¡Toma! ¡Llévatela! ¡Qué tontería haberte hecho caso! gritó una desconocida.
Yo crío a una niña que es hija de la amante de mi marido. Sí, lo habéis leído bien. Algunos pensarán que estoy loca y que necesito tratamiento. Pero os ruego que escuchéis mi historia hasta el final.
Era el año 2005, y con Alejandro formábamos una familia y teníamos un negocio propio. Mi amor regentaba varias tiendas de alimentación, importando productos de Francia, Italia y Alemania. Su trabajo me permitía no tener que emplearme y dedicarme por completo a las tareas del hogar. Además, por entonces teníamos a nuestro hijo Nicolás, de cinco años. Yo me entregué en cuerpo y alma a su crianza y al cuidado de la casa. Alejandro siempre encontraba en casa un plato de cocido, unas empanadas o unos pimientos rellenos. Y, claro, todo impecablemente limpio.
Pero todo se derrumbó aquella maldita noche. Volvíamos a casa después de cenar con unos amigos, Nicolás ya dormía en el coche. Al acercarnos a la puerta, noté que Alejandro se ponía nervioso. Junto a la verja había una chica joven con una mantita rosa en brazos. Nada más bajarnos del coche, se acercó a mi marido:
¡Toma! ¡Llévatela! ¡Qué estupidez haberte hecho caso y no abortar!
Me quedé mirándola como si estuviera clavada en el suelo. Alejandro tampoco entendía nada.
¡No quiero verla ni saber nada de ella! ¡Ni se te ocurra llamarme ni decirle nada a mi hija!
Pasé varios minutos bajo el frío, en medio de una ventisca. Los vecinos empezaron a asomarse a las ventanas, atraídos por los gritos. Alejandro, en silencio, seguía sosteniendo aquella mantita rosa.
Vamos, no nos quedemos aquí. En casa te lo explico…
Resultó que aquella chica había trabajado para nosotros y se había ido un año antes. Y, como imaginaréis, esa era la razón.
¿Y qué vamos a hacer con ella? preguntó Alejandro en voz baja, colocando con cuidado a la niña en la cama.
¿Qué vamos a hacer? Criarla. Es… tu hija.
Convencí a los médicos, con un sobre bajo la mesa, para que falsificaran un segundo embarazo en mi historial. La niña se llamó Esperanza. No sentí odio ni rencor hacia ella. Simplemente entendí que una niña no tiene culpa de nada. ¿Por qué iba a odiar a un bebé de dos meses?
Me costó mucho perdonar a Alejandro. Fuimos al psicólogo e incluso pensamos en divorciarnos. Pero, ya sabéis, el tiempo lo cura todo. Vi que mi marido se arrepentía de verdad, que luchaba por recuperar mi confianza. No fue de un día para otro; tardé años.
Nuestro hijo Nicolás adoraba a Esperanza. Jugaba con ella, la llevaba de paseo en el cochecito y presumía ante sus amigos de lo guapa que era su hermanita. Nunca permitió que nadie la molestara.
Han pasado 18 años. Esperanza ha crecido y es el vivo retrato de Alejandro, hasta arruga la nariz igual que él antes de estornudar. La considero mi hija, aunque algunas vecinas aún me lanzan miradas torcidas cuando paseamos juntas por el barrio.
La semana pasada fue su cumpleaños, su mayoría de edad. Decidimos celebrarlo en familia primero, y luego Esperanza saldría con sus amigas. Vinieron mis suegros, mis padres, sus padrinos. Y, de repente, apareció una invitada inesperada: su madre biológica.
¿Qué haces aquí? gruñó Alejandro, llevándola de vuelta a la puerta.
¿Qué va a ser? He venido a ver a mi hija. ¿Dónde está Violeta?
No se llama Violeta, se llama Esperanza. ¿Qué quieres?
Dios mío, ¿no pudisteis elegir un nombre mejor? Le he traído regalos: maquillaje, un móvil nuevo. ¿Dónde está?
Escucha, ella tiene padres. Tú no eres nadie. ¿Ahora te acuerdas de ella, después de 18 años? ¿Dónde estabas antes?
¿Qué te importa a ti dónde estaba? ¡Hasta os puedo denunciar!
Lárgate y no vuelvas a asomar por aquí. O llamo a la policía.
Alejandro la echó de casa. Y entonces entendí que nada ni nadie podría destruir nuestra familia. Estamos dispuestos a proteger a los nuestros y a dar amor. Al fin y al cabo, Alejandro es un padre maravilloso, y me alegro de que mis hijos lo tengan a él.
¿Seríais capaces de aceptar al hijo de otro como lo hizo esta lectora?