¿Realmente hemos construido nuestra casa en vano?

¿Así que hemos construido esta casa enorme para nada? protestó la suegra, indignada. ¡Pues entonces devuélvanme la mitad del dinero!

Necesito hablar contigo en serio dijo la mujer de pelo corto al sentarse frente a Lucía. Antes de que te cases con mi hijo, hay cosas que debes saber.

La joven rubia, delgada y con cara de póker, miró con curiosidad a su futura suegra, a quien apenas había visto tres veces en su vida.

Básicamente, si quieres entrar en nuestra familia, tienes que entender que las personas más importantes para Javier son sus padres anunció orgullosa Montserrat. No necesitamos una nuera que le domine.

¿Que yo le domino? la interrumpió Lucía.

¡Escúchame hasta el final, por favor! Demuestra un poco de paciencia replicó la mujer con tono cortante.

Lucía bajó la mirada al instante, sintiéndose incómoda. No quería llevarse mal con la madre de Javier. Llevaban poco tiempo juntos, y ella no quería parecer una mala persona.

Pues bien continuó Montserrat, nuestra familia tiene un plan: en cuanto Javier se case, nos mudaremos a la casa que está casi terminada. ¡Iremos todos juntos, como una gran familia feliz!

¡Genial! exclamó Lucía con una sonrisa que más bien parecía una mueca.

La mujer arqueó una ceja, sorprendida por aquella respuesta tan rápida. No esperaba que su futura nuera cediera con tanta facilidad.

¡Me alegra que estés de acuerdo! Creo que nos vamos a llevar muy bien le guiñó un ojo Montserrat.

A partir de entonces, empezó a halagar a Lucía delante de su hijo, diciéndole lo maravillosa, inteligente y considerada que era.

Lucía, viendo la oportunidad, decidió ganarse aún más su favor. Le regalaba pequeños detalles, con o sin motivo, para demostrar su amabilidad.

Un año después, temiendo que su hijo y Lucía no se casaran nunca, Montserrat empezó a presionar a Javier para que se declarara.

¿Cuándo piensas pedirle matrimonio? le preguntaba casi a diario. Se te puede escapar esta chica, y luego te arrepentirás

Al final, tras pensárselo bien, Javier le propuso matrimonio a Lucía, y ella aceptó encantada.

Los padres del novio se encargaron de los gastos de la boda, lo que convenció a Lucía de que había elegido bien.

Los primeros tres meses, los recién casados vivieron en un piso de alquiler, hasta que Montserrat anunció entusiasmada:

¡La casa está lista! ¡Haced las maletas, que nosotros también nos mudamos!

¿Por qué? ¡Aquí estamos bien! refunfuñó Lucía, que no tenía ninguna intención de vivir con sus suegros.

¿Cómo que por qué? se extrañó la suegra. ¡Quedamos en que, cuando la casa estuviera lista, nos iríamos todos!

¡Pues idos, nadie os lo impide! respondió Lucía con sorna, cambiando de actitud de golpe.

Montserrat se quedó tan sorprendida que guardó silencio unos segundos.

Espera, tú me lo prometiste le recordó con calma.

Da igual lo que dijera entonces. ¡No quiero vivir con vosotros! declaró Lucía firme. Viviremos separados. Ah, y ya que os vais, Javier y yo nos quedaremos con vuestro piso.

¿Qué? ¡No se te ocurra! rugió la suegra. ¡Descarada! añadió antes de colgar, furiosa.

Lucía escuchó el tono de llamada un par de segundos antes de colgar también, desconcertada.

Apenas terminó la llamada, oyó el teléfono de su marido sonar en la cocina. Puso atención y comprendió que Montserrat estaba llamando a Javier para quejarse de ella.

Media hora después, cuando al fin Javier terminó la conversación, Lucía entró en la cocina. Por su cara, supo que estaba molesto y enfadado.

¿Qué pasa? le preguntó él con severidad.

¿Qué pasa qué? Lucía cruzó los brazos.

Mi madre ha llamado. Pide dinero

¿Cómo? ¿Qué dinero y para qué? La noticia la dejó helada.

Para la casa. ¿Qué le prometiste antes de casarnos? preguntó Javier frunciendo el ceño. ¿Que viviríais allí juntos?

Nada decidió jugar al despiste.

Pero le diste tu aprobación al proyecto, ¿no? insistió él.

¿Y qué? En aquel momento me pareció bien, pero ahora no quiero desvió la mirada.

Yo nunca apoyé ese proyecto porque sabía que era perder el tiempo. La casa estuvo sin terminar tres años, pero después de casarnos, la acabó. ¡Por tu culpa! reprendió Javier.

Pues ya está acabada, ¿y qué? se encogió de hombros Lucía. ¿Cuál es el problema?

Su marido no tuvo tiempo de contestar porque su madre volvió a llamar. Pero, astuto, tomó una decisión: le pasó el teléfono a Lucía.

Habla tú con ella.

En cuanto Montserrat oyó la voz de su nuera, atacó.

¡Quiero que me devuelvan el dinero de la casa! declaró tajante.

¿Qué dinero? ¡Estás como una cabra! respondió Lucía, irritada.

¿Así que hemos construido esta casa enorme para nada? se indignó la suegra. ¡Pues entonces devuélvanme la mitad!

¿Qué mitad ni qué niño muerto? refunfuñó Lucía.

¡Cinco millones de euros! ¡Me debéis cinco millones! gritó Montserrat al teléfono. Si no

¿Qué harás? ¡No he firmado nada! replicó Lucía con sorna.

¡Pues entonces os borramos de nuestra vida! amenazó la suegra.

¡Fantástico! sonrió Lucía antes de colgar.

Montserrat empezó a exigirle dinero a Javier, que tuvo que darle cincuenta mil euros al mes.

Con esto, tardarás diez años en devolverme todo se quejó la madre. O te mudas a la casa, o aumentas la cantidad.

Como Javier no tenía más dinero, aceptó.

Lucía, sin embargo, no estuvo de acuerdo, y seis meses después, la pareja se separó para siempre.

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¿Realmente hemos construido nuestra casa en vano?