Lo que cada uno merece

A cada cual lo suyo

Al cometer actos impulsivos, uno jamás imagina que nada ocurre por casualidad. Hay una razón para todo: así lo ha dispuesto el destino. A menudo, la vida pone a prueba la paciencia, la lealtad o la resistencia.

Cerrando la puerta de un portazo, Adrián salió del piso, con los puños apretados y los dientes rechinando de rabia. Estaba furioso consigo mismo y con su esposa, Clara.

Soy un hombre joven y fuerte, incapaz de enfrentarme a una mujer. A mi propia esposa, a quien amo y adoro, y por la que daría todo. No entiendo qué hago mal pensó Adrián, abatido.

Realmente no comprendía por qué Clara siempre estaba descontenta con él. Su mirada desdeñosa, su frialdad, esa sonrisa burlona que aparecía en cada conversación Todo lo hacía sentirse humillado.

Esa actitud de su esposa estaba matando su relación. A pesar de llevar cinco años casados y tener un hijo de tres años, Mateo.

Hacía poco, Adrián corría a casa después del trabajo con un ramo de rosas y un regalo para Clara. Era el quinto aniversario de su boda. Quería hacerla feliz con un detalle, quizá no demasiado caro, pero un regalo al fin y al cabo. Soñaba con verla sonreír al recibirlo, emocionada porque él no había olvidado la fecha.

Extendiéndole el ramo de rosas rojas y una pequeña cajita con un colgante de oro, esperaba palabras de agradecimiento. Entró ruidosamente en la habitación y le entregó las flores y la caja azul. Ella arrojó el ramo al sofá y, al abrir la caja, lo miró como si en lugar de una joya hubiera dentro una baratija sin valor.

¿Y esto es todo lo que se te ocurre? soltó Clara con desdén, en lugar de agradecerle. Pensé que me había casado con un hombre de verdad, que sabría valorarme. ¿No podías haberme regalado un anillo de diamantes? ¿No los merezco después de cinco años a tu lado? Te he dado mis mejores años. Me equivoqué al casarme con un fracasado que solo sabe comprar baratijas.

Arrojó la cajita al sofá, junto al ramo destrozado, y al ver la expresión de Adrián, añadió sin dejarle responder:

Creí que me casaba con un hombre, pero solo eres un blandengue que no sabe ganar dinero.

Adrián contuvo las ganas de responderle con crudeza. La amaba, era la madre de su hijo. Así que salió huyendo de casa. Las quejas de Clara eran diarias, injustas y humillantes. Él lo aguantaba todo, intentando incluso tomárselo a broma. Pero cada vez sentía más lejanía entre ellos.

¿Qué más puedo hacer para que Clara sea feliz? se preguntaba. ¿Cómo lograr que deje de reprocharme todo, que vuelva a ser la de antes?

Notaba que cada vez que Clara alzaba la voz y empezaba una discusión, Mateo se echaba a llorar. El niño entendía que sus padres se peleaban. Intentó hacérselo ver a ella, pero Clara lo ignoraba, y Adrián se hundía aún más.

Aquel día había querido suavizar las cosas con el regalo, pero todo salió igual. Esperaba que Clara se alegrara con las rosas y el colgante de su signo zodiacal, pero no. Ella siempre buscaba herir su orgullo, humillarlo. Nada cambiaba.

Adrián caminó sin rumbo hasta que vio un bar y entró. Se sentó en la barra y pidió algo fuerte. Antes de beber, murmuró para sí:

Felicidades, Adrián, feliz aniversario de bodas.

Bebió una y otra vez. No solía emborracharse; odiaba perder el control. Pero esa noche se dejó llevar. No sabía adónde iría, pero estaba seguro de que no volvería a casa.

Hola escuchó una voz femenina a su espalda. ¿Quieres beber conmigo?

Aún tenía lucidez suficiente para darse cuenta de que era una desconocida, pero al ver sus ojos llorosos, contestó:

Vale Veo que tú tampoco lo estás pasando bien.

Adrián despertó temprano, con la cabeza a punto de estallar y la boca seca. Miró alrededor: estaba en un piso ajeno, una cama que no era la suya y una mujer que no conocía. Recordó vagamente el bar y a aquella chica. Comprendió que le había sido infiel a su esposa por primera vez y se sintió fatal. Vistió en silencio y escapó de allí.

Al salir del edificio, leyó el nombre de la calle y memorizó la dirección.

No está lejos de mi casa pensó. Vaya lío. Le he puesto los cuernos a Clara. Nunca me lo perdonará A menos que le compre ese anillo de diamantes.

En casa, el escándalo fue inevitable. Clara, furiosa, le exigió una explicación.

Me emborraché con un amigo por lo nuestro y me quedé en su casa. No podía volver así mintió, y notó que ella se lo creyó. Perdóname, Clara. Te compensaré dijo, sintiéndose culpable.

Los días siguientes fueron tranquilos. Clara parecía más dulce, como si hubiera recapacitado. Adrián se alegraba, pero no podía quit

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