MI HIJA Y MI YERNO MURIERON HACE 2 AÑOS – HASTA QUE UN DÍA, MIS NIETOS GRITARON: «¡ABUELA, MIRA, SON NUESTRA MADRE Y NUESTRO PADRE!»

HACE DOS AÑOS QUE MI HIJA Y MI YERNO MURIERON HASTA QUE UN DÍA, MIS NIETOS GRITARON: «¡ABUELA, MIRA, SON MAMÁ Y PAPÁ!»

Georgia estaba en la playa con sus nietos cuando, de repente, señalaron una cafetería cercana. Su corazón se detuvo al escuchar unas palabras que le darían la vuelta al mundo. La pareja que tomaba algo en la terraza se parecía exactamente a sus padres, muertos hacía ya dos años.

El duelo te cambia de formas que nunca imaginas. Algunos días es un dolor sordo en el pecho. Otros, te golpea en plena cara, como un puñetazo.

Esa mañana, en mi cocina, mirando una carta anónima, sentí una mezcla de esperanza y terror.

Mis manos temblaban al releer aquellas palabras: *”No se han ido de verdad.”*

El papel blanco casi me quemaba los dedos. Creía que estaba superando el dolor, intentando dar una vida estable a mis nietos, Andy y Peter, después de perder a mi hija Mónica y a su marido Esteban en un trágico accidente. Pero esa nota me hizo ver lo lejos que estaba de la realidad.

El accidente ocurrió dos años atrás. Aún recuerdo el dolor cuando los niños preguntaban cuándo volverían sus padres.

Tardé meses en hacerles entender que no regresarían. Me partió el alma decirles que tendrían que aprender a vivir sin ellos, pero que yo siempre estaría ahí.

Después de tanto esfuerzo, recibir una carta sugiriendo que Mónica y Esteban seguían vivos era desconcertante.

*”¿No se han ido?”* susurré, desplomándome en una silla. *”¿Qué clase de broma cruel es esta?”*

Estaba a punto de tirarla cuando mi móvil vibró.

Era mi banco, alertándome de un cargo en la tarjeta de Mónica, que había mantenido activa por sentimentalismo.

*”¿Cómo es posible?”* murmuré. *”Lleva dos años guardada en un cajón. ¿Quién podría usarla?”*

Llamé al servicio al cliente de inmediato.

*”Buenos días, soy Javier. ¿En qué puedo ayudarla?”* respondió el operador.

Le expliqué la situación, y tras una pausa, me dijo con cautela: *”Lo siento mucho, señora. No hay movimientos en esa tarjeta física, pero sí en una virtual vinculada a la cuenta.”*

*”¿Virtual? Yo no la activé.”*

*”Las tarjetas virtuales funcionan independientemente. ¿Quiere que la cancele?”*

*”No, déjela activa por ahora. ¿Cuándo se creó?”*

*”Una semana antes del fallecimiento de su hija.”*

Un escalofrío me recorrió la espalda. *”Gracias, Javier.”*

Colgué, el corazón encogido, y llamé a mi mejor amiga, Lucía, para contarle lo ocurrido.

*”Es imposible”*, exclamó. *”Tiene que ser un error.”*

*”Alguien quiere hacerme creer que siguen vivos. ¿Pero por qué?”*

El cargo era pequeño: 23,50 euros en una cafetería de la zona. Parte de mí quería investigar, pero otra temía lo que encontraría.

Decidí ir el fin de semana, pero lo que pasó el sábado lo cambió todo.

Estábamos en la playa. Los niños reían en la orilla, felices por primera vez en mucho tiempo. Lucía y yo los observábamos desde las toallas cuando Andy gritó:

*”¡Abuela, mira!”* Señaló la cafetería. *”¡Son mamá y papá!”*

Mi corazón se paralizó. A treinta metros, una mujer con el pelo teñido y la postura de Mónica conversaba con un hombre idéntico a Esteban.

*”Quédate con los niños”*, le dije a Lucía, y me acerqué sigilosamente.

La pareja se levantó y tomó un sendero entre cañas y rosales silvestres. Los seguí a distancia.

La mujer se arreglaba el pelo tras la oreja, igual que Mónica. El hombre cojeaba ligeramente, como Esteban.

Entonces los oí hablar.

*”Es arriesgado, pero no teníamos opción, Emilia”*, dijo él.

¿Emilia? ¿Por qué la llamaba así?

Entraron en una casita rodeada de enredaderas. Saqué el móvil y marqué el 112.

Tras explicar la situación, me acerqué a la puerta y toqué.

Silencio. Pasos.

La puerta se abrió, y ahí estaba mi hija. Su rostro palideció al reconocerme.

*”¿Mamá? ¿Cómo nos encontraste?”*

Detrás de ella apareció Esteban. Las sirenas se acercaban.

*”¿Cómo pudieron hacernos esto?”* Mi voz temblaba de rabia. *”¿Saben lo que hemos sufrido?”*

Los policías llegaron y nos rodearon.

*”Vamos a tener que hacer algunas preguntas”*, dijo uno.

Mónica y Esteban, ahora “Emilia y Antonio”, comenzaron a hablar entrecortadamente.

*”No debió ser así”*, lloraba Mónica. *”Los préstamos, los usureros nos amenazaban. No queríamos arrastrar a los niños.”*

Esteban añadió: *”Pensamos que desaparecer era la única salida. Dejarlos fue lo más duro.”*

Simularon su muerte para huir de los acreedores, cambiaron de identidad y trataron de empezar de cero.

*”Pero no podía olvidar a mis hijos”*, admitió Mónica. *”Alquilamos esta casa solo para verlos.”*

Mi corazón se partía, pero la rabia hervía. ¿No había otra solución?

Lucía llegó con los niños.

*”¡Mamá! ¡Papá!”* Corrieron hacia ellos, radiantes. *”¡Sabíamos que volveríais!”*

Mónica los abrazó, llorando. *”Os he echado tanto de menos lo siento.”*

Observé la escena, murmurando: *”¿A qué precio, Mónica? ¿A qué precio?”*

La policía permitió un breve reencuentro antes de llevárselos.

*”Se enfrentan a cargos graves”*, me explicó el agente.

*”¿Y mis nietos?”* pregunté, viendo sus caras confusas. *”¿Cómo les explico esto?”*

*”Depende de usted”*, respondió con pena. *”Pero la verdad siempre sale.”*

Esa noche, después de acostarlos, me quedé sola en el salón. La carta anónima seguía sobre la mesa.

*”No se han ido de verdad.”*

Y tenían razón. No se habían ido. Habían elegido marcharse. Y eso, de algún modo, dolía más que creerlos muertos.

*”No sé si podré protegerlos del dolor”*, susurré al vacío. *”Pero haré todo lo posible.”*

A veces me pregunto si debí llamar a la policía. ¿Habría sido mejor dejarlos seguir con su mentira? ¿Ustedes qué habrían hecho en mi lugar?

Rate article
MagistrUm
MI HIJA Y MI YERNO MURIERON HACE 2 AÑOS – HASTA QUE UN DÍA, MIS NIETOS GRITARON: «¡ABUELA, MIRA, SON NUESTRA MADRE Y NUESTRO PADRE!»