# La Profesora que Todos Deseábamos que se Fuera

**La Maestra que Todos Temíamos**

La profesora Valverde era el terror del instituto técnico número 23. Todos le temblábamos las piernas. Era de esas profesoras que te ponía falta por llegar treinta segundos tarde, que te quitaba puntos por llevar los zapatos sin lustrar, que jamás soltaba una sonrisa y que parecía gozar viendo cómo suspendíamos.

En tercero de la ESO, yo era el cabecilla de los que la odiábamos. Organizaba las protestas, los motes crueles, las bromas de mal gusto. La llamábamos “La Ogresa” y soñábamos con vengarnos de cada humillación sufrida.

Todo cambió un viernes de noviembre.

Había faltado a clase para ir al centro comercial con unos amigos. Volvía a casa en el autobús cuando la vi: la profesora Valverde saliendo de una farmacia en un barrio humilde, cargada con bolsas.

La curiosidad pudo más que el miedo. Bajé en la siguiente parada y la seguí desde lejos.

La vi entrar en un bloque de pisos medio derruido. Esperé un rato y me acerqué. Por la ventana abierta del primer piso escuché voces.

Profe, gracias por venir. Lucía lleva tres días con fiebre.

No se preocupe, señora Gutiérrez. Traje el antibiótico que le recetó el médico.

¿Lucía Gutiérrez? Era una compañera de clase, callada, siempre con ojeras y que faltaba mucho.

¿Cuánto le debo, profesora?

Nada, ya hablamos de esto.

Pero es mucho dinero

Lucía es una alumna brillante. Merece estar sana para seguir estudiando.

Me asomé y vi a la profesora Valverde, esa mujer de mirada fría, acariciando la frente de Lucía con una ternura que jamás mostraba en clase.

¿Cómo vas con las mates, cariño?

Bien, profe. He practicado los ejercicios que me dejó.

Muy bien. El lunes te traeré unos libros para que prepares el acceso a bachillerato.

Profe, no creo que pueda ir Mi madre necesita que trabaje.

Lucía, tu trabajo ahora es estudiar. Lo demás, déjamelo a mí.

Me fui de allí hecho un lío. Esa no era la profesora que conocía.

A la semana siguiente, empecé a fijarme en detalles que antes pasaban desapercibidos.

Cuando David Méndez se quedaba dormido, en lugar de regañarle, le tocaba el hombro con suavidad. Después supe que David trabajaba en un bar hasta la madrugada para ayudar en casa.

Cuando Elena Ruiz no traía los deberes, la profesora le daba otra oportunidad sin humillarla. Resulta que Elena cuidaba a sus hermanos pequeños porque su madre limpiaba oficinas de noche.

Un día, me armé de valor y me quedé después de clase.

Profe, ¿puedo preguntarle algo?

Dime, Álvaro.

¿Por qué es tan distinta con algunos compañeros?

Guardó silencio, ordenando sus papeles.

¿A qué te refieres?

Que con unos es más comprensiva. Pero conmigo y otros, dura como una roca.

Siéntate, Álvaro.

Me senté, nervioso.

¿Sabes qué diferencia hay entre tú y Lucía Gutiérrez?

No.

Que tú tienes padres que te compran material nuevo, que te pagan clases particulares, que revisan tus notas. Lucía no.

Pero eso no es culpa mía.

No, pero sí es tu responsabilidad aprovecharlo. Cuando soy dura contigo, es porque sé que puedes dar más. Cuando soy blanda con Lucía, es porque ya está dando todo lo que tiene.

¿Les compra medicinas a los alumnos?

Me miró fijamente.

¿Me seguiste el otro día?

Asentí, avergonzado.

Álvaro, algunos vienen a clase sin desayunar. Otros trabajan después del instituto. Otros son padres de sus hermanos. Si puedo hacer algo para que sigan estudiando, lo hago.

¿Con su dinero?

Con mi dinero.

¿Por qué?

Porque yo fui como ellos. Una profesora me compró mis primeros libros de bachillerato. Sin ella, nunca habría pisado la universidad.

Sentí un nudo en la garganta.

Profe, pero ¿por qué es tan dura con nosotros?

Porque la vida lo será más. Si no os exijo ahora, ¿quién lo hará? Vuestros padres os defenderán siempre. Yo soy la única que os dirá la verdad: el mundo no os va a regalar nada.

Nunca lo había visto así.

Álvaro, eres listo pero vago. Pierdes el tiempo haciendo el payaso en vez de estudiar. ¿Sabes por qué me molesta?

¿Por qué?

Porque desperdicias oportunidades que Lucía mataría por tener. Ella estudia con libros prestados, a la luz de una linterna cuando les cortan la luz. Y aún así saca mejores notas que tú.

Me sentí la peor persona del mundo.

¿Puedo ayudar en algo?

¿De verdad quieres ayudar?

Sí.

Pues estudia. Sé el alumno que podrías ser. Y si quieres hacer más, ayuda a quienes lo necesiten.

Ese día salí del instituto viendo todo distinto. La profesora Valverde no era la ogresa que imaginaba. Era una mujer que cargaba con las penas de medio centenar de familias, que gastaba su sueldo en alumnos que no eran suyos, que era dura con unos para prepararlos y blanda con otros para no romperlos.

Empecé a estudiar en serio. Organicé grupos de apoyo para los que iban mal. Dejé de hacer el tonto en clase.

Al final de curso, cuando me entregó el boletín con un 9.1, la profesora Valverde sonrió. Era la primera vez que la veía hacerlo.

Bien hecho, Álvaro. Sabía que podías.

Gracias por no rendirse conmigo, profe.

Nunca me rindo con mis alumnos. Aunque a veces ellos se rindan conmigo.

Años después, al graduarme en la universidad con matrícula de honor, lo primero que hice fue buscarla. Seguía en el mismo instituto, igual de estricta, igual de generosa.

Profe, quería darle las gracias.

No me las des, Álvaro. Tú hiciste el esfuerzo.

Sí se las debo. Me enseñó que exigir es otra forma de querer. Y que a veces quien más nos quiere es quien menos nos mima.

Ahora soy profesor en la universidad. Y cuando tengo que ser duro con mis alumnos, pienso en la profesora Valverde. En que la firmeza también puede ser bondad. En que pedir excelencia es creer en el potencial ajeno.

Mis estudiantes seguramente me odian tanto como yo la odiaba a ella. Pero espero que algún día, como me pasó a mí, entiendan que los profesores más duros suelen ser los que más nos quieren.

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