La nueva empleada de la oficina fue objeto de burlas. Pero cuando asistió a la cena de gala con su marido, sus compañeras renunciaron.
Con un suspiro profundo, como si reuniera fuerzas antes de un salto hacia lo desconocido, Lucía Fernández cruzó el umbral del edificio de oficinas, sintiendo que iniciaba un nuevo capítulo de su vida. La luz del sol matutino se filtraba por las puertas de cristal, iluminando su cabello bien cuidado y resaltando la seguridad de sus pasos. Caminó por el vestíbulo, donde el murmullo de voces y el taconeo de zapatos creaban un ambiente de rutina, pero ella percibía algo más: la oportunidad de ser alguien más allá del papel de ama de casa y madre.
Al llegar a recepción, sonrió con calma y firmeza.
Hola, soy Lucía. Hoy es mi primer día dijo, ocultando los nervios bajo una voz serena.
La recepcionista, una joven llamada Marta, con rasgos delicados y una mirada atenta, arqueó las cejas como si le sorprendiera que alguien quisiera trabajar en aquel lugar.
¿Vas a unirte a nosotros? preguntó con cautela. Perdona, es que pocos aguantan más de un mes aquí.
Sí, me contrataron ayer en recursos humanos respondió Lucía, aunque notó algo extraño en el ambiente. Espero que todo vaya bien.
Marta la miró con una pena tan sincera que a Lucía le dio un vuelco el corazón. Pero de inmediato, la recepcionista salió de detrás del mostrador y le hizo señas para que la siguiera.
Ven, te mostraré tu puesto. Aquí, junto a la ventana, está tu mesa. Es luminosa y espaciosa pero ten cuidado añadió en voz baja. No olvides bloquear el ordenador y pon una contraseña fuerte. No todos reciben bien a los nuevos. Y tu trabajo no debe ser visto por ojos ajenos.
Lucía asintió mientras observaba a su alrededor. La oficina era amplia, pero había una tensión palpable. Detrás de las pantallas, mujeres con maquillaje excesivo, vestidos ajustados y peinados elaborados, como si estuvieran en una pasarela y no en una oficina, la evaluaban con miradas frías. Parecían jóvenes, pero sus ojos revelaban experiencia y, sobre todo, desdén.
Pero Lucía no se intimidó. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía viva. El hogar, los niños, las tareas domésticas todo eso la había aplastado como una losa. Hoy era simplemente Lucía, una mujer con derecho a una carrera y a su propio espacio.
El primer día pasó rápido. Se sumergió en su trabajo: pedidos, informes, aprender el sistema. No buscaba fama, solo ser útil. Sin embargo, a sus espaldas, los murmullos comenzaron. Paula, alta, con una sonrisa afilada, y su cómpl