Hace muchos años, cuando cumplí sesenta y cinco, comprendí que lo más aterrador no era quedarme sola, sino rogar a mis hijos que me llamaran, sabiendo que solo era una carga para ellos.
Mamá, hola, necesito tu ayuda urgente.
La voz de mi hijo en el teléfono sonaba como si hablara con un empleado molesto, no con su madre.
Carmen Martínez se quedó inmóvil, con el mando en la mano, sin encender las noticias de la noche.
Antonio, buenas tardes. ¿Pasa algo?
No, nada grave respondió él con impaciencia. Es que Laura y yo hemos pillado unas vacaciones de última hora. Salimos mañana temprano.
Y no tenemos con quién dejar a Thor. ¿Puedes quedártelo?
Thor. Un gran danés baboso que ocupaba más espacio en su pequeño piso que el aparador de su abuela.
¿Por cuánto tiempo? preguntó Carmen, aunque ya intuía la respuesta.
Una semana, quizá dos. Depende. Vamos, mamá, ¿quién si no tú? Llevarlo a una residencia canina sería cruel. Ya sabes lo sensible que es.
Carmen miró su sofá, recién tapizado en tela clara. Había ahorrado durante meses, privándose de pequeños lujos. Thor lo destrozaría en días.
Antonio, no sé Acabo de terminar de arreglar la casa.
¿Arreglar qué? su voz goteaba irritación. ¿Cambiar unos cuadros?
Thor es muy educado, solo sácalo a pasear. Bueno, Laura me llama, hay que hacer las maletas. Te lo llevo en una hora.
Silencio.
Ni siquiera preguntó cómo estaba. No la felicitó por su cumpleaños, que había sido la semana pasada. Sesenta y cinco años.
Había esperado su llamada todo el día, preparó su ensalada especial, se puso un vestido nuevo. Sus hijos prometieron visitarla, pero no aparecieron.
Antonio le envió un mensaje corto: “Feliz cumple, mamá. Estamos hasta arriba de trabajo.” Marisa, su hija, ni eso.
Y hoy, “necesito tu ayuda urgente”.
Carmen se dejó caer en el sofá. No era por el perro, ni por el tapizado arruinado.
Era esa sensación humillante de ser solo una función. La guardería gratuita, el servicio de emergencia, el último recurso. Una mujer-función.
Recordó cuando, años atrás, sus hijos eran pequeños y soñaba con que crecieran y fueran independientes.
Ahora entendía que lo más terrible no era la soledad en un piso vacío. Lo peor era esperar una llamada con el corazón encogido, sabiendo que solo importabas cuando necesitaban algo.
Rogar por su atención, comprándola con tu comodidad y dignidad.
Una hora después, sonó el timbre. Antonio estaba en la puerta, sujetando a Thor con una correa. El perro entró arrastrando barro por el suelo recién fregado.
Mamá, aquí está su comida y sus juguetes. Pasea con él tres veces al día, ya lo sabes. ¡Nos vamos, que perdemos el avión! Le dejó la correa en la mano, le dio un beso fugaz y desapareció.
Carmen se quedó en medio del recibidor. Thor ya olisqueaba las patas del sillón.
Desde el salón llegó el sonido de tela rasgándose.
Miró el teléfono. ¿Llamar a Marisa? Quizá ella entendería. Pero su dedo se detuvo.
Marisa no llamaba desde hacía un mes. Seguramente también estaba ocupada. Tenía su propia vida, su propia familia.
Esta vez, Carmen no sintió el rencor habitual. En su lugar, llegó algo distinto. Frío, claro, una certeza sobria. Basta.
La mañana empezó con Thor saltando sobre la cama y dejando dos huellas de barro en el edredón blanco.
El sofá nuevo tenía tres rasgaduras, y su ficus, que cuidó durante cinco años, yacía en el suelo con las hojas mordisqueadas.
Carmen se sirvió un trago de valeriana y llamó a Antonio. No contestó de inmediato.
Al fondo, se oían olas y la risa de Laura.
Mamá, ¿qué pasa? ¡Aquí todo genial, el mar es una maravilla!
Antonio, lo del perro. Está destrozando la casa. Ha roto el sofá, no puedo con él.
¿Cómo? su sorpresa sonaba sincera. Nunca hace eso. ¿Lo has encerrado? Necesita libertad. Mamá, por favor, no empieces. Acabamos de llegar y queremos descansar. Sácalo más tiempo, se calmará.
¡Ya lo he paseado dos horas esta mañana! Tira tanto de la correa que casi me caigo. Antonio, por favor, ven a buscarlo. Buscad otra solución.
Silencio. Luego, su voz se endureció.
¿En serio, mamá? Estamos al otro lado del mundo. ¿Cómo quieres que lo recoja? Tú misma aceptaste. ¿O prefieres que cortemos las vacaciones por tus caprichos? Esto es egoísmo.
La palabra “egoísmo” le golpeó como un latigazo. Ella, que vivió por ellos, era la egoísta.
No son caprichos, es que
Mamá, Laura trae los cócteles. Diviértete con Thor. Seguro que os lleváis bien. Un beso.
Silencio otra vez.
Sus manos temblaban. Se sentó en la






