Una mujer entregó a su recién nacido nieto a unos desconocidos. Esto fue lo que sucedió después.

Cuando entró en la casa, miró a su alrededor y recordó que ya había visto esa misma casa en sus sueños, y a una mujer muy parecida a esta que ahora lo recibía Esos sueños los tenía de pequeño, cuando estaba enfermo y lloraba. Porque aquella mujer no tenía rostro, solo unos ojos que brillaban como llamas. Le daba miedo, le parecía un fantasma. Entonces lloraba y llamaba a su madre. Ella se acostaba a su lado, lo abrazaba contra su pecho y lo santiguaba…
La casa de Martina ya no la visitaban los vecinos para las tradiciones. Los niños ahora corren donde les dan unas monedas, no un trozo de pan duro. El aguardiente de Martina tampoco es de marca, es casero… Solo Félix, el vecino, cuando ya iba bien cargado de tanto beber por el pueblo, se atrevía a entrar:
¡Que la suerte te acompañe, Martina! ¡Sirve otra copa, por San Juan, por la salud! balbuceaba, repitiendo lo de siempre.
Ella le servía y se tomaba otra con él, así dormía mejor. Ojalá Félix pensara un poco en lo que decía, pero siempre acababa clavándole el cuchillo donde más dolía…
Así es como acabamos, Martina Yo y mi vieja, como dos troncos podridos en el bosque. No tenemos a nadie, y punto. Pero tú tienes una hija…
¡Bebe y cállate, que pareces el perro del molinero ladrando! ¡Claro que tengo una hija! No sé dónde está, pero la tengo. Así que márchate y déjate de historias. ¡Vete ya! le espetó, casi gruñendo.
Félix no se movía, aunque ella ya lo empujaba hacia la puerta.
Sé por qué te enfadas… Lo sé. Y todo el pueblo sabe que entregaste a tu nieto a unos extraños. ¿Dime que no es verdad? ¡Anda, dilo! Las viejas del pueblo dicen que ese niño te visita en sueños. Por eso brillan tus ojos de noche, de miedo… ¿Eh? ¿Tienes miedo? se burló, mirándola fijamente.
¡Escucha, borracho maloliente! ¡Lárgate! ¡Y no vuelvas más! Martina lo agarró por el cuello de la chaqueta mugrienta y lo echó a la calle como a un gato sarnoso.
¡Te has vuelto loca, Martina! ¡Suéltame! no podía zafarse de sus manos.
¡Nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca vuelvas! le gritó desde la puerta.
Él solo se reía… Pero la verdad es que no volvió, ni a pedir otra copa ni a hablar. Quizás por vergüenza, o quizás por miedo. Ella hasta le habría perdonado, si hubiera entrado otra vez. Porque, al fin y al cabo, era lo que se esperaba. Nadie sabría lo que le había dicho… Pero era la verdad. Y duele…
Martina soñaba con el niño. Nunca podía verle la cara. Solo aquellos ojos, brillando como ascuas… Parado en el umbral, pidiendo entrar… pero sin cruzar la puerta. Lo soñaba una y otra vez. O quizás ni siquiera era un sueño…
* * *
El sol ya estaba alto cuando Martina entendió que Félix no vendría. Recordó el pleito del año pasado y… casi sintió el olor a grasa de su chaqueta en sus dedos. Se sentó sola a la mesa y se sirvió una copa. ¡Era día de fiesta!
En el patio, el perro del molinero empezó a ladrar como loco, y la puerta chirrió. Alguien entraba.
¿Se puede entrar? en el umbral había un joven apuesto.
Martina se levantó de un salto y se quedó tiesa.
Pase, si ya está aquí…
Por la salud y la buena suerte… el desconocido esparció un puñado de trigo.
Ella no le quitaba los ojos de encima. Notó que, mientras hablaba, sus ojos recorrían cada rincón. “¿Habrá venido a robarme?”, pensó. Ojalá estuviera Félix…
¿Buscaba algo? ¿O solo entró por entrar? ¿Quién es? preguntó con desconfianza.
Es costumbre invitar al que trae la suerte, ¿no? Pero no se preocupe, yo traigo lo mío dijo, acercándose a la mesa y sacando de su bolsa vino, embutidos y dulces.
Martina, aturdida, sacó de la cocina una cazuela de patatas con chorizo y se sentó frente al extraño, que tan hábilmente había ayudado a poner la mesa.
“Quizás es algún conocido de Lucía… Pero parece muy joven. ¿Por qué lo habrá mandado?”, pensó mientras servía la comida.
El invitado llenó las copas, y ella no sabía qué hacer. Tenía que decir algo…
No es de por aquí, ¿verdad? ¿Busca a alguien?
Sí… ¿Usted es Martina Jiménez?
La misma.
¿Su marido era Pedro López?
Sí… ya falleció…
¿Y su hija es Lucía López? Aunque de ella no sé nada…
Sí… así es…
Bueno, si todo es así, entonces yo soy su nieto, Víctor… el joven se levantó y le tendió la mano por encima de la mesa. Mucho gusto.
El mundo giró ante sus ojos… De pronto, vio al niño de sus sueños, pidiendo entrar. Este desconocido tenía los mismos ojos brillantes…
Martina gritó y tambaleó… pero unas manos firmes la sostuvieron y la sentaron en el banco.
No me tema. No vengo a reprocharle nada. Solo… quería verla, ver esta casa donde una vez me rechazaron. Hace poco murió mi verdadera madre, y antes de irse me contó todo. Por eso vine. Para ver…
Martina sintió que lloraba como nunca, aunque solo eran sollozos callados. Y le contó todo, tal como había pasado. Por primera vez en su vida. Aquel hombre que decía ser su nieto la miraba fijamente, y ella no sabía dónde esconder los ojos. Cuando terminó, Víctor se levantó, suspiró y miró alrededor… Como un extraño había entrado, así salió, dejando caer al pasar:
Que Dios la juzgue… No yo.
El coche levantó polvo al marcharse. No tuvo tiempo de ver la matrícula, ni la marca, ni preguntar dónde vivía. Salió corriendo tras él, sin abrigo, desesperada…
* * *
Lucía creció siendo una niña obediente.
¡Serás maestra! decidió su padre. ¡Y ni se te ocurra casarte hasta terminar los estudios!
Ella ni lo pensaba, aunque sus padres ya tenían un pretendiente para ella. Su madre le aconsejaba:
Hija mía, eres una chica guapa. No pierdas el tiempo con cualquiera. Mira a Andrés, el hijo de Íñigo. ¡Ese es para ti! Con él no te faltará nada. ¡Y vivirás en la ciudad! Es militar. Tendrán piso y sueldo. Para cuando termines de estudiar, él ya estará bien establecido…
Sin que su madre se lo dijera, Andrés ya le gustaba. Pero era mayor. Cuando venía de permiso, todas las chicas del pueblo se le acercaban, aunque ella no era tímida. Y a él también le gustaba. Pero tuvo que irse. La acompañó a casa:
Solo espera tres años. No es tanto. Nos escribiremos… Y luego nos casaremos.
Y ella le prometió que lo esperaría, que escribiría.
Pero pronto descubrió que ser prometida no era fácil. Su madre le enseñaba “las artes femeninas”:
¡Mucho cuidado, hija! Si quieres divertirte… que sea en secreto. ¡Y agárrate a Andrés! ¡Novios como él no se encuentran todos los días!
Lucía también pensaba:
No voy a quedarme llorando junto a la ventana… Eso solo pasa en las películas. ¿Cuándo voy a divertirme? Andrés está lejos. No se enterará.
Con Álvaro era

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Una mujer entregó a su recién nacido nieto a unos desconocidos. Esto fue lo que sucedió después.