El padre vio un moretón bajo el ojo de su hija y marcó un número de teléfono. La vida de su yerno estaba a punto de arruinarse.
Marina estaba en el umbral, saludando a sus padres con su sonrisa habitual. Solo aquel ojo amorat delataba el tema que no quería abordar.
«Mamá, no es nada, no le des importancia», dijo rápidamente, notando la mirada atenta de su madre.
Elena Martínez suspiró hondo. «Es tu vida, hija. Tú decides»
Su padre ni siquiera saludó al yerno. Se acercó lentamente a la ventana y miró al vacío, como si no hubiera oído a su hija murmurar algo sobre un armario y la oscuridad.
«Ayer tropecé sin querer. Vamos, mamá, estoy bien, y Álvaro también.»
¿Bien? Marina recordaba perfectamente lo ocurrido la noche anterior. Álvaro, siempre colérico, no se había limitado a gritarle. Cuando se atrevió a decirle que estaba harta, él la agarró del cuello de la bata con tanta fuerza que casi la ahogó.
«¿Qué, zorra, no recuerdas quién te mantiene viva?», le gritó, sacudiéndola. «¿Olvidaste cómo te rescaté de esos antros cuando huías con ese Dani? ¿Olvidaste quién te amó, estúpida? ¡Te cargué en brazos!»
Y luego, un golpe seco. Como un hombre, con puño cerrado. Las estrellas brillaron ante sus ojos, luego el dolor Y Álvaro, que seguía escupiendo vulgaridades.
«Sí, hija, ya entiendo. El armario la oscuridad», murmuró su madre, aunque sabía perfectamente lo que había pasado.
Y se sentía culpable. ¡Ella había presionado a Marina para que se casara con Álvaro! Ella alejó a Dani de su hija, creyendo que era una mala influencia.
«Y ese armario, hija, por lo visto, tiene puños», dijo Elena con ironía, clavando los ojos en su yerno.
José Luis no se apartaba de la ventana. Salió al balcón a fumar. A diferencia de su mujer, nunca había apoyado a Álvaro. Le parecía superficial. Egoísta y vacío. Sí, venía de una familia adinerada, con piso, coche y contactos. Pero por dentro estaba podrido.
Y ahora la podredumbre salía a la luz: un moretón bajo el ojo de su hija.
Claro, José Luis podría haber agarrado a su yerno por las solapas y darle una bofetada. Pero eso solo habría empeorado las cosas. Así que se contuvo y salió al balcón.
Sabía que resolvería el problema de otra manera. Y ya tenía un plan.
Había pasado mucho tiempo al teléfono en ese balcón
Mientras, Marina le compró un café a su madre y charlaron de trivialidades. Media hora después, sus padres se marcharon.
Álvaro, que esperaba reproches, al fin se relajó. Se desplomó en el sofá, abrió una cerveza y hasta sonrió. En su mente, el silencio de sus suegros era complicidad. La familia es familia, y los moratones son cosas de la vida. ¡Nadie se mete donde no le llaman!
«¿Ves, Mar? ¡Te dije que todo saldría bien!», farfulló, satisfecho. «Tus padres son gente sensata. No como tú Ayer me provocaste. Claro que salí a beber, ¿y qué?»
Bebió un trago y estiró la mano hacia las patatas fritas.
Pero la alegría duró poco.
No había pasado ni media hora cuando alguien llamó a la puerta. No timbró, sino que golpeó. Firme y decidido. Aquel ruido hizo que Álvaro dejara la cerveza y se quedara tieso.
Se acercó, miró por la mirilla y palideció.
Dani estaba en el umbral. Su rival. El ex de Marina. El mismo que casi se la llevó para siempre. Alto, seguro de sí mismo, con un traje caro y esa sonrisa que hacía temblar a las mujeres y hervir la sangre a los hombres.
«¿Qué quieres?», gruñó Álvaro, abriendo solo un poco.
«Fuera de mi camino», dijo Dani con calma, empujándolo con el hombro.
Álvaro retrocedió como un muñeco de trapo.
Marina se levantó del sofá, con los ojos como platos.
«Dani»
«Prepárate», dijo él, breve. «Si quieres, vamos a mi casa. Si prefieres, a la de tus padres. Pero ¿para qué necesitas a este fracasado?»
«¿A quién llamas fracasado, imbécil?», estalló Álvaro, pero se quedó arrinconado como un perro cobarde.
Tenía razones para temerle a Dani.
«Te llamé, Álvarito. A ti», sonrió Dani. «No quería meterme en tu vida. Pero cuando el padre de Marina un hombre cabal, por cierto me contó que la maltratabas decidí actuar.»
«¿De qué hablas?», balbuceó Álvaro.
«Bueno, no fue así de directo», rió Dani. «El local de tu club pertenece a un amigo mío. Muy amigo. En fin, recibirás una notificación: no renovarán el contrato. ¿Entiendes? Ya está en tu oficina.»
Álvaro se tambaleó como si lo hubieran golpeado.
«Además, calculé tus deudas de seis meses. ¿Recuerdas que te advirtieron? El alquiler sube cuando el club empieza a dar beneficios. Pues subió hace seis meses. Y la notificación lleva tiempo en tu mesa sin que la leyeras. Misha y yo callamos, dejando que la deuda creciera. Con intereses, penalizaciones ¿Me sigues? Ahora debes una fortuna. ¿Quieres que la mencione?»
Dani se inclinó hacia él:
«Y sé que no tienes un duro para pagarla. Deberías haber gastado menos en copas con fulanas.»
Álvaro se desplomó como un limón exprimido.
«¡Esto es una trampa!», farfulló, desesperado.
«Piensa lo que quieras», se encogió Dani. «Puedes demandar. Pero tu abogado, por lo visto, dimitió. ¿Quién te defenderá ahora? ¿El camarero del piercing?»
Álvaro abrió la boca, pero no salió nada.
«Marina, vámonos. No hace falta que cojas tus cosas. Te compraré todo nuevo. Lo que tienes aquí no vale nada.»
«Dani, espera», dijo Marina, confundida. «Todo esto es muy rápido.»
«Rápido es recibir un puñetazo y buscar excusas para quien te lo dio. Lo demás es lento.»
Dani le tendió la mano, y ella la tomó.
«¿Os habéis vuelto locos?», rugió Álvaro. «¡Esta es mi casa! ¡Mi mujer!»
«¿Mujer?», repitió Dani. «¿Tú eres su marido? El que la golpea y luego se esconde tras una cerveza. No eres un hombre, Álvaro. Eres basura. Ruidosa, patética nada. Ni siquiera eres capaz de pegarme.»
«Pero yo», balbuceó Álvaro.
«¿Quieres ir a juicio? ¿Hablar del moretón que te hizo un armario? ¿O de cómo arruinaste tu club por beber en vez de trabajar?»
Marina siguió a Dani sin mirar atrás. Solo en la puerta se detuvo:
«Lo siento, Álvaro. Adiós.»
«¡Que te jodan!», escupió él. «Vete»
Y se marcharon.
Pasaron dos días. Álvaro estaba en un piso vacío. El club, cerrado. Sobre la mesa, papeles de desahucio y una notificación de deuda.
Dani no era solo un ex. Era un ex con recursos. Esperó el momento preciso y atacó. Limpio, let