura. Claro.

¡Eso es! Sabía que podía contar contigo gorjeó, como si me hubiera concedido un gran favor. ¡Beso, corro a hacer la maleta!

El auricular emitió un pitido.

Dejé el teléfono lentamente sobre la mesa. Mi mirada cayó en el calendario de pared, donde un círculo rojo marcaba el sábado: la reunión con mis amigas, a las que no veía desde hacía un año.

Tomé un trapo húmedo y borré la marca con un gesto firme. Como si borrara otro pedazo de la vida que no vivía.

No sentía rabia ni rencor. Solo un vacío pegajoso y una pregunta clara: ¿Cuándo se darán cuenta de que no soy un recurso, sino una persona?

Quizás cuando me vean en el aeropuerto con un billete de ida.

***

Lucas llegó al día siguiente. Sergio trajo una maleta enorme, una bolsa de natación y tres bolsas de juguetes. Evitaba mirarme.

Mamá, vamos justos, no queremos perder el vuelo dijo, dejando la maleta en el pasillo.

Laura entró detrás, ya en modo vacaciones: vestido ligero, sombrero de paja. Examinó mi humilde piso con una mirada rápida.

Nina, no le pongas muchos dibujos, mejor léele. Y poco dulce, que luego se altera.

Aquí tienes una lista con todo me entregó un folio doblado: horarios, teléfonos de la logopeda, la entrenadora, la alergóloga. Y su menú diario.

Había puesto cada detalle, como si no conociera a mi propio nieto. Como si no lo hubiera cuidado desde que nació mientras ellos hacían carrera.

Laura, sé lo que le gusta dije en voz baja.

Saber es una cosa, la dieta otra cortó. ¡Vamos, Lucasito, pórtate bien con la abuela! ¡Te traeremos un coche grandísimo!

Se fueron, dejando un rastro de perfume caro y una corriente de aire frío.

Lucas, al verse solo, lloró. Los primeros tres días fueron un maratón: natación en un extremo de Madrid, la logopeda en otro. Rabietas, noches en vela y un constante «quiero a mamá». Agotada, al cuarto día llamé a Sergio.

¿Mamá? ¿Pasa algo? ¿Está bien Lucas? su voz sonaba tensa.

Está bien, no te preocupes. Quería hablar Esto es demasiado para mí.

¿Podríais contratar a una canguro unas horas? Pagaría la mitad.

Silencio al otro lado. Luego, un suspiro.

Mamá, no empieces. Acabamos de llegar. Laura ya estaba nerviosa. ¿Qué canguro? Tú eres su abuela. Esto debería ser un gusto.

Sergio, el gusto no quita el cansancio. No soy joven.

Es que no estás acostumbrada insistió. Ya te adaptarás. No arruinemos las vacaciones. No viajamos mucho.

Colgó. Y algo dentro de mí se heló. No era su madre, solo un recurso. Gratuito y fiable.

El miércoles llegó el pienso. El repartidor dejó el saco de doce kilos en la puerta sin ayudarme. Tras arrastrarlo, me senté junto a él y reí sin sonido.

Esa noche, Laura llamó. Se oían olas y música.

Nina, ¿regaste mi orquídea? Solo con agua reposada, ¿eh? ¡Y no mojes las hojas!

No preguntó por Lucas. Ni por mí. Solo por la planta.

Sí, Laura. Todo bajo control respondí, mirando el maldito saco.

No dormí. Saqué mi libreta de ahorros y el pasaporte. La idea de antes ya no era un sueño, sino un plan.

Al décimo día, Sergio llamó.

Mamá, nos encanta aquí. El hotel ofrece descuento si nos quedamos otra semana. ¿Podrías?

Sabía lo que venía.

Laura recordó los pendientes de zafiros de abuelo. Tú no los usas. ¿Podrías empeñarlos? Los rescatamos al volver.

¿Qué quieres, Sergio? pregunté con calma gélida.

Llévalos al Monte de Piedad. Dan buen precio. ¡Es por experiencias!

Son solo cosas oyó

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Fui la niñera y cocinera gratis de mi hijo y su familia, hasta que me vieron en el aeropuerto con un billete de ida.