Apoya a tu hermana en apuros, recordó su madre tras el divorcio.

En un sueño brumoso, la voz de su madre resonó como un eco lejano: *”Apoya a tu hermana en su momento difícil”*, recordó tras el divorcio.

¿No quieres ayudar a tu hermana? Está pasándolo mal reprochó la madre, frunciendo el ceño.

Las dos hermanas, sentadas alrededor de la mesa redonda en casa de su madre, escuchaban sus quejas bajo la luz tenue de una lámpara que parpadeaba.

¡Tu Javier es un mimado! exclamó sin rodeos doña Carmen. Trabaja de temporero, pero apenas trae nada a casa.

Mamá, ¿tres mil euros no te parecen suficientes? replicó irritada la menor, Lucía.

Eso da igual. Lo importante es que pueda mantenerte contestó la madre, apretando los labios.

Lo hace murmuró la joven con gesto molesto.

Pues no se nota. Ayer me pediste doscientos euros recordó doña Carmen. Si no puede darte de comer, ¡divórciate! Busca a alguien mejor. Además, parece que le falta un tornillo.

Mamá, eso ya es demasiado dijo Marta, que había permanecido en silencio, defendiendo a su hermana.

¡Solo digo la verdad! Es pelirrojo y además cecea soltó doña Carmen, alzando los ojos al techo. En serio, Lucía, mereces más. Antes de que sea tarde, deja a ese hombre.

Mamá, Javier tiene manos de oro intervino Marta, viendo cómo su madre presionaba a su hermana. No es cuestión de apariencias. Tiene un piso, un coche y la quiere. ¡Eso se nota!

Doña Carmen miró a su hija mayor con desdén, como si se inmiscuyera en lo que no le importaba.

Tú, que vives sola rozando los cuarenta, mejor no des consejos respondió secamente, apartando a Marta. A tu edad, ya coges lo que viene.

Lucía callaba, observando a su madre y hermana con una indiferencia onírica.

Te deshaces en halagos un piso pequeño, un coche viejo ¡nada impresionante! dijo doña Carmen con sorna.

Lucía, ¿tú qué opinas? preguntó Marta a su hermana muda.

No sé quizá mamá tenga razón musitó Lucía, quien antes defendía a su marido, pero ahora cedía ante la voz materna. Hace poco me dijo que buscase trabajo

¡Lo ves! Doña Carmen cruzó los brazos. Ya estamos así. ¡Da miedo imaginar el futuro!

¿Y por qué no debería trabajar Lucía? Poca gente puede permitirse no hacer nada dijo Marta, sorprendida. Me extraña que Javier no lo pidiera antes.

¿Por qué lo defiendes tanto? preguntó la madre, clavándole la mirada.

Porque temo que, con tu presión, arruines la vida de mi hermana explicó Marta con calma.

No es asunto tuyo rugió doña Carmen. Lucía merece más. Si Javier la quisiera, haría lo imposible por su felicidad. Sin dinero ni buena presencia ¿qué ofrece?

Lucía, boquiabierta, absorbía cada palabra de su madre.

Las críticas de doña Carmen hicieron efecto. Pronto, Lucía empezó a atacar a Javier.

¿Te conformas con ese sueldo? preguntó una noche.

Sí, ¿por qué?

Pues yo no dijo ella, negando. Deberías buscar algo mejor.

¿Mejor? Estoy bien donde estoy respondió él, despreocupado pero inquieto.

¡Yo no! replicó firme. Piso diminuto, coche cutre Nada de lo que presumir.

Qué raro, antes te bastaba murmuró Javier. ¿Qué ha cambiado?

Nada. Solo veo las cosas claras. Antes el amor me cegaba.

Él se encogió de hombros, creyendo que acabaría ahí. Pero bajo la sombra de doña Carmen, Lucía siguió hostigándolo.

Tu descontento me agota gruñó él, apretando los dientes. No puedo hacer más.

Quiero un hombre que progrese, no un estancado dijo ella duramente.

Pues lo siento por no estar a la altura espetó Javier, dirigiéndose al dormitorio. Haz las maletas.

¿Adónde voy? preguntó Lucía, arqueando una ceña.

Donde haya un ático y un coche de lujo contestó frío. No soportaría que vivieras con un mediocre como yo. Seguro que encuentras a alguien que te llene de joyas. Yo no puedo.

Doña Carmen fue la primera en enterarse de que Javier había echado a Lucía.

¡Qué sinvergüenza! ¿Quién lo diría? se indignó, maldiciendo a su yerno. No debiste casarte con él.

Solo le pedí que progresara lloriqueó Lucía.

No se puede esperar más de un patán consoló doña Carmen. Encontrarás a alguien mejor, y él se arrastrará de arrepentimiento.

Sin casa ni marido, Lucía se instaló en el antiguo cuarto de su madre.

¿Qué harás ahora? preguntó Marta, llamada por doña Carmen.

Nada respondió Lucía, clavada al móvil.

¿Has pensado en buscar trabajo? insinuó Marta.

No. No hace falta. Encontraré a alguien más rico.

¿Por qué atormentas a tu hermana? Necesita descansar intervino doña Carmen.

Durante dos meses, mantuvo a su hija, que vegetaba en el sofá. Pero al no poder sola, llamó a Marta.

¿No quieres ayudar a tu hermana? preguntó severa.

¿En qué?

Económicamente. Es duro para las dos.

¿Quién te mandó meterle el divorcio en la cabeza? replicó Marta. Sin tu intromisión, estarían bien.

¡Ay! gritó doña Carmen, llevándose las manos al pecho. ¿Cómo te atreves? ¡Javier es un cobarde! No supo retener a una joya como Lucía. ¡Lárgate! ¡No te quiero aquí!

Lucía apareció entonces, plantándose frente a su hermana.

¿Defiendes al que me echó a la calle?

Tú tienes la culpa. Deja de escuchar a mamá

¿Tú, solterona, me das lecciones? estalló Lucía.

Marta negó con la cabeza. Sin ganas de discutir, se dirigió a la puerta. Ellas tampoco la buscaron más.

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Apoya a tu hermana en apuros, recordó su madre tras el divorcio.