El hijo ingrato traicionó a su madre
En la fiesta de graduación, todas las chicas querían fotografiarse con él. Eligió a Oksana Ni era guapa, ni lista, ni culta. Pero su padre era un jefe local importante. Y el vestido de Oksana en la graduación era el más lujoso Y además, entró en la universidad. Así, como si al tomarlo de la mano aquella noche, no lo soltara en años, hasta llevarlo al matrimonio.
De pequeño, lo admiraban como a un cuadro. Aparte de ser guapo, el niño era zalamero. Si alguien lo cogía en brazos, se acurrucaba como si fuera su hijo. Hasta desconocidos le daban caramelos. María temía que le echaran mal de ojo. En el colegio, las niñas se peleaban por ser sus amigas y luego, por salir con él. Nicolás era el mejor estudiante y deportista. Solo que muy pobre. Pero las chicas del pueblo no miraban que su ídolo llevara unos vaqueros hasta las rodillas. De otro, se habrían burlado, pero de él, ¡nunca!
En la graduación, todas querían una foto con él. Eligió a Oksana Poco agraciada, ni lista ni culta. Pero su padre era alguien importante. Y su vestido, el más caro. Y entró en la universidad. Así, como si al tomarlo de la mano, no lo soltara jamás, hasta casarse.
María vendió un cerdo antes de la boda, le dio el dinero a su hijo y se acabó. Nicolás tomó esos pocos miles de pesetas y se fue.
María llegó al pueblo con un niño en brazos. Nadie sabía si era verdad o rumor, pero decían que el padre del niño le había comprado la casa para que no lo reclamara, pues él estaba casado. Nadie en el pueblo vio jamás a sus familiares. Vivía humildemente, trabajaba en una tienda y tenía un pequeño huerto. A veces, pretendientes la cortejaban, pero ella los rechazaba: “¡Tengo un marido!”, decía. ¡Qué risa! Si las amigas le hablaban de lo difícil que era estar sola, se enfadaba.
Cuando llevó a Nicolás al colegio, el primer día vio a Víctor, el profesor de gimnasia, recién salido de la universidad. Sus miradas se encontraron, y luego, sin darse cuenta, empezaron a verse. Él enseñó a Nicolás a montar en bici y a arreglar una rueda, iban al bosque en invierno y en primavera plantaban juntos el huerto. María temía decirle la verdad a su hijo, pues notaba que cuando abrazaba a Víctor o le tocaba el hombro, el niño se ponía tenso y callaba.
“¿Por qué, hijito? ¡Es bueno! Será tu padre”, le susurraba después de que su amado se marchara.
“¡No quiero que lo quieras! ¡Solo a mí!”, rezongaba el niño.
Una mañana, Nicolás despertó y vio a su madre en la cama con Víctor.
“¡A partir de ahora será así, chaval!”, dijo el hombre, que de verdad lo quería como a un hijo.
“¡No! ¡No quiero que vivas con nosotros!”, gritó descontrolado. No quiso desayunar con ellos y salió corriendo. María lo encontró al anochecer y lo llevó a casa.
“¿Está él ahí?”, preguntó entre lágrimas, señalando la puerta.
“Sí”
“¡Que se vaya! ¡O yo no entro!”
“¡Hijo! ¡Ni una palabra te ha dicho! ¡Viviremos como una familia!”, suplicaba.
“¡No quiero! ¡Solo contigo! ¡Él no es mi padre!”
“Lo será, ya verás”
Víctor salió con su maleta, como había llegado. Abrazó a María, la besó en la frente.
“Piénsalo, Nicolás. No soy vuestro enemigo”, dijo, casi avergonzado. “¿Lo pensarás?”
“¡No!”, negó el niño, apartando la mirada.
“¡Si lo aceptas, me iré!”, le dijo a su madre cuando Víctor cerró la verja.
María eligió a su hijo. Víctor se fue del pueblo para siempre, porque nadie lo volvió a ver. Y María, en Nochevieja, tuvo otro hijo: Jorge. Temía que su hermano no lo aceptara, pero Nicolás, curioso por naturaleza, ni preguntó de dónde venía. Lo cuidaba, lo quería. Y María vivía con culpa, temiendo herir a su primogénito.
“Mi Nicolás es tan maduro”, presumía ante las amigas, “es tan bueno, que hasta le pido consejo a él”.
Ellas se reían, porque sabían que, por ese “consejo”, María se había quedado sola.
Cuando Nicolás empezó a salir con Oksana, ella se alegró. Venía de familia adinerada, y pensó que así su hijo saldría adelante.
Como siempre, esperó a su hijo un sábado. Hizo pasteles, cocinó. El tren ya había pasado, pero Nicolás no llegaba.
“¡Mamá!”, corrió Jorge desde el campo de fútbol, “¡Nicolás se fue a casa de Oksana!”
No cenaron. Esperaron. Pero no volvió. Ni por la mañana. Solo pasó de camino al tren, sin besar a su madre como siempre.
“¡Mamá! ¡Nos casamos!”, anunció.
Quiso regañarlo por no venir, decirle lo que pensó toda la noche, pero no pudo, porque él siguió:
“¡Ayúdame un poco! ¡Vende un lechón!”
“Claro, hijo. ¿Cuándo es la boda?”
“Todavía no sé. ¡Será en Madrid! ¡No queremos pueblo!”
Para el siguiente fin de semana, María vendió el lechón y Nicolás fue por el dinero. Lo tomó sin contar, sin hablar. Y corrió a casa de Oksana.
En el pueblo, todos lo saben todo. Se rumoreaba que los suegros preparaban una boda campestre. Nicolás no visitaba a su madre. No había pedida de mano, ni acuerdos. Ella, con valor, fue a casa de los futuros suegros para ayudar. La suegra la recibió en la verja:
“¿Qué vas a aportar tú?”, dijo con desdén. “¡Aquí todo lo hacen profesionales! ¡Gente de bien! Y tú ni eres viuda ni casada. ¡Mi yerno creció sin padre por ti! ¡Un bastardo! ¿Crees que nos gusta mezclarnos con gente así? ¡A él lo aceptamos por mi hija! ¡Pero tú no vengas!”, y cerró la puerta en sus narices.
María volvió a casa como borracha. Nadie la había humillado así. ¡Vaya hijo había criado! Y ella lo había dado todo por ellos Lloró hasta cegarse.
La boda fue escandalosa. Tres días de música pagada. Solo invitados selectos. Decían que nunca se había visto un festejo así. Pero lo que más se comentaba era que la madre del novio no estaba. Unos se burlaban, otros se compadecían.
María no salió de casa ese día. Esperó a su hijo hasta la víspera. No creía que no fuera a buscarla. Quizá por la mañana ¡Nada! Los coches adornados pasaron frente a su casa, tocando el claxon. Se tapó con la manta, Jorge fingió leer Así hasta la noche. Al oscurecer, Jorge se coló en la fiesta y agarró a su hermano:
“¡Nicolás! ¿Cómo pudiste? ¡Mamá llora todo el día!”, le susurró.
“Oye, pequeño. Dile que no llore. ¡Yo estoy bien! ¡Es mi trato con Oksana y sus padres: si me caso, no vuelvo con vosotros! ¡Lo prometí!”
“¡Ojalá te mu