Ya no eres mi madre

**Ya no eres mi madre**

Alejandro entró en el coche, listo para salir del trabajo, cuando de repente sonó el teléfono. El número era desconocido. Respondió sin ganas, pulsando el botón verde.

¿Diga? ¿Quién es?

Soy yo Hola respondió una voz de mujer desconocida.

¿Quién *yo*? se tensó Alejandro. ¡Preséntate!

Silencio. Luego, la voz, apenas un susurro:

Soy yo tu madre.

Alejandro se quedó helado. Los dedos se le apretaron en el volante, el corazón le latía con fuerza.

¿Qué tonterías? ¡Mi madre murió hace veintinueve años!

No Yo soy Tatiana Te di a luz. Alejandro, soy yo de verdad

Colgó. El corazón le palpitaba, las palmas le sudaban. Sentía que alguien había abierto una puerta a un pasado terrible, que había intentado enterrar para siempre.

Minutos después, el teléfono volvió a sonar. El mismo número.

No quiero oírte dijo él con frialdad. No tengo madre. La mujer que me dio a luz me abandonó cuando tenía nueve años. Desde entonces, soy huérfano.

Solo cinco minutos. Te lo suplico

¿Para qué? ¿Para escuchar más mentiras?

Solo vernos. Una vez. Te lo explico todo.

Alejandro no quiso. Pero sabía que ella no se rendiría. Acabaría descubriendo su dirección, llamando a su puerta, asustando a su esposa, a sus hijas.

Dos días después, se encontraron en un bosquecillo a las afueras de Toledo.

Tatiana Gómez estaba sentada en un banco, encorvada, envejecida, pero aún intentando conservar rastros de su antigua belleza. Las manos le temblaban.

Hola, Álex

Alejandro corrigió él, seco.

Ella alzó la mirada; en sus ojos había desesperación.

Sé que soy culpable Pero no tuve elección

Él guardó silencio. Ante sus ojos desfilaban recuerdos de infancia: los gritos, los platos rotos, las salidas nocturnas, dejándolo solo.

Me dejaste con la tía Rosa. Y dijiste: «Vuelvo en un mes». Pero te fuiste a Suiza con un empresario.

Pensé que nos ayudaría a los dos Pero él no quiso llevarte. Y yo

Lo elegiste a él. No a mí.

Ella sollozó, ahogada.

No tengo a nadie más. Mi marido murió, sus hijos me echaron. No tengo dónde vivir. Ni siquiera para comer. Estoy completamente sola.

¿Lo sientes por ti? preguntó él, inclinando ligeramente la cabeza. ¿Y yo con nueve años? ¿Quién lo sintió por mí?

Perdóname No sabía cómo pedírtelo. Esperaba que vinieras tú

Ni siquiera una felicitación me enviaste. Nunca.

Silencio. Luego, Tatiana musitó:

Pero eres un buen hombre Has crecido bien.

He crecido gracias a gente que odiabas. La tía Rosa. Mi esposa. Mis amigos. Pero no gracias a ti.

Ella extendió la mano, pero él se apartó.

No te juzgo. Pero para mí eres una desconocida. Ni siquiera una enemiga. Solo un vacío.

Me estoy muriendo susurró ella.

Entonces arréglate. Pero no delante de mí.

Se levantó y se fue, sin mirar atrás.

Y por primera vez en años, sintió en el pecho un alivio. El pasado, al fin, lo había liberado. Y la vida siguió.

*A veces, cerrar una herida duele más que dejarla abierta. Pero es la única forma de sanar.*

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