El timbre sonó insistentemente, anunciando que alguien estaba en la puerta. Lola se quitó el delantal, se secó las manos y fue a abrir. En el umbral estaba su hija con un chico joven. La madre los dejó pasar al piso.
Hola, mamá dijo la hija, dándole un beso en la mejilla. Te presento a Javier, él va a vivir con nosotras.
Encantada saludó el chico con timidez.
Y esta es mi madre, tía Lola.
Digo Lola, nada de tías corrigió ella.
Mamá, ¿qué hay para cenar?
Lentejas y salchichas.
Yo no como lentejas respondió él, haciendo un gesto de asco antes de desaparecer en el pasillo.
Bueno, mamá, a Javier no le gustan las lentejas exclamó Lucía abriendo mucho los ojos.
El chico se tumbó en el sofá, dejando su mochila tirada en el suelo.
Este es en realidad mi salón comentó Lola.
Javi, ven, te enseño dónde vamos a dormir llamó Lucía.
Pero aquí estoy bien murmuró él sin ganas, levantándose del sofá.
Mamá, piensa algo para que Javier pueda cenar.
No sé, quedan medio paquete de salchichas se encogió de hombros Lola.
Me vale con mostaza, kétchup y un poco de pan dijo él.
Vale suspiró Lola, yéndose a la cocina. Antes traías gatitos y perritos, y ahora me traes a este A ver si encima tengo que darle de comer.
Se sirvió un plato de lentejas, puso dos salchichas a la plancha, cogió una ensalada y se sentó a disfrutar de su cena.
Mamá, ¿qué haces cenando sola? entró Lucía en la cocina.
Pues como he vuelto del trabajo y tengo hambre contestó Lola masticando una salchicha. El que quiera comer, que se lo prepare. Y otra cosa, ¿por qué Javier va a vivir con nosotras?
¿Cómo que por qué? Es mi marido.
Lola casi se atraganta.
¿Tu marido?
Sí. Ya soy mayor y decido yo si me caso o no. Tengo diecinueve.
Ni siquiera me invitaste a la boda.
No hubo boda, solo firmamos en el registro. Ahora somos marido y mujer, así que viviremos juntos dijo Lucía, mirando fijamente a su madre.
Enhorabuena ¿Y por qué sin boda?
Si tienes dinero para una fiesta, nos lo puedes dar y lo gastaremos en algo mejor.
Ah, ya entiendo siguió Lola cenando. ¿Y por qué precisamente aquí?
Porque él vive en un piso de una habitación con tres compañeros.
¿Y no habéis pensado en alquilar algo?
¿Para qué alquilar si tenemos mi habitación? preguntó Lucía como si fuera obvio.
Claro.
Entonces, ¿nos das algo de comer?
Lucía, hay lentejas en la olla y salchichas en la sartén. Si no hay suficiente, en la nevera queda medio paquete. Servíos y comed.
Mamá, no lo entiendes, ¡tienes un YERNO! remarcó la última palabra.
¿Y qué? ¿Quieres que baile una jota para celebrarlo? Llegué cansada del trabajo, así que dejémonos de ceremonias. Tenéis manos y pies, apañaos.
¡Por eso sigues soltera!
Lucía la miró con rabia y salió de la cocina, cerrando la puerta de un portazo. Lola terminó de cenar, lavó sus platos, limpió la mesa y se fue al gimnasio. Era una mujer independiente, y varias noches a la semana las pasaba entre pesas y la piscina.
Sobre las diez de la noche volvió a casa. Esperando encontrar algo caliente, se topó con la cocina hecha un desastre. Alguien había intentado cocinar. La tapa de la olla de lentejas había desaparecido, dejando el guiso seco y agrietado. El paquete de salchichas estaba abierto en la mesa, junto a un trozo de pan mordisqueado. La sartén estaba quemada, con restos pegados. El fregadero lleno de platos, y en el suelo, un charco de refresco. El piso olía a tabaco.
Vaya novedad. Lucía nunca haría esto.
Lola abrió la puerta del cuarto de su hija. Los jóvenes bebían vino y fumaban.
Lucía, limpia la cocina. Y mañana compras una sartén nueva dijo antes de irse a su habitación, dejando la puerta abierta.
Lucía saltó y la siguió.
¿Por qué tenemos que limpiar nosotras? ¿Y con qué dinero voy a comprar una sartén? No trabajo, estudio. ¿Te dan pena los platos?
Lucía, conoces las reglas de esta casa: quien ensucia, limpia; quien rompe, compra. Cada uno se hace cargo de sí mismo. Y sí, me da pena la sartén, porque cuesta dinero y ahora está inservible.
No quieres que vivamos aquí chilló la hija.
No respondió Lola con calma.
No tenía ganas de discutir, y jamás la había visto así.
Pero esta es mi casa también.
No, el piso es mío. Yo lo pagué. Tú solo estás empadronada. No resuelvas tus problemas a mi costa. Si queréis vivir aquí, seguid las normas explicó Lola sin alterarse.
Toda mi vida viviendo bajo tus reglas. Ahora soy una mujer casada y no vas a decirme qué hacer lloriqueó Lucía. Además, ya has vivido, deberías dejarnos el piso.
Os dejo el rellano de la escalera, y hasta el banco del portal. Ah, ¿que estás casada? Pues a mí no me pidas permiso. Duermes aquí sola o con tu marido, pero él no se queda.
¡Que te pudras con este piso! Javi, nos vamos gritó Lucía, recogiendo sus cosas.
Cinco minutos después, el flamante yerno entró en la habitación de Lola.
Tranquila, suegra, todo va a ir bien dijo, tambaleándose por el alcohol. Lucía y yo no nos vamos a ninguna parte. Si te portas bien, hasta hacemos el amor en silencio.
Qué padres habéis tenido refunfuñó Lola. Los padres están en su pueblo, así que vete para allá y llévate a tu recién estrenada mujer.
¡A ver si te voy a! el chico levantó el puño.
Sí, a ver.
Lola lo agarró fuerte con sus uñas recién hechas.
¡Au! ¡Suéltame, estás loca!
Mamá, ¿qué haces? gritó Lucía, intentando separarlos.
Lola la apartó y le dio una rodillazo a Javier en la entrepierna, seguido de un codazo en el cuello.
Voy a denunciarte por violencia aulló él. Te verás en los tribunales.
Espera, llamo a la policía, será más fácil documentarlo replicó Lola.
Los jóvenes huyeron del acogedor piso de dos habitaciones.
Ya no eres mi madre rugió Lucía al final. ¡Y nunca verás a tus nietos!
Qué dramática comentó Lola con ironía. Por fin podré vivir a mi aire.
Miró sus manos: algunas uñas se habían partido.
Cuántas pérdidas por culpa vuestra murmuró.
Tras su marcha, limpió la cocina, tiró las lentejas resecas y la sartén inútil, y cambió la